martes, noviembre 21, 2023

Cinco poemas de Berta García Faet


Niños que roban / situacionismo teen

Cuando eras pre-adolescente
tu alias para el Messenger era NOVALIS
(el poeta alemán del primer romanticismo,
el de En las húmedas fresas que brotan de lo oscuro).

Cuando yo tenía trece cadetes años
me hacía llamar KENZA
(Kenza: la muchacha marroquí que me gustó un verano).

Ya adultos, ya tenebrosamente adultos,
nos hemos confesado lo que en su día fue inconfesable,

y nos hemos reído fantaseando con un encuentro transhistórico
entre un Novalis que se escapa de casa para ver a una novia
y una Kenza que salva al mundo con pancartas en árabe
gracias a diccionarios online que no conjugan.

Diez años después, ya mal que bien adultos,
decimos por primera vez que somos mal que bien adultos,
y nos hemos confesado lo que en su día fue inconfesable:

abrazamos al Yo del Ser-Amado-Cuando-Era-Tierno-Púber
De-Hombros-Desiguales-Y-Exaltación-Dramática,
tan lejos de sí que se siente su Tú:
¡con qué facilidad tan inconsciente
--casi dan ganas de insultarnos--
nos exponíamos!

Abrazamos al Yo-Tú, sin embargo, de cerca:
un destello
simétrico, y otro, y otro, asimétrico.

La idea es que esto no ha acabado:
diez años después de este poema,
quién sabe qué nombres habremos usurpado
para nombrar lo mismito.







Gatito vámonos pa'el siglo trece
pa'que mi bokella rece

pa'que se despierte
el brazo del santito y me peine

los cabellos pa'bajarme
de los cerros de mis penas
y me vengue


gatito vámonos pa'el siglo trece
pa'que mi bokella rece

pa'que su diente le pida a la virgencita
de las ratoncelas
un salto de gata
una torre pa'tirarme
los cabellos pa'bajarme
y por ellos deslizarme
como niebla
y relente


gatito vámonos pa'el siglo trece
trece maravedíes
trece gatitos
trece preguntas pa'que mi bokella rece
y por la girola veo que se mece
el deambuleo
de mi ronroneo
y veó que mi bokella crece

pa'que se despierte
una fe y su crisis y me peine

pa'que se despierte
una fe y su crisis y me lleve

de la mano
aún sangrando del santito y me peine

los cabellos pa'bajarme
los cabellos pa'bajarme
no sé a dónde
y me vengue


gatito vámonos pa'el siglo trece
pa'que mi bokella rece un blús

pa'que se despierte el tú
de la sangre de mi hambre y me peine

un salto de gata
una ratoncela pa'mi alma
una torre pa'tirar por áhi mis cabelluelos
y bajarme y deslizarme en los colores déllos
blús
como niebla y relente y que me vengue
ya sin aire
no sé adónde
quién o qué no lo sé p'ro que me vengue

el blús sabrá

dios proveerá

niebla o quizás


el blús sabrá

dios volverá

pa'que mi bokella rece
su rocío de una noche
y que undíaunsiglohoy me encuentre

dios volverá
pa'que mi bokella rece







Oye qué edad tienes? Pareces una mujer

oye qué edad tienes? pareces una mujer

soy una o dos mujeres
de pinchosas piruetas

deseas cuerpos? cabellos negros? renglones
esbeltos
suculentos?
frutas
redundantemente sexuales?

la excursionista
festecha a mi llevadadelamano cruz
que, por estrecheces que han sufrido sus exuberancias
y por rara y por nerd,
quiere ser atea y los domingos
habla de los sábados
             porque el tiempo, que preocupaba a ricoeur,
es más raro que un perro verde,
que un perro verde chartreuse

mis saludos holaaa eooo holaaa ilusionados
ventanamente como la felicidad
se encaraman al derrame;
porque siempre digo "holaaa" cuando nazco
y siempre digo "a pasar buena noche, familia"

oye qué edad tienes? pareces un corcel

soy uno o dos corceles
y una centaurea

soy la excursión soy la fiesta

deseas movimiento?

what can you do with your own historicity
baby
and what can you do with mine?

sí, deseo

la menta piperita
mar rosa
el cauro, que el cauro hincha mi corazón

señoritas divinas
siempre con novio...!
y hombres con pecas y un suéter...!

