miércoles, mayo 14, 2025

Dos poemas de José Carlos Yrigoyen

Isa Brunke

La vida funcionaba, aunque no sabíamos cómo.
Sólo en la casa de Isa podíamos huir de la profunda presión
de la realidad, del discutible sentido cromático de los años
ochenta, semejante a una secuencia de diapositivas oscuras
donde apenas si adivinábamos el rostro de nuestros parientes
que miran a la cámara como si estuvieran frente a un eclipse
sagrado. Sólo en la casa de Isa podíamos evadirnos juntos
cuando las noticias del día atravesaban las paredes, cuando
la cabeza de la primavera asomaba dando voces, portando,
maliciosa, los tres cuernos de la fiebre. Sólo en la casa de Isa
el viento llegaba a pedirnos consejo como un hijo rechazado
por el ejército, sólo ahí la muerte era un detalle arbitrario,
una intersección accesoria entre el animismo y la vivencia.
Como el mar, a la casa de Isa debías entrar de ciertas maneras;
de lo contrario, podía tragarte igual que una tumba humeante.
¿Qué más esperar de una chica de catorce años, coleccionista
de cráneos de roedores y lagartos, de esqueletos de pirañas
que solicitaba por correo, recortando los cupones de siniestras
revistas que nunca más volví a hallar en ninguna otra parte?
En esa casa todo sucedía como dentro de un platillo volante:
las salas y los cuartos se iluminaban y zumbaban de pronto.
Pero Isa permaneció entre los humanos por algún tiempo más.
Murió a mano propia en Múnich antes de cumplir los treinta.





8

Mi hija corre hacia la estación como un pájaro despeinado que se aleja
               las autoridades de mi alma confiscan este cuaderno de apuntes
un grupo de jóvenes se aglomera en las inmediaciones
                                                            del Ponte Vecchio
muchachas demasiado hermosos para ser tomados en serio
                      entre ellos merodeo voraz como un virus amazónico
cómplice como los caballos de los desertores
             tanta belleza corresponde a la vida breve de estas lánguidas
flores estivales
                              las existencias extensas son más bien propias
de detestables hacendados y predicadores
                           y de los ritos de cazadores y labriegos
mi hija y yo viajamos en tren toda la noche
              atravesamos pequeñas cuidades camino a Liubliana
                                       que este poema ha silenciado
después Austria fue un montón de luces dispersas en una oscuridad
malsana
Cuando a mitad del viaje nos permitieron cenar por media hora
me retiré hacia un vestigio solitario
              y dispuse lo que me quedaba de hierba en un cáliz
                                           y lo encendí
y durante algunos minutos pude envolverme en las amadas brumas
me distraje con las imágenes que nacen al entrecerrar los ojos
             mi yo lírico me sorprendió ensimismado mirando el río
                    donde flotan los desperdicios que produjo un concierto
celebrado no muy lejos de aquí, en el terreno
que alguna vez perteneció a un autocine convertido en cáusticas ruinas
                            mi yo lírico entonces me injuria y me desafía
               ya que estamos afuera podemos resolverlo como hombres
                                                         pero el frío nos detiene
pero esta convicción me paraliza:
              nunca ofendas a quien tiene una imagen entre manos
nunca perturbes a quien lleva una imagen oculta en su chaqueta
              me reúno con mi hija
              en la atestada cafetería de la terminal de autobuses
                            en este juego siempre se pierde, le digo
no hay forma de reconocer las intenciones de este texto
                                            carece de narrativa o prescripción





José Carlos Yrigoyen
Libro de Zoe
Personaje Secundario, 2024