sábado, septiembre 28, 2024

Tres poemas de Yaki Setton

Langosta (fragmentos)

Se ríe sin saber por qué y se relame
en la alfombra de la arena
en la que se revuelca
una y otra vez,
una y otra vez, hasta morir.





Gregaria, hacés vuelos solitarios
por este desierto que nada promete
salvo el silencio, el blanco vapor
de la arena blanca e infinita.
¡Ahí flotás! y te dejás llevar.
Adónde.





Sí, tus antenas tiemblan
ante todo lo que vibra.
Mirás al cielo,
¡oh, cúmulo de nubes!
Esperando qué.





Ahora de nuevo inmóvil.
¿Estás viva? Nada se altera
en tu delgado cuerpo mientras
el viento desértico lo atraviesa
y se mete entre las nervaduras
de tus alas. Pesan.





Soy ella. Soy vos
y mi cuerpo se enerva
y tengo abdomen, coxal,
tibia, fémur, tarso.





Muda

Es un momento exacto.
Cuando ya el esqueleto tan rígido
asfixia y ninfa ya no podés ser. ¡Sí!,
necesitás salir y nada de alimento.
No respirás. Segregás líquido de muda.
Las alas comienzan a desplegarse,
salen por fuera del tegumento,
y se desgarra lo que te une a ellas.
Tus largas patas traseras con sus fémures
aún blandos se doblan para facilitar
la liberación de las tibias. Luego, estiradas
empujan y abandonás la antigua cutícula ninfal
–ningún quejido, ningún grito–; cae el inútil
pesado manto. Quedás frágil, desnuda,
dejás de ser joven para ser adulta.
Empezás a bombear tanta hemolinfa
por las nervaduras que al fin devorás
de vos misma todo lo viejo que sobra.





Extravío

Y aunque no quiero estoy aquí.
Estoy porque no existe otro lugar
en el que puedas vivir sin respirar
a cielo abierto. ¿Sentís el olor de la grama
y de la sangre seca tan lejana a pie
y tan cercana en vuelo? Somos una nube
extranjera y perseguida, una bandada migrante
sin rumbo. Yo soy esa. Miro a un costado
y veo nuestras alas largas con su halo pardo,
con sus tibias azules. Ellas se extienden,
vibran mientras volamos y desde abajo
se adivinan los dibujos oscuros del abdomen,
¡parecemos, pero no somos pájaros!
Porque soy una langosta entre las otras
doy vuelta de a poco mi rostro de lado a lado
miles, miles y miles; ya no habrá descanso,
tampoco habrá cansancio.
Kilómetros y kilómetros planeamos sobre el desierto
sin prisa ni pausa, raudas, hasta tapar el sol,
oscurecemos la tierra. Octava plaga tras el fuego
y el granizo. ¡No dejemos nada!





Yaki Setton
Langosta
Bajo la Luna, 2023

sábado, septiembre 21, 2024

Tres fragmentos de un poema de Luis Felipe Fabre

Medusa (fragmentos)





VII
(Coro)

Oh Medusa, aterradora como la verdad:

advierten los sofistas que si algo es como
la verdad

es porque no es

la verdad,
pero es poesía
que sobre la verdad y la mentira se eleva
incomprensible como los designios de los dioses:

¡oh Medusa, aterradora como la belleza!





XVIII
(Coro)

Desanda tu camino, Perseo, vuelve
sobre tus pasos, regresa
a tu vida

sin otro trofeo que tu vida
y del sueño de la gloria
desiste:

más estatuas que Medusa
forja la aún más
feroz

Niké,

que a los hombres transforma en héroes
y a los héroes en broncíneos
simulacros:

véncela con tu fracaso,

oh,
Perseo,
y resígnate a la dicha:

mientras
resuene una flauta, baila;
mientras no se quiebre la cratera, bebe;
mientras perdure la flor de tu juventud, ama y amado seas.

Y brilla simple en el esplendor del día.





XXII
(Coro)

¿Brazo de quién, rodilla
de quién,
músculo

de qué
dios
o semidiós o

de qué

atleta
este

solitario dorso de mármol?

¿Qué

héroe
esta

belleza dispersa
como
un

reino arrasado?

¿Ala de qué

vuelo

esta
piedra

rota tras qué
caída?