palabras claroscuras

huir por (a causa de) la lluvia
por (a través de) la lluvia







Casa giratoria

en el mundo normal
para girar
necesitarías
un eje

pero en el mundo de paul klee y del color coral
las casas giratorias
no tienen eje
tienen perfume

tienen razón los perfumes y yo soy la chica de las pitayas
recorro la ciudad buscando pitayas
no tengo eje

cazo pitayas acumulo pitayas
las almaceno en el zaquizamí de la casa giratoria
del mundo de paul klee
no tengo eje
tengo añicos de perfume

vivo como bandida
salteadora de caminos
no giro sobre mi eje
giro sobre mi limbo
giro
sobre mi filo
vivo
en el zaquizamí
de la casa giratoria en el mundo de paul klee
y de la fe

tienen razón los perfumes y yo soy la chica de las pitayas
y el giro es un amago de magia
el color es una puerta

el sol parnasiano de paul klee
que es el sol impresionista de claude monet
es el sol que vine a ver
y me quedé

amanezco, existo y anochezco en el zaquizamí
de la casa giratoria
en el mundo de paul klee
acabo exhausta después de rodar por la ciudad
como esférica sed
buscando puertas

en el mundo normal
para girar
necesitarías
un eje

pero yo soy una bandida de ejes
y vosotros salteáis los caminos
y yo soy una ladrona de ejes
y vosotros sois bellos: abrid las puertas

tienen razón los perfumes y yo soy la chica de las pitayas
no sé si tengo alma

y no sé qué hago
en el zaquizamí acaparando pitayas
espolvoreando pitayas con añicos de perfume

y no sé qué hago
y no sé qué hago en el mundo normal
y no sé qué hago
y no sé qué hago en el mundo







Novela del cura y la señorita (fragmento)

8

a la pregunta de por qué no escribo novela
respondo
"estoy en el centro" y que qué pena

a la pregunta de por qué no escribo novela
respondo
no sé regatear un balón sólo encalarlo
en la iglesia adyacente
al patio
del recreo y que qué pena

a la pregunta de por qué no escribo novela
respondo
no logro sostener entre mis manos
el largo aliento de la perla y que qué pena

a la pregunta de por qué no escribo novela
respondo
no soy lo suficientemente sufí
ni maleante
no me aceptan
en el grupito esos niños
porque no hago trizas ni las perlas ni las vidrieras

a la pregunta de por qué no escribo novela
respondo
no soy una trompeta ojalá lo fuera y fuera
comparada
a la risa de los niños
malos después de armar alguna
metáfora o armar alguna
buena
. . . .
. . . .







Berta García Faet
Corazonada
La Bella Versovia, 2023

martes, noviembre 14, 2023

Cuatro poemas de Xitlalitl Rodríguez Mendoza


Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío
Juan Gelman

Mi camino es el mismo que el del panadero
el del afilador
el de la secretaria
y ahora me lleva
a la tarde.
Harto ya
seguramente
de mi croar sin rumbo
un día me llevó
a un supermercado.
Allí estaba Juan Gelman
sosteniendo un frasquito
transparente
como el mal que estaba a punto
de quebrarle el cuerpo.
Con la voz rota
de quien ha practicado
su debut en el Bar Chapala
y lo arruinó, le dije
Maestro.
Él sonrió y me preguntó:
¿Vos también escribís?
El lugar estaba a reventar de huesos.
Una lágrima arrojada al escenario
dio las gracias
y ambas salimos corriendo
a alcanzar el camino,
quien se quedó mirando
hacia la noche
mientras pensaba y a ésta
qué mosca le picó.





