miércoles, mayo 28, 2025

Cuatro poemas de Augusto Sonrics


Detrás del crush hay otro crush
que también disloca ilusiones
y rompe relojes bajo el sol
para hacerle ojitos a tus traumas.

Su piel también está marcada
por los suaves filos de los sueños.
Y en su boca hay un cementerio
que suena a discoteca.

Hay que hacer una narrativa
con las piezas que sobraron
la última vez que compartimos algo
en redes sociales.





¿Cómo le digo al algoritmo
que no me muestre tus historias
a menos que las subas pensando en mí?
Me derrito como hielo afuera de una hielera
en un lugar donde llega a 40 grados
y no hay calentamiento global.
Si dios no hubiera querido que me crushara,
no te hubiera puesto en mi camino.
Ni modo de no seguirle el rollo.
Eres poesía literalmente pero todos también.
Aun así me divierto escribiéndote poemas,
como un adolescente que mira flores en su teléfono.
Soy ese encendedor que te llevaste sin querer
y no piensas regresar. No pasa nada.
Puedo encender una fogata con mi corazón:
pronto habrá luna llena.





De cuando caminaba a lecturas de poesía
con la cabeza llena de máquinas descompuestas
y sobre mis ojos aterrizaban ovnis
abduciendo mis ganas de besar a la vida.
En mi mochila un jarabe
y folletos para engrandecer el universo.
Poseído por submarinos que implosionan
como noches ante el peso de la memoria.
Una oda a las personas que dejaron de seguirme
y a las tortas de tamal afuera del metro.
Inhalábamos versos, no líneas
y sus ecos corrompían nuestros sentimientos,
como un televisor descompuesto
en la década de los noventa
cuando las nubes se nos presentaban
como malvaviscos envenenados
y mi corazón era una bola de disco
en una discoteca embrujada.
Mis amigos bailando con los ojos en blanco
a punto de ser atropellados
por un tren cuya estación no pudimos demoler.
Nuestros restos en el fondo del mar
resguardados por pandillas de pulpos
dispuestos a acuchillar la esperanza.





Veo cómo te sumerges en una tina de four loko
y se antoja
rodearme de auroras boreales
cambiar de lugar con mi sombra,
quemar un invernadero y mover las antenas,
espantar los visuales
que traen la música al templo.
Hay flores subliminales en tus ojos.
Las luces cambian de color sin razón.
Nieva en mi interior y he aprendido
a no salir de mi cuerpo sin pagar la renta.
Ahorro para aburrirme dignamente.
Hay brillos que se quedaron en mi visión
y combinan con tus tatuajes.
La luna llena se detiene,
la noche se desplaza.
Eres un imán de naufragios.
No quiero volver a casa.





Augusto Sonrics
Mentiras de poetas
Juan Malasuerte, 2025

miércoles, mayo 07, 2025

Dos poemas de José Carlos Yrigoyen

Isa Brunke

La vida funcionaba, aunque no sabíamos cómo.
Sólo en la casa de Isa podíamos huir de la profunda presión
de la realidad, del discutible sentido cromático de los años
ochenta, semejante a una secuencia de diapositivas oscuras
donde apenas si adivinábamos el rostro de nuestros parientes
que miran a la cámara como si estuvieran frente a un eclipse
sagrado. Sólo en la casa de Isa podíamos evadirnos juntos
cuando las noticias del día atravesaban las paredes, cuando
la cabeza de la primavera asomaba dando voces, portando,
maliciosa, los tres cuernos de la fiebre. Sólo en la casa de Isa
el viento llegaba a pedirnos consejo como un hijo rechazado
por el ejército, sólo ahí la muerte era un detalle arbitrario,
una intersección accesoria entre el animismo y la vivencia.
Como el mar, a la casa de Isa debías entrar de ciertas maneras;
de lo contrario, podía tragarte igual que una tumba humeante.
¿Qué más esperar de una chica de catorce años, coleccionista
de cráneos de roedores y lagartos, de esqueletos de pirañas
que solicitaba por correo, recortando los cupones de siniestras
revistas que nunca más volví a hallar en ninguna otra parte?
En esa casa todo sucedía como dentro de un platillo volante:
las salas y los cuartos se iluminaban y zumbaban de pronto.
Pero Isa permaneció entre los humanos por algún tiempo más.
Murió a mano propia en Múnich antes de cumplir los treinta.





8

Mi hija corre hacia la estación como un pájaro despeinado que se aleja
               las autoridades de mi alma confiscan este cuaderno de apuntes
un grupo de jóvenes se aglomera en las inmediaciones
                                                            del Ponte Vecchio
muchachas demasiado hermosos para ser tomados en serio
                      entre ellos merodeo voraz como un virus amazónico
cómplice como los caballos de los desertores
             tanta belleza corresponde a la vida breve de estas lánguidas
flores estivales
                              las existencias extensas son más bien propias
de detestables hacendados y predicadores
                           y de los ritos de cazadores y labriegos
mi hija y yo viajamos en tren toda la noche
              atravesamos pequeñas cuidades camino a Liubliana
                                       que este poema ha silenciado
después Austria fue un montón de luces dispersas en una oscuridad
malsana
Cuando a mitad del viaje nos permitieron cenar por media hora
me retiré hacia un vestigio solitario
              y dispuse lo que me quedaba de hierba en un cáliz
                                           y lo encendí
y durante algunos minutos pude envolverme en las amadas brumas
me distraje con las imágenes que nacen al entrecerrar los ojos
             mi yo lírico me sorprendió ensimismado mirando el río
                    donde flotan los desperdicios que produjo un concierto
celebrado no muy lejos de aquí, en el terreno
que alguna vez perteneció a un autocine convertido en cáusticas ruinas
                            mi yo lírico entonces me injuria y me desafía
               ya que estamos afuera podemos resolverlo como hombres
                                                         pero el frío nos detiene
pero esta convicción me paraliza:
              nunca ofendas a quien tiene una imagen entre manos
nunca perturbes a quien lleva una imagen oculta en su chaqueta
              me reúno con mi hija
              en la atestada cafetería de la terminal de autobuses
                            en este juego siempre se pierde, le digo
no hay forma de reconocer las intenciones de este texto
                                            carece de narrativa o prescripción





José Carlos Yrigoyen
Libro de Zoe
Personaje Secundario, 2024