sábado, marzo 21, 2020

Diez poemas de Hugo Padeletti


ME HE SENTADO A LA PUERTA Y HE MIRADO PASAR

los años como ramas hacia el humo.
Los pesados membrillos fueron humo
también. Y las granadas,

alveolada codicia de incendiados
veranos,
se abrieron sin salvarse:

amarilla, astringente, con amargo
sabor medicinal,
la cáscara en el clavo.





EL TIEMPO, ESTA EXCENTRICIDAD

de la mente, es difícil
de centrar.
                   Cuando quiero,
no quiere.
                  Sólo accede
cuando no pienso.

Cuando todos los viajes
acaban en su punta,
cede el tiempo.

            (...muchas golondrinas
            no hacen verano...
            una golondrina
            a veces sí... ninguna
            golondrina...)

El tiempo
(opté por observar toda venida,
toda ida),

                 ni pasa
ni no pasa.





UN POEMA EN ESTADO

naciente
es un tono pensante.
                                   Precipita

por imprevistos.
                            No discierne
entre el ángulo oscuro y el conjuro

de la luz,
                entre citas
de Platón y varitas

de milenrama.
                         Brota
de la nada (que es todo)

y... lo siento:
pensaba en elementos
para un poema

junto al canario.
No me esperó, lo está
cantando.

La poesía se hace
queriendo
y sin querer.

                       Golpeas
en esta costa
y se juntan arenas

en la otra.





SE DICE QUE LAS SOMBRAS DEL HINOJO,

cuando se ven de pronto, sobre un lecho
de lajas,
figuran el futuro.
La lectura es oscura. Sólo el ojo

que nada espera
ve lo que le espera. Ve la primavera
salpicada de rojo, ve el verano
del piojo y el ratón

--sin goce y sin enojo--, ve el otoño
que desnuda su hueso y, en el beso
de mármol del invierno,
su epitafio y su infierno.





UN POEMA

para vivir
como viven sin tierra las semillas
en el viento.

                       Si vivir
es ser yo entre las cosas,
una fuga de vagas mariposas

me abandona en el yo.
Y paso por los cuerpos, por las losas
inscriptas, por los usos

ambiguos de la mente,
por la luz, por el pulso incontinente
del corazón

                      --la gente,
resbaladiza.
                     Sube, salediza

la enterada simiente,
y aflora, floreciente
la plena planta.





TENER UNA TORTUGA TRANQUILIZA:

cuando caminas miras dónde pisas
pero hiberna y te puedes distraer.

Se alimenta con poco y se introvierte
bajo su piedra antigua escriturada.

Sin decirlo te enseña la morada
adonde los sentidos retraer:

quizás para salvarte de querer
lo que el mundo te oculta, lo que muestra.

En no ser para ser,
en medio de los sabios es maestra.





'NO TIME LIKE THE PRESENT'*

No hay tiempo tan sin tiempo
como el tiempo presente:
ahora es ahora es ahora.

Que el pasado
guarde su abanico cerrado,
el futuro, su ausente.

                                  La matriz
que engendra cada instante de raíz
es pronta y diligente:

                                   tu cuidado
es la punta que arde;
tu 'mañana'

ya es tarde.

*Mrs. Mary de la Riviere Manley (1976-1859).





DEJA YA DE ATENDER

el debe y el haber
y acuéstate en el cero.
                                     El mensajero

de la muerte
sólo pide tu alerta
y tu querer.

No te tiente la oferta
de los cinco sentidos; toma sólo
lo justo requerido

y acierta lo oportuno,
                                   filo fino
sin mañana ni ayer.

                                 Sólo el diamante
atraviesa la piedra intimidante
y descubre el tesoro.

                                  Allí reunido
está todo asumido.
                               Sorteando la corriente

que te lleva y te trae
del mar a la rompiente
arriesga ya, en el juego militante

la carta pertinente.
                               Lo que pierdas
lo habrás ganado.





DICHOSO EL POETA QUE AVISTE

una dicha no dicha y la revista
de realidad y de belleza. Que no pacte
con la confusión imperante, los escombros

gastados de su época.
Que no deba dar cuenta de confusa
verborragia

ni de patética falacia.
Que entronice en su torre
la luz del corazón

y tras su puerta un biombo de ocasión:
'AL MARGEN DEL NEGOCIO'.
Dichoso aquel que huye

del corso y de la farsa
para entrar, sin disfraces,
al patio de su casa. Dichoso el que no pacta

con el polvo que encubre
y sí con el rocío que celebra
y lo descubre.

El que riega en su mente
una planta del Centro
que da flores y frutos

desde adentro. El que instrumenta
como diaria
la intemporal herencia milenaria.

El que articula imagen,
sonido y pensamiento
en esfera arteriada

de circulación del aliento.
El que nunca proyecta
sobre la intacta realidad

su propia enfermedad
o su delirio.
                     El que la acata

como oro acendrado
que vela un milenario
dragón del otro lado.