Resulta que al vidrio le ha dado
por amarme.
Un día estuve en una calle de Berlín.
Al transitarla, una ventana
estalló como un fresno de lluvia
sobre mi cabeza.
Me sentí bendecida.
Hágase en mí
según tu palabra.
Yo venía de haber tirado
una lámpara de lava
en una juguetería.
Contra todo pronóstico
el tubo explotó
en la alfombra
y compradores
y empleados
se incendiaron un momento
como si nunca
se hubiera quebrado algo
en Alemania.
Yo los vi, divertida,
y pagué, menos divertida,
16 euros con las manos
astilladas por los copos
de la tarde.
Geraldine metió la Luna
a un barecito y la estrelló
contra el techo,
nos devolvió algo
de su cara oculta.
Cuando volví a casa,
los 126 tragaluces protestaron
y descendió
su aliento de nube
condensada
como granizo
en mi escritorio.
Incluso dejaron
una hiedra
suspendida.
Hoy rompí la pantalla
del celular al tirarla
sobre la banqueta.
Dio en un punto
estratégico.
La foto donde salimos
tú y yo haciendo radio
parece de pronto vieja
y doblada
y a punto
de desaparecer
como si estuviéramos
transmitiendo
con voz rota
la noticia sobre
un satélite
que explotó
tras su despegue,
pero en realidad
esa imagen
sigue intacta a diferencia
del Centenario.





Constelaciones familiares

A Joven Club Werther y HCAN

Mamá sala la comida
con granos de mar en forma de cruz
para bendecirla.
Papá le amarra pañuelos rojos
a los árboles frutales
para que no se eclipsen.
La abuela
reza padres nuestros
como tiempo de cocción.
Mi tía D
tapa su vaso de unicel
para no beberse
el espíritu
de sus primas,
las monjas.
El sacristán de la parroquia
se emborracha
con vino de consagrar.

H es
colaboracionista
de los duendes:
les siembra monedas
en los helechos
y les sirve agua
en tapas de garrafón;
evita usar ropa con bolsillos.

El pozo del patio
echa lumbre
por las noches
y enciende
el cigarro que alguien volteó
en el rincón más oscuro
de la cajetilla
junto a un deseo mal perfilado,
mientras se consumía
          solo
en el humo concéntrico
de la solastalgia,
ahogado bajo esa ola de espuma solar
que nos mira morir
abrazados
a la tierra
sin ningún ritual
escuela
o divisa que valga.





Ablar komo eskribimos.
Eskribir como ablamos.
Alberto M. Brambila, director del
Orto-gráfiko y tío de Velvet Brambila

Kerida Belbet,
fue tu tío kien lo dijo
pero tú lo sabes mejor ke nadie:
eredaste esa virtud
i la música.
Toka algo en lo ke ago
llin and toniks.
O pongo Oeisis,
Alanis, De Kranberris...
tú eskoje.
Si de algo importa,
llo también creo ke abría
ke serle kaso.
Aora todos disen que lo choteamos,
ke lo kemamos.
Ke sólo ellos podían aserlo:
berlo, apresiarlo.
Pero, kerida, cuántas beses
emos pasado tarde i tarde
entre el umo apretado
de un futuro ke se insendia
ablando
ablando
ablando
al sentro de una mesita blanka
ke recién pintaste
y ke flota al borde
komo una perla apenas
sumerjida
o komo eskirla del último tablón
sin rumbo ni biento
ke espera bolar igual
ke esas ojas
en los puestos de periódiko:
las kosas komo son.
Kuántas beses no emos kaído
de risa
o de miedo
o de un dolor
mui grande
asta doblarnos
sin poder
respirar
porke
ni modo ke no
si somos
bien chistosas.





Xitlalitl Rodríguez Mendoza
Poesía morosa. Prositas de amor contra el SAT
Ícaro Ediciones, 2022

martes, noviembre 07, 2023

Seis poemas de Rafael-José Díaz

No sueles llevar zapatos adecuados, pues nunca sales a nada en concreto, y cuando, sin querer, a medida que la visión se reduce con el anochecer, hundes el mocasín o el náutico en el fango, sientes cómo te sube por el cuerpo una sensación viscosa, como si no fueran únicamente el pie y el zapato lo que se te ha hundido en el fango, sino el cuerpo entero, incluso las partes medulares del cuerpo, que se estremecen entonces con una mezcla de gozo y repugnancia, dando paso a un estado de ánimo idóneo para el proceso de seguir avanzando hacia el interior del bosque a través de los surcos dejados en el suelo encharcado por un vehículo que salió acaso huyendo de una emboscada, un derrumbe, una alucinación.





