miércoles, septiembre 28, 2011

La reacción estilística


Todos juran que son puros:
puros en la lengua... naturalmente:
señal de que el alma está sucia.
Ha sido siempre
así. Para mentir no hace falta ser oscuros.
Se creen, monstruos, que la muerte
iguala. No saben que es justo la muerte
(su coartada de católicos siervos)
la que disgrega, corroe, desvía, distingue:
también la lengua.
La muerte no es orden, soberbios
monopolizadores de la muerte,
su silencio es una lengua demasiado distinta
para que vosotros podáis haceros fuertes en ella:
precisamente a su alrededor gira el torbellino.

de la vida. Y vosotros tenéis miedo
de vuestra santa muerte, del caos que supone:
vuestro unilingüismo es una defensa.
La Lengua es oscura,
no límpida –y la Razón es límpida,
no oscura. Vuestro Estado, vuestra Iglesia,
lo quieren al revés, con vuestro asentimiento.

Son infinitos los dialectos, las jergas,
los acentos, porque es infinita
la forma de la vida:
no hay que acallarlos, hay que poseerlos:
pero vosotros no los queréis
porque no queréis la historia, soberbios
monopolizadores de la muerte: los poetas
hablan como curas, y, proféticas,

gritan victoria, en torno,
las Casandras. El tiempo de las esperanzas ya pasó.
Tenían razón ellas, escondidas
en las parroquias.
Ahora resurgen a la luz del día,
cornejas de las angustias privilegiadas,
de las libres esperanzas impuestas
por la fuerza del capital que no se extingue.
¡Gadda! Tú que eres lengua oscura,
y razón oscura,
refuta sus interesadas lisonjas
con tu límpido razonar.
Moravia, tú que eres límpida lengua
y límpida razón, rechaza su perverso
utilizarte, con la oscura obstinación

de tu energía... Estoy solo,
estáis solos. En esta lucha que es la lucha
suprema, porque resume cualquier otra,
nadie nos oye.
Querrían reducir el hombre a la pureza, ellos
que son el caos. Ojalá se abra
bajo sus pies la tierra y hablen
su esperanto en el infierno.
Y, sin embargo, también quien valoro y amo,
con quien tengo en común gran parte
del alma, sólo conoce de la lengua su externo
valor de historia, como si la historia
llevase a la unidad, a un punto
supremo que nivela
toda pasión, como si su fin fuese

la homologación de las almas. No, la historia
que será no es como la que ha sido.
No tolera juicios, no admite órdenes,
es realidad irrealizada.
Y la lengua, por ser fruto de siglos contradictorios,
contradictoria –por ser fruto de orígenes
tenebrosos, se integra, nadie lo olvide
con lo que será y todavía no es.
Y este ser suyo –libre misterio, riqueza
infinita– quiebra ahora
cada límite logrado, cada forma permitida.
Quemar las instituciones,
magnífica esperanza de quien ahora gime,
es una esperanza que no puede prever las reales
pasiones que nacerán, ni los sonidos

nuevos de sus palabras.
Que no pregonen los católicos la grandeza
del pasado, chantajistas: la Desesperación.
Pero que los comunistas no habitúen
los corazones al esquema y a la renuncia
con la esperanza: con la grandeza de la Revolución.
La reacción se refleja en la lengua.

Y la lengua de sus palabras es la lengua
de los señores y sus masas de siervos.
Incluso aunque sea vívida y ferviente
cuando juzga o acusa –ensayo,
arenga–, si es fruto
del hombre burgués –que se arroja
a las nuevas conquistas, viejo e indigno
de corazón– no puede expresar más que al hombre

entero, en su histórica miseria.
No hay salida, incluso quien disiente
es también ese hombre miserable, desalmado,
estúpido, frío, irónico,
que vuelve sectaria su más seria
pasión, y no cree en las pasiones de los otros...
Y en esto comparten los días de la distensión
enemigos y amigos: vuelve a empezar la guerra ruin
del descrédito, de la malicia,
de la ofuscación de célula
o sacristía: y vuelve el estilo
de otro tiempo, en los corazones
como en los versos: y es mejor morir:
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Pier Paolo Pasolini
La religión de mi tiempo
Traducción: Olvido García Valdés
Icaria, 1997.

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