sábado, julio 21, 2018
Tres poemas de Thaís Espaillat
Creo que ya entiendo algunas cosas
A las seis de la tarde
las aves blancas
¿garzas?
de los manglares
se sientan a pensar
que quieren hacer música como Brian Eno.
Entonces llaman a Brian Eno
y le dicen:
Hola,
te tenemos una canción.
Imagina que eres un ave blanca
¿garza?
en un manglar
y la tarde se va pareciendo a un papel quemado.
Un ave blanca
¿garza?
que quiere hacer música como tú.
Entonces Brian Eno se levanta de su silla
y agarra su falda
¿garza?
punta por punta
hasta que encuentra las dos puntas que más le gustan
y dobla sus rodillas en agradecimiento
y las aves blancas
¿garzas?
cierran el teléfono.
El mundo me ataca constantemente
Los insectos saben
protegerse del mundo
mejor que yo.
Sus mecanismos
de defensa son:
exoesqueletos
piedra maciza tornasol,
picaduras
hinchazón molesta mortal,
alas
miedo sembrado profundo,
largo etcétera para los entomólogos.
Yo de eso no tengo nada,
sólo el miedo.
Soy bolsa blanda de carne,
blanca,
roja,
hueso por dentro inútil frente
al metal, a las lluvias de meteoritos.
No podría sobrevivir un ataque nuclear
ni una infección mal manejada.
Al fuego que crea bolsas de agua
no le haría gracia mi sarcasmo,
mis canciones encontradas
en YouTube,
en Spotify,
los algoritmos son mi única religión.
Al mar que puede tragarse
todas las calles
que recuerdo
no podría pararlo
con palabras robadas,
fotos de mi celular,
mis likes
en Instagram.
Mis mecanismos de defensa
fueron creados por niña
asustada debajo
de asiento de carro,
detrás de puerta entreabierta
(te saco la lengua,
te muerdo,
cuidado, cuidado).
Mis mecanismos de defensa
no sirven de nada,
son memes de perros
con lentes de sol
en medio
de la tercera guerra mundial.
Consuelo,
inservible,
como el de saber
que mi única ventaja
sobre las hormigas
es que si me pisan,
yo puedo pisar también.
Ya voy llegando
Estábamos oyendo cumbia
subiendo el Malecón
y un letrero azul decía:
"doble aquí".
Bueno,
dale,
si usted lo dice.
Y subimos la calle amarilla
hasta la esquina número tres
y dejamos a Víctor en su casa.
Seguía sonando
alguna cumbia peruana.
Me acordé de la minivalla
que había visto hace cinco minutos.
Un gringo rubio de stock
apuntaba de muerte
a un vaso de cerveza casi de su tamaño.
Una batalla del hombre
contra la noche,
contra un error efervescente
o algo así.
El punto es que decía
que si manejas no deberías de beber.
Bueno pero ya estábamos
llegando a tu casa,
así que no importaba tanto.
Ni las cervezas,
ni la otra cosa,
ni la licencia vencida.
Uno se vuelve las cosas que odia,
a veces.
Thaís Espaillat
Poemas cedidos por la autora para Nueva Provenza.
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