La tarde colgaba allí de las ramas como si fuera un juego de abalorios. Abalorios de color esmeralda, bisutería de moho que se retorcía entre los aparatosos ramajes y que tintineaba cuando pasaba una de esas ráfagas que nos estremecían y nos hacían subirnos los cuellos de los suéteres. Era una tarde de fantasía, una tarde dentro de un cofre, una tarde que había sido sacada de un cofre escondido dentro de un baúl, bajo un juego limpísimo de sábanas, un baúl arrinconado en un trastero al que nadie subía, y allí estábamos nosotros, flotando entre los ramajes que, como colgajos de la tarde, brillaban de un modo casi imperceptible, pues eran tantas las capas y los cierres y las puertas que los habían preservado desde hacía tanto tiempo que llegar hasta el corazón de todo aquello resultaba casi imposible.





En este paisaje mental podrías deshacerte de gran parte de lo que fuiste. Lo que fuiste y no necesitas. Lo que fuiste y no sabes. Lo que fuiste y no cede. Lo que fuiste y no fuiste. Podrías traer a este vertedero situado en lo alto de una montaña los cachivaches que abarrotan una memoria abrumadoramente desintegrada. En cada partícula, en cada fragmento de partícula, se acumulan piezas inservibles que fueron depositadas allí quizá con la esperanza de reconstruir algún día una armazón que sostuviera el nuevo cuerpo que nunca se formó, la memoria futura de lo que ibas a ser y no necesitabas. Lo que ibas a ser y no sabías. Lo que ibas a ser y no cedió. Lo que ibas a ser y no fuiste. Este paisaje mental es el lugar perfecto para abandonarlo todo. Aquí pueden pudrirse juntos, irrecuperables, lo que fuiste y lo que ibas a ser.





Desciende, a lo lejos, un avión hacia la pista de aterrizaje. Lo miramos un momento entre las aberturas que dejan los árboles entre las partes más altas de sus copas y creemos poder tocarlo con las manos. Pero las manos están ocupadas. Mientras la mirada se despliega un instante en dirección al cielo atravesado por el aeroplano, las manos trabajan silenciosas en rebajar tensiones, anudar nudillos, tejer lazos fugaces, excitar zonas erógenas. En el barro y en el cielo todo es igual de efímero, y lo mismo que una vez que el avión pose sus ruedas en la pista el vuelo habrá terminado, las manos obrarán el final del deseo en cuanto el orgasmo deposite sus fluidos excitantes en la piel tersa del vientre o de los muslos.





Los troncos cortados surgen como setas gigantescas en medio del bosque. No es fácil imaginar por qué los cortan, casi a ras del suelo. Por qué esos árboles ya no están y otros muchos sí. Son como huellas de pisadas, pero al revés: como si alguien pisara desde el interior de la tierra y esas plataformas fueran la revelación de un mundo sumergido e inverso al nuestro. Son los rastros del vértigo de quien camina debajo de nosotros y se hunde en el barro dócil y se tambalea. Pisadas de gigantes ctónicos que afloran en el bosque por el que nosotros, seres minúsculos, revoloteamos como mariposas sin alas. Entre las grietas de esos troncos cortados anidan los milpiés y, si nos limpiamos el barro del calzado en el filo de la corteza, se enroscan histéricos en una espiral. Al cabo de unos segundos, se desenroscan y surcan el barro dejado sobre el tronco.





Todas las veces que fuiste recordaste aquella primera, cuando aún no conocías la montaña y llegaste a ella como se llega a los sitios que de verdad importan, por un golpe de azar, en una compañía fortuita, una noche cuyo recuerdo apenas dibuja el vaho de unos cuerpos en el cristal de un coche y las luces repartidas por la llanura allá abajo. Desde ese día, sin saberlo, algo te vinculó a la montaña, pero, como si supieras que el futuro te depararía momentos no siempre tan gratificantes como aquel, te alejaste de ella, la olvidaste, encapsulaste aquel instante de comunión con el vaho y el cristal, igual que otros muchos recuerdos encapsulados e inservibles, como si lo arrojaras a un vertedero. Sin embargo, conservó algún tipo de luz invisible que irradiaba a lo lejos, cuando pasabas por la carretera que bordea la montaña y, al mirar hacia arriba, sentías la punzada de un nombre borrado, un cuerpo olvidado, el vaho en el cristal.





Rafael-José Díaz
La montaña de barro
El sastre de Apollinaire, 2023