                                   El que es amigo
de las cimas no holladas de los oasis
del desierto, de las islas

batidas por el agua.
                                 El virtual referente
del diamante solar, de la esmeralda

lunar, del zafiro celeste.
El que humilde desciende
de la izada palmera

al ígneo mirasol
y a la hincada verbena.
El que es eco silente del bramido

del elefante, del orante
zumbido de la abeja,
del urgente rugido

del león.
               El que frecuenta
--y no se ausenta--

las infrecuentes luces descendentes
que todo transparentan.
El que, sin peso, pisa del oficio

los vencidos peldaños
y lustra la gastada
veleta de la torre:

'PERMANENCIA EN EL CAMBIO'





YA NO QUIERO SINO

                                          ser
polvo en un rayo de sol
que ilumine la espera.

                                     No me asiste
lo ido
sino lo vivido.

                         (El oro
del avaro
es hojalata.)

                     Yo venero
esta pura conciencia que rescata
mi luz

mientras me mata.




Hugo Padeletti
Poemas completos
Adriana Hidalgo, 2018.

sábado, marzo 07, 2020

Fragmentos de Fin al tormento. Recuerdos de Ezra Pound


Él tenía quizás 19 años, yo era un año más joven [1905]. Inmensamente sofisticado, inmensamente superior, inmensamente áspero-y-dispuesto, un producto diferente de todos los hermanos y los amigos de los hermanos, y los muchachos con que bailábamos (él bailaba mal). Bailaba con él por lo que decía. No importaba si había mucha gente alrededor. Aquí, en los bosques de invierno, eso parecía importante.


[...]


Había una "casa del árbol" que mi hermano menor había construido: un banco de tablas y una suerte de plataforma. La casa está oculta por las grandes ramas. De vez en cuando, se oye pasar un carro o un carruaje por el camino, por encima del seto. Con intervalos de media hora, las sacudidas de un tranvía o de un trolley. Él no debe perder el último "coche" ni el tren a Wyncote, en la Línea Principal. Hay otro trolley en media hora, digo, preparándome para bajar volando del nido.


[...]


"De nuevo se ha quedado hasta tarde". Mi padre le daba cuerda al reloj. Mi madre dice: "¿Dónde estabas? Te estuve llamando. ¿No me oías? ¿Dónde está Ezra Pound?" Se ha marchado --dije. "¿Y los libros? ¿Y el sombrero?" "Los recogerá la próxima vez". ¿Para qué habré bajado de aquel árbol?


[...]


Eso quizás ayuda a clarificar la nube de recuerdos. Es el contenido emotivo lo que importa. He escrito: "La perfección del momento ardiente no puede mantenerse. ¿O sí?" Erich dice que él es el Spiegel, el espejo, el espejo ustorio que "recoge toda la luz de alrededor". Sí, es cierto, pone la situación ins rechte Licht, pero no sé explicarle cuán doloroso es para mí a veces conservar el recuerdo del "momento ardiente".

Tal vez Erich lo recoge en el Spiegel, pero sólo debe reflejarlo. Yo debo darle cuerpo.


[...]


"Por qué está tan agitada cuando me lee esos apuntes?", me dijo Erich esta tarde. "No sé... no sé..., es el momento ardiente pero todo es tan lejano en el tiempo". "No tiene tiempo", dijo Erich, "es el momento existencial" (palabra que nunca puedo enfrentar). "No tiene tiempo, está fuera del tiempo, es eterno".


[...]


Espero las cartas con la intensa aprensión con que las esperaba hace casi cincuenta años, cuando Ezra finalmente partió a Europa. Con el paso de los años, he impuesto o sobrepuesto esta aprensión sobre otras personas, otras cartas. Una suerte de rigor mortis me empujaba hacia delante. No, mi poesía no estaba muerta pero se construía sobre o alrededor del cráter de un volcán extinto.


[...]


No hay razón para aceptar, condonar, perdonar, olvidar lo que Ezra ha hecho. Sylvia [Beach] lo dejó claro anoche. Y aquí debería renunciar a la esperanza de evocar a Ezra, si me atreviese a pensar en la prisión de Sylvia en un campo de concentración, cuando por poco se muere de hambre, en las magras raciones que dividía con su amiga Adrienne Monnier en el periodo de la clandestinidad. ¿Debo seguir? No hay razón para esperar que lo liberen.


[...]


Es el sabor de las cosas más que aquello que la gente hace. Atraviesa, puede decirse, a todos los poetas del mundo. Uno de nosotros ha sido atrapado. Ahora uno de nosotros está libre. Pero nosotros, los partisanos del pensamiento mundial, del mito, temblamos de miedo. ¿Y ahora qué?


[...]


He leído en el New Yorker del 24 de mayo de 1958 un interesante artículo de Edmund Wilson sobre el "señor Eliot". Escribe Wilson sobre T.S. Eliot: "A ningún otro poeta, tal vez, le va mejor el dicho de Cocteau según el cual el artista es una especie de prisión de la que escapan obras de arte". Wilson habla de la coacción en la poesía de Eliot, escribía bajo coacción --como nosotros. En realidad, la prisión del Yo para nuestra generación se materializó o dramatizó en el encarcelamiento de Ezra.



H.D.
Fin al tormento. Recuerdos de Ezra Pound
Traducción: Ernesto Hernández Busto
Mangos de Hacha, 2018.