viernes, junio 07, 2013

El arte literario y las preocupaciones mercantiles


Monsieur Emile Fabregue ha iniciado en la Nouvelle Revue una información sobrado interesante:

"¿Creéis --pregunta-- que el arte y la literatura atraviesan en este momento una crisis, en razón del desenfrenado triunfo del dinero? ¿No es cierto que las preocupaciones mercantiles oscurecen y rebajan el ideal de los trabajadores intelectuales?"

Entre las respuestas dadas, es digna de notarse, por lo concisa, clara y ejemplificada, la del popular humorista del Matin, H. Harduin:

"Dos poetas muy grandes --dice-- han brillado en el siglo XIX: uno de ellos, Víctor Hugo, fue administrador vigilante, cuidadoso, de su patrimonio intelectual, y extrajo de su producción literaria todo lo que ella podía dar.

"El otro, Lamartine, no tuvo preocupación mercantil alguna. Pródigo, sin cuidarse ni mucho ni poco de sus intereses materiales, Lamartine fue también un poeta de genio. De suerte que ni las preocupaciones mercantiles, ni la ausencia de ellas, parecen tener una influencia sobe el ideal de los trabajadores intelectuales.

"Remontándonos un poco, encontramos a Beaumarchais, hombre de negocios, sobre todo mañoso y sin escrúpulos. No obstante eso, dejó dos obras maestras. Voltaire estimaba que el dinero era cosa muy necesaria y se ocupó siempre de ganarlo.  No por eso dejó de ser Voltaire.

"Si Corneille hubiese tenido los medios modernos de sacar partido comercialmente de sus obras, nada indica que hubiese dejado de componer el Cid. ¡En cambio, ya viejo, se hubiese abstenido probablemente de escribir Pulchérie, Surena y también Agélisas!

"Conclusión: Se puede con preocupaciones mercantiles ser un grande hombre. Se puede sin preocupaciones mercantiles ser un imbécil".


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Estas ideas se esfuerzan justamente por romper un cliché absurdo: el de que todo trabajo intelectual debe estar reñido con el negocio; cliché que condena al hombre de genio a la incapacidad de ganar dinero, sin tener en cuenta los nombres que cita Harduin y otros que no cita: el de Shakespeare, por ejemplo.

Las juzgo, pues muy loables, y de tal manera se parecen a las mías, que encuentro entre mis más recientes notas a propósito de la muerte de un americano poeta y banquero, míster Edmundo Stedmann, presidente del Instituto Nacional de Artes y Letras, los párrafos siguientes, que copio, entre otros, por lo que tienen de oportuno y de actual:

"El poeta, como respondió muy bien uno, español, a cierto infatuado extranjero que se lo preguntaba desdeñosamente, sirve para hacer todo lo que hacen los que no lo son, y además, versos.

"Con este criterio, que es e verdadero, ¿por qué sorprenderse de que Shakespeare haya ganado dinero y de que Víctor Hugo haya muerto rico?

"De Shakespeare se afirma que desde niño comprendió el valor del oro, porque su padre, que fue rico en un principio, se arruinó después. Durante su agitada existencia, que no careció de borrascas, compraba y vendía sucesivamente tierras, valiéndose para ello de las sumas que ganaba con sus producciones. Se calcula que el precio de venta de cada obra suya era de 150 a 275 francos, siendo ciento el de cada una de las obras reformadas que vendía. Se calcula, asimismo, que las 19 comedias y tragedias que escribió desde 1951 a 1599, le produjeron como 500 francos anuales cada una. Como los empresarios se oponían ala impresión de las obras de teatro que habían pagado, por el recelo de los plagios, en una época en que la propiedad literaria no estaba debidamente garantizada, pocas piezas e Shakespeare se imprimieron durante su vida; pero, en cambio, sus derechos de autor, --si así podían llamarse entonces-- le valieron hasta 5,000 francos al año, en tiempos en que el dinero valía cuatro o cinco veces más que hoy.

"En cuanto a Víctor Hugo, harto reciente es su historia para que digamos cómo labró su riqueza".

Entendámonos, pues; los poetas, encontrando que el aplauso, el renombre, eran más tentadores que la fortuna, han solido ser negligentes o desdeñosos para el negocio, resolviendo en otra forma el problema de la dicha personal; pero esto, que se debe a deliberada voluntad (no de otra suerte que la elección de la Santa Pobreza hecha por los místicos), nunca significó impotencia, como cree el vulgo, para los números. También los números son una armonía.

¿No se llamaron, por ventura, números los versos antiguos? Así, pues, cuando la felicidad se compraba con un noble gesto, con un armonioso verso; cuando las mujeres amaban las justas gayas, los floridos torneos, el poeta pagaba con belleza, con ideal, con ensueño.

Hoy ciertas satisfacciones sólo pueden obtenerse con oro, el poeta baja de su trono de dios indiferente y lo conquista.

Y entiéndase que cuantas veces he dicho poeta no he pretendido designar tan sólo al que hace versos, sino a todo aquel que en prosa o en verso ha acertado a expresar el ideal de la raza, la hondura de la emoción ambiente o su propia hondura y su propio ideal.


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La incompatibilidad de la matemática con el talento poético y literario es falsa: la han propalado aquellos enemigos de los poetas a quienes no les fue posible emularlos.

Por tanto, a la pregunta de si el arte y la literatura atraviesan en este momento una crisis, consecuencia del triunfo desenfrenado del dinero, hay que contestar tal vez que sí; pero a la pregunta de si las preocupaciones mercantiles rebajan y oscurecen el ideal de los trabajadores intelectuales, hay que contestar desde luego que no.



Amado Nervo
La lengua y la literatura
Editorial Calomino, 1946.

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