domingo, enero 07, 2018
Una vida en refrigeradores
I
Por alguna razón, el primer refri,
quizás por el vapor del keroseno,
es color nicotina. Por eso bufa.
Al acercarme, mi nariz se tapa
y siento un poco de asfixia
y dejo de respirar
detrás de mi garganta.
El espacio para los alimentos semeja
a una pequeña alacena.
Es necesario que mi padre y dos hombres más
lo saquen de la cocina.
II
Compramos el Pope. Es blanco y eléctrico
y tiene un compartimento para congelador. Paso el tiempo
abriendo la puerta para sentir el compromiso
y la ruptura de la manija.
La frase cierra la puerta se vuelve
cotidiana. Empieza una
larga cadena de explosiones,
la detonación espumosa
de botellas de cerveza. Cubetas de helado
y escarcha habitan el espacio junto con el olor blanco
de las cubiteras de aluminio.
III
En un año de abundancia llega el refri de dos puertas,
único por su mantequillera, cálido territorio
en la relumbrante limpieza. Tiene huevera,
una bandeja para carne. El congelador es más espacioso
para enfriar tarros de cerveza.
Un día estoy limpiándolo
y rompo la balda abatible de la mantequillera.
Desde entonces, la puerta rota se burla de
mi torpeza.
IV
Al dejar la casa paso dos semanas sin refrigerador,
mientras tanto en el de alguien más una vieja nevera
gotea, como la vida adulta, mientras la transportan
a la cocina de la avenida McEvoy. Al principio está vacía
y tose mecánicamente, un
temblor nocturno, como si soñara
olvidar cómo se respira, entonces el motor se relaja
y comienza a andar.
V
En un departamento amueblado en Norwood, la puerta del refri
tiene un frasco con mezcla de albaricoque,
color turquesa por tanta semilla. Abandonado
se fermenta en un luminoso caroteno,
precoz se añeja en alcohol. Hecho por mí.
VI
Calle Stafford 22A, tres habitaciones
una seguida de otra, un seminuevo sin el lujo
de un pasillo o un refri. Emeric del 22
me visita, no deja de hablar de un Canuk. Mientras
batallo con mi primera masa fermentada, él sufre un paro cardiaco.
Llamo a la ambulancia para no resucitar sus labios azules.
Tanto él como la masa se recuperaron.
Mientras está en el hospital, exhumo su refrigerador,
lo instalo en mi cocina, remuevo
de su pecho vacío la chuleta gris
causante del infarto. El olor a chucrut permanece.
VII
Con el tiempo aprendo cómo lo frío estruja
al agua en el aire, miro el cambio de la nada a hielo,
observo la ineficacia del sistema aislante de frío directo.
Soy aprendiz del descongelamiento, estudio sus flaquezas
con cuchillos de mango duro y fuertes láminas de hierro,
destilador conectado, cauterizador, cordeles húmedos de algodón
para hacer crepitar la escarcha. Lo combato con cacerolas de agua hirviendo,
uso secadoras de cabello e instrumentos con punta chata,
limpio con un par de esponjas de secado rápido
y exprimo los trapos de cocina, el granizo de las viejas toallas de baño,
y el placer de cavar el techo del congelador,
el lavaplatos es una geografía del deshielo en peltre blanco.
VIII
En un departamento sobre una tienda en la calle King William
vivo yo, alejada del mundanal.
A uno de mis dos amables amigos le salió una hernia
mientras cargaban el peso muerto del refri
al subir unas escaleras de madera tipo Marlene Dietrich.
IX
Un joyero blanco con material biológico sospechoso
cuyo exterior tiene una pizarra para la palabra del día
y pseudónimos, p. e.: fanfarrón,
Hugo-cara-col-ito, el pez que baila vals,
sobre el piso de la cocina alfombrado con termitas.
X
Ser adulto en Darlinghurst
es comprar un refri en la tienda antigua
de electrodomésticos en la calle Oxford. Un día encuentro,
en una meseta coronada de polvo y recibos,
dentro de un frutero, un plátano
tan negro y espeso como cerveza oscura.
Me mudo semanas después.
XI
El refri que habita en Newtown chirría
al chico que tiene su propio estilo para picar alimentos,
pero algo va a cambiar: al mudarme
el aparato se convierte de pronto en un extraordinario
y complejo desconcierto de comida, de vegetales
y quesos, codorniz, panceta, cangrejos areneros,
chutney de limón caramelizado, gordos círculos
de pastel de chocolate con whisky, sauvignon blanco y hielo picado
para mezclar con Cointreau, y en días festivos
el baño se convierte en un congelador.
XII
Al llegar a este departamento me siento atraída por el frigobar
y lo abro en cámara lenta
aunque mira mi intrusión.
Me agacho como Alicia, mis ojos son Polaroids, incluso ahora puedo ver aquel iceberg de lechuga
y el paquete de raviolis congelado marca Latina.
XIII
La vida es un revés, también el refri.
Un bebé más y el congelador se llena de botellas amarillas,
su mosaico de fractales de hielo irradian en tenues rayos. Después
de que la primera prueba de embarazo sale positiva, cada día las acumulo en una pila
(la tasa de flujo no se da por episodios), permanecen congeladas
-salvo la primera-, ninguna otra de esa ordeña es usada.
Las repisas del electrodoméstico parecen inestables,
me vuelvo hábil para atrapar el montón de tarros y tuppers
que se resbalan, los sostienen brazos, pecho y rodillas,
hacen lo que pueden para sobrellevar estas sorpresas.
XIV
Llegan los imanes, los primeros son las veintisiete
letras del pinche alfabeto, las cuales recojo
mil veces a la semana,
luego una vaca de madera, una chuchería en forma de fruta,
los rectangulares con los números de plomeros y
exterminadores, toda clase de manifestaciones atractivas
como dibujos, fotos, listas del súper
en un perímetro cuadrado que ajusta gravedad, superficie
y profundidad del terreno contra ellos.
XV
En una cascada de infortunios y consumismo, un megalitro
de HCFC del depósito del dispensador de hielo cae como plomo -afila
sus dientes, entrelaza sus engranes y expulsa cubitos idénticos-; tiene la opción
de moler hielo estilo vintage.
En su interior hay una sobrepoblación de deshechos, un montoncito de alimentos,
hay de todo: tres tipos de yogur, cinco de chutney,
seis variedades de quesos suaves, el trayecto de la Tardis a través de la materia oscura,
el tiempo y la comida. Y también está el refri de Boyle, como los artículos
que requieren refrigeración gaseosa para dilatar y llenarlo.
Es magnético, pluralista y anterior a que las puertas
giraran para abrirse. El exterior es una documentación pública de la vida familiar;
sobre su interior, pido a las visitas no abrirlo,
es como mi inconsciente, tiene cosas bonitas
y otras que no querrían conocer.
A manera de ejemplo, el término cajón de verduras
es un oxímoron, levanto cuidadosamente una calabacita aguada,
ligeramente amarilla y espumosa, le tomo una foto y la pego en la puerta.
Carol Jenkins
Fishing in the Devonian
Puncher and Wattman, 2008.
Traducción: Lorena Huitrón Vázquez
Versión cedida por la traductora para Nueva Provenza.
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