Lo que nos queda
Un rato antes de salir de Cuba
voy a despedirme de esos pájaros
como locos gorjeando entre los árboles
del hotel Nacional, y ahí, la mejor
conversa de estos días tiene lugar
cuando le pregunto al jardinero
cómo se llaman ésos, los negritos
que cantan lindo entre las ramas y él,
negritos, dice despacio, parando
de cortar el pasto y después de mirarlos
bien, grajos les llaman los europeos
y son limpitos mire usted, bañándose
en la fuente y ahí nomás empieza
a silbar dialogando hasta que su silbo
cambia tras un silencio por otro
de qué belleza ¡señor! y sus ojos
se mueven a las ramas de un majagua,
sinsonte, dice, fino y delicado
en sus plumas y en su canto, vaya ahí,
bajo esos árboles a verlo y yo
obedecí, con los pitirre chiflando
y la tojosita en su dulce cucú
de torcaz, el mar enfrente y los turistas
detrás en el tumulto de las hojas
desaparecen, en el verde donde
busco la voz del sinsonte y me arrulla
la cortadora de pasto que de a ratos
se opaca por el silbo del jardinero
llamando a su compadre y que cante
para mí, el mejor poeta cubano
un rato antes de salir, negritos, sí
eso me dijo, y el resto es canto
Hilos
Buscando un alfiler abro esta cajita
de lata redonda y rosada
que me acompaña por las islas
de casa en casa y encuentro
un sin fin de hilos de colores,
los hilos que mamá me regalara,
su mano protectora dispuesta
a prever necesidades y acaricio
los hilitos como si así pudiera
rozar su mano en los detalles
del infinito abanico que aparecen
igual a un collar de perlas día a día
desasidas rodando con fulgor
y agradecida pena en mi corazón
por lo vivido como si fueran
algo natural esos gestos
que recibimos sin prestarles
la atención debida y se consagre
el instante que advertimos
mucho después frente a estos hilos,
azul perlé y sedativas rojas,
hilván blanco y fuerte el cadena
negro con botoncitos para posibles
arreglos en una casa que hoy
tu hija, vieja ya, y huérfana
aprecia con lágrimas en los ojos
La luz infinita
¡Mirá Elda! exclamó mi padre abriendo
el hueco de sus manos donde yacía
un milagro de plumas verdiazules
quieto y reverberando bajo el sol
del verano, mi madre lo tomó
como a un pequeño hijo delicado
y mojando sus dedos dejó caer
unas gomitas de agua sobre el pico
mientras le acariciaba dulcemente
la cabeza y le decía despertate
al colibrí parado ahí en sus dos
patas alzando el vuelo ante los ojos
de María y José, que iluminados,
no pensaron en la resurrección
y me contaron una y otra vez
que el agua lo salvó de su desmayo
Diana Bellessi
Variaciones de la luz
Visor, 2011.
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