Sigue amor mío, síguete, sigámonos.
Sólo estando juntos podremos despistarles.
Sólo juntos podemos volcar el matrimonio,
¡hacerlo saltar en astillas!
Déjalos bisbiseando, abriéndose
y cerrándose, los labios de la Excusa.
Aparta tu oreja de la boca
de tu runruneante preceptor.
¿Qué puede decirte? ¿Qué otra cosa
sentir tú en su aliento, amor mío,
sino el olor delicado y repugnante de la muerte
y el aire frío del vacío?
Asómate... ¿qué ves? ¿Qué
más podrías ver sino la rala oscuridad
y la mortaja, sola,
albeando en el fondo del sepulcro?
Ten cuidado con los casados que se retiran temprano.
Témeles.
Al Marido, a su Trabajo, a su Mujer, témeles.
No les toques ni te toquen. Yo, les tiemblo.
Es contra nosotros que se han casado.
Es contra ti y contra mí, amor mío,
que ellos se retiran temprano a su trabajo:
los productores, los engendradores, los publicadores de libros.
Son el Demonio. El Demonio, más activo que Dios.
Es el Diablo y su banda de muertos laboriosos.
Si oyeres algún ruido. Cualquier ruido
al otro lado del mundo, al otro lado
de la noche;
cualquier ruido sospechoso y prudente de falso día,
de clandestino taller sepulcral,
de disimulada fábrica de pasado;
aviva tu ocio.
Oponles tu presente de poderosa caducidad.
Que son ellos, amor mío, ¡siempre los mismos!
¡Los muertos enterrando sus muertos!
¡Desenterrándolos
y enterrándolos
y volviéndolos
a desenterrar!
Carlos Martínez Rivas
La insurrección solitaria y
Varia
Visor, 1996.