Vivo a la antigua, leo a Aksákov,
pintarrajeo los cuadritos
concreto-abstractos,
quiero olvidar
lo que pasa en el mundo,
me estoy enseñando
de nada tener esperanza.
Pero en el mundo se instaló el invierno,
y en las casas prendieron
de varios colores las ventanas,
y los faroles en las esquinas
son tan afelpados,
que mirarlos da cosquillas.
(Ian Satunovski. 1913-1982)
Despedida
Ni de una imagen vieja, tampoco en un sueño
-Estas fantasías no son para nosotros-,
Surgirás desde la memoria como una flor,
Que atraviesa una capa de nieve helada.
Al bajar la mirada, me dirás:
"Detrás del camino, las ciudades.
Toda la vida he caminado a tu lado,
Sólo que has sido ciego a veces.
Soy como siempre fui,
Pero no seré igual en lo futuro,
Resplandezco semejante a una estrella fugaz
Antes de consumirse por completo".
(Vadim Shéfner. 1914-2002)
Al fin he penetrado la palabra,
En su esencia, su carne y espíritu,
Al fin me siento preparada
Para pronunciarla en voz alta.
No obstante, los años insidiosos
También conmigo se salieron con la suya:
Entre más nos adentramos en la esencia de la Naturaleza,
Tanto más terrible nos resulta expresarla.
(Inna Lisniánskaia. 1928-2014)
El burrito en la avenida Nevski
Un burrito pelirrojo de la familia del circo
justo en la Nevski, en medio del tráfico,
jala un furgón. En el furgón, un agujero:
"La Taquilla". Entradas para todas las funciones.
Ese burrito es modesto hasta la risa.
Incluso con los niños es indiferente.
La ciudad, ¡estrépito inmenso!
En el centro, el burrito. Orejas como bolsas.
Burrito modesto...
Ligeramente triste.
Sirve, igual que yo,
al arte.
(Gleb Gorbovski. 1931-2019)
Hooligans sordomudos
Dos hooligans sordomudos
tres hooligans sordomudos
cuatro hooligans sordomudos
¿es suficiente?
se pueden tener más.
Cinco hooligans sordomudos
seis hooligans sordomudos
siete hooligans sordomudos
Siete robustos
hooligans sordomudos
-son una multitud-.
Se comportan indecorosamente de manera modesta:
no dicen palabrotas,
no molestan a las jóvenes,
tampoco espantan a las viejitas
-sólo están en el puente
y esperan algo,
pero no se debe estar en el puente-.
El policía pita,
pero ellos no lo escuchan,
porque son sordomudos,
y resulta un escándalo.
Siete del todo sordos
y mudos sin remedio hooligans
esperan en el puente
algún milagro.
Pero si les parece
que son
demasiados,
se pueden dejar sólo seis
o cinco,
se puede reducirlos a cuatro
e incluso tres.
Dejaremos en el puente
a dos hooligans sordomudos,
a uno solo le será aburrido
esperar un milagro.
(Guennadi Alekséev. 1932-1987)
Te agradezco por la nieve,
por el Sol en la nieve Tuya,
porque durante el tiempo que me ha sido concedido
puedo darte las gracias.
Ante mí, no es un arbusto, un templo,
el templo del ARBUSTO TUYO EN LA NIEVE,
y en él, cayéndome a Tus pies,
más feliz no puedo sentirme.
(Leonid Aronzón. 1939-1970)
encontré a dos pequeños gemelos
y aunque eran absolutamente idénticos
me miró
sólo uno
(Iván Ajmétiev. 1950)
Poetas rusos. El movimiento ligero de las sombras
Selección y traducción: Ludmila Biriukova
Universidad Autónoma de Nuevo León/La Otra, 2025.
lunes, junio 16, 2025
sábado, junio 07, 2025
Dos fragmentos de una entrevista a David Le Breton
El estatus del rostro está relacionado con el estatus del individuo en el seno del entramado social. El Renacimiento nos brinda los primeros retratos en los albores del nacimiento del individuo. En el hiperindividualismo de hoy, el rostro aparece en todas partes como el signo más eminente del individuo, de forma más marcada en las redes sociales. Esas innumerables selfis, casi siempre de nuestros adolescentes intentando captar su mejor perfil, sin preocupaciones de protocolo, muchas veces en el autoescarnio, buscan dar pruebas de existencia y presencia en las redes sociales. Esas selfis también ayudan al adolescente a captar algo de un cuerpo, de su propio cuerpo, que cambia sin cesar. En efecto, se trata de verse, de retener sobre su rostro los rasgos de sí mismo que se escapan e imponen la necesidad de volver de nuevo al aparato. La coexistencia narcisista con uno mismo ya no suscita la antigua reprobación, sino que otorga más bien un certificado de buen ciudadano, la garantía de ser un individuo preocupado por sí mismo, aunque esté sujeto al desmembramiento infinito del entramado social.
[...]
El cuerpo devino en algo pasivo, en un objeto centrado en sí mismo, en algo que se lleva a sí mismo de una actividad a otra, pero que se moviliza al mínimo gracias a los recursos de innumerables procedimientos tecnológicos que reemplazan las actividades físicas; un cuerpo que va por bandas eléctricas, escaleras eléctricas, en auto o, más recientemente, en bicicletas y monopatines eléctricos. Transportamos nuestro cuerpo, no es él quien nos transporta a nosotros. En semejante contexto, comprendemos mejor esta aspiración a desechar un cuerpo agotador y estorboso. Para la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos, el esfuerzo físico ya no es un pasatiempo. Pero caminar se vuelve una oposición radical a esta tendencia a la inmovilidad y a la subordinación a las tecnologías, el caminar es una celebración del cuerpo, de los sentidos, de los afectos. Una puesta en marcha de la persona completa, una presencia activa en el mundo. El acto de caminar nos vuelve a poner en contacto con el cuerpo. Supone también una ruptura con las exigencias de rentabilidad, de eficacia, de rivalidad. Caminamos a cuatro o cinco kilómetros por hora, mientras que un avión atraviesa el Atlántico en unas diez horas. Un día de caminata no es sino una media hora en automóvil. Caminar reivindica la lentitud, un ritmo propio que ninguna autoridad externa puede dictar, en el rechazo de las tecnologías que hacen ganar tiempo y perder vida.
David Le Breton
De cuerpo entero. Una entrevista con Francois L'Yvonnet
Traducción: Xitlalitl Rodríguez Mendoza
La Cifra, 2023
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