martes, enero 07, 2014
Tres poemas de Tomás Harris
Que William Blake no se levante de su tumba
He orado para que William Blake no se levante de su tumba.
He oído noticias, de boca en boca, de trueno en trueno,
las noches de este crudo invierno, acá en Ciudad Gótica.
Todas dicen que William Blake se levantará de su tumba.
Dicen que los años de muerte borran las huellas del lenguaje.
Cómo no, si los gusanos han corroído el cerebro
que alojaba las palabras y sus visiones.
No todo hombre es capaz de aguzar sus visiones hasta producirlas
en un estado que podríamos llamar iluminaciones negras.
No, que William Blake no se levante de su tumba,
como se anda corriendo la voz.
¿Qué sería de Ciudad Gótica con esa sombra atroz arrastrándose
por los muros?
Yo tengo mujer, o una loba, no importa, que cuidar,
por eso no quiero que un tipo capaz de matar a un inocente
con tal de no apagar sus deseos se levante de su tumba.
Poseo una hermosa gruta ornada de estalagmitas
y estalactitas fluorescentes,
un jardín donde deslumbran los fuegos fatuos.
¿Cómo permitir entonces que ocurra este rumor,
este demasiado rumor, que William Blake se levantará
de la tumba al séptimo día del séptimo mes del séptimo siglo?
Anatema sea: The cut worm forgives the pow.
Edipo medita sobre algunos onomásticos de Colono, la ciudad blanca
En Colono, todos los sitios llevan el nombre de la ciudad.
La taberna donde recalan los desterrados, se llama Bar Colono.
Los galpones donde se cobijan los excluidos, Posada Colono.
Las encrucijadas fatales, Cruce Colono.
Los arrecifes, sirenas del suicida, Fiordo Colono.
Las desamparadas chozas de farolas rojas, Burdel Colono.
La caverna postplatónica de sueños de marfil, Cine Colono.
El muro de los lamentos, Memorial Colono.
El vado donde anclan las negras cóncavas naves, Puerto Colono.
La jaula para los rayados, Manicomio Colono.
Las grutas de Eolo, Colono Telephon Company.
También existen diseminados por la blanca ciudad,
un Bazar Colono, un Cibercafé Colono, un Laberinto Colono,
una Estación Colono, la ardiente Boite Colono,
y el perro vagabundo supurante y baboso,
al que todos los habitantes de la ciudad le dicen
Colono, Colono, y cuando se acerca, algunos le patean
el hocico y otros le tiran hogazas de pan duro;
y el Circo Colono, con sus tragafuegos asirios
y écuyers esclavas de Asia Menor
y para que todos recordemos
que aunque creamos ser caminantes en Colono,
pasajeros de una temporada imprecisa y fugaz,
viajeros de una noche de verano y cigarras,
desterrados que después de 7 lunas y 7 soles pardos,
atravesaremos, como si no hubiese alambradas
y focos potentísimos, sus fronteras,
más blanco que toda la ciudad, el Cementerio General de Colono.
Fenomenología del villano de estos poemas
Tengo sexo.
Todos los crepúsculos los ofrendo al sexo.
Mi mente es un cenicero de boite manchado de sexo.
De cenizas amargas de sexo.
Copulo con lo que me ponen por delante.
Lo que venga de los Reinos que configuran el Cosmos:
Animal, Vegetal, Mineral, Onírico, Barro o Sal.
Tengo tanto sexo: por las calles del puerto, en las ruinas
de Palacio, en las ciénagas con las salamandras,
sexo, en los museos de mis dominios, sexo,
bajo los Caspar David Friedrich, los Giger, los Goya
y sus brujas untadas y todos los cabrones de la Landa.
Me revuelco y hozo en las brumas ocres
como el viajero en el mar de nieblas,
y los cuerpos y las rocas mutan en niebla sobre mi cuerpo.
Tengo demasiado sexo. ¡Uf!
Por delante, por detrás, cunnilingus o
por las rendijas de la mente.
Mi glande es una Gigante Roja.
Y fumo mucho, tanto, y bebo alcohol y canto cuando
fornico sobre el dosel de nieblas de Caspar David Friedrich.
Y bebo, chupo como cochero cósmico,
como el auriga de Baco,
el más curagüilla de todos los dioses,
y me inflo como Zeppelin, Led Zeppelin y vuelo
Escalera al cielo y busco al mejor de mi marranitos,
macerado en sangre,
y le paso la lengua y lo destapo
como un odre para que me inunde su sangre púrpura.
Me ducho con su sangre púrpura
y abro la boca bajo esa ducha orgánica y tibia,
y tengo la lengua pesada de sangre,
y todo mi corazón es una boca llena de sangre,
no, unas fauces acechando
en los altares de Caspar David Friedrich,
unas fauces llenas de colmillos rojos de sangre y muescas
de los que he bebido, cerditos o marranitas,
me da lo mismo, porque también mamo como condenado.
Le chupo las tetas a la muerte. ¡Uf! ¡Glup! Dan tiritones.
Tomás Harris
Los sentidos del viaje (Antología)
Selección: Cristián Gómez y José Molina
Filodecaballos, 2013.
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