¿Sujetaba
una
lanza
en

los juegos o

en

la orgía blandía un tirso esta
mano

cuyo
aferrado
gesto de bronce
ahora empuña un secreto?





Luis Felipe Fabre
Poeta griego arcaico
Sexto Piso, 2024

sábado, septiembre 07, 2024

Tres poemas de Alicia Genovese

Simetrías (las improvisaciones)

Una simetría radial perfecta,
una proporción áurea
la del nautilus
visto en la quietud
de una vitrina.
Pero al bajar buceando
al mar profundo
las cámaras de su caparazón
se dilatan, el descenso
pone a prueba
su ser proporcionado.
Exactas
se reproducen al abrirse
las alas de una mariposa
pero sucede
el vuelo a contraviento,
las posiciones inseguras
en la arritmia que hace
saltar el corazón.
La regularidad, la equidistancia
fueron dadas quizás
para enfrentar a diario los accidentes,
esos otros equilibrios a inventar.
Aunque la forma se mantenga a escala
irrumpe
la materia súbita del mundo,
la ráfaga que desafía
la armonía estática,
la corriente que altera
la perfección de la fijeza.
El movimiento es el tema
me digo esta mañana
mientras ordeno la casa
como los casilleros del nautilus
mientras miro hacia el hueco de salida
oliendo un néctar.
Repito notas
como en la melodía de un standard
que tantea su fuga:
su inmersión, su viento cambiante.
Hay un pentagrama en blanco
en las improvisaciones
una felicidad aún informe
en la vía venturosa
hacia ninguna parte.





Simetrías (emparejamientos)

Podría hacer una colección
con todos los aros
de los que perdí el par.
Uno estilo andino, otro árabe
de Granada, uno largo con semillas
del monte chaqueño.
Perfectos, con esa belleza hierática
de los solos.
Perdí un aro de plata
engarzado en el centro a un lapislázuli
y el mismo artesano me hizo otro igual.
Tiempo después saltó
el aro perdido de una hendija
en el baúl del auto.
Tres aros iguales
tengo ahora y siempre un faltante,
un pendiente solo que me observa enigmático.
Caminaba hacia el subte
y pensaba en el poema
que podría escribir
a partir de los aros inútiles que guardo,
pares ausentes, emparejamientos erróneos.
No podía detenerme a tomar notas
y pensé que no sería igual
escribir a mi regreso,
habría cosas que no recordaría,
pormenores bajo la humedad dulce
de los árboles en otoño, asociaciones
ligeras como gotas que salpican al caer.
La falta deviene inevitable,
la tarea pertinaz por la armonía
choca con la evanescencia de las cosas.
En su puerta a futuro abren
la morada de lo asimétrico.





El círculo del equilibrio (lo que se abre y contiene)

Llegué asoleada
bajé de la lancha
en medio de un calor sofocante
que me hacía estallar la cabeza.
Me cambié, busqué un muelle
no había nadie, el agua
estaba alta, quieta
y me sumergí.
El río se abrió en un círculo
con la frescura y el silencio
que solo un río contiene.
En la orilla gastada
por el golpe de las marejadas
un plátano gigante
mostraba sus raíces,
las estiraba hacia el agua
mientras yo,
semisumergida también,
extendía los brazos al nadar.
Su tronco robusto y manchado
parecía la cara de un tótem
y agradecí
ese rincón resguardado,
en esa hora en la que había olvidado
de dónde venía, cuánto amaba flotar.
En esa hora en la que fui
tocada por el río
y por los peces
que lo habían atravesado
con la vida sensitiva de sus escamas;
tocado el cuerpo desde un río
por las alas transparentes de los insectos
posados entre los reflejos de la superficie,
tocada por los juncos
que se balanceaban en la costa
en el ida y vuelta del oleaje.
Agradecí estar en ese círculo
tener un lugar entre las mareas.
Agradecí ese lazo anudado
que desaparece y aparece
para volver a abrazar.
Después subí
por los escalones del muelle,
resucitada
entre el frescor del agua
y mis huellas se tornaron visibles,
por un momento húmedas
sobre las maderas resecas.





Alicia Genovese
La invención del equilibrio
Fondo de Cultura Económica, 2024