Aladierna
Perdure el brillo de la tela de araña
lo que arde el rocío en disiparse
en mínimas celadas
así por la maestría
de un rapto de luz que a duras penas
ejecute entre pétalos su fugaz testamento.
Procesión (Greenlake)
Los más respetuosos (destos)
caminantes
que educadamente mondan
su tiempo
alrededor (del charcazo)
cuatro patas tienen y una
cola.
Encargos del sábado
Mi hija escoge una lechuga
discreta como el ombligo
de un donut.
Pero no hemos venido a la tienda
esta tarde por una lechuga
ni por una caja de spaguetti
ni una botella de vinagre
ni un pan francés (ya frío)
de la mañana.
A la salida
después
de pagar estas cosas
recordamos:
vinimos a la tienda
a comprar el periódico
del domingo.
Rapto campestre en Cieneguilla (Lima, agosto 1992)
Para Luis Miguel, que compartió esta visión
El restorán-recreo se llama La Dulzura
en la luz y el aire limpio
de Cieneguilla:
3 Sapos,
canchas de volley o badminton
y un golfito.
Cerveza helada, platos
criollos, atención exclusiva y los domingos
tamalitos verdes (piqueo).
Lo proclama el cartel.
No hay camarones a la piedra:
el río Lurín hace dos años
es con las justas un cabello de ángel.
Entramos por una chela.
Familiones
bajo toldos del jardín.
(Ingenuotes. Ni se les ocurre
que esta compaña, a lo sumo,
durará un semestre.)
Quizá la respuesta esté
en ese chasquido sonoro que casi
la desfigura,
un eco labial
de platina y chocolate.
Castañeteo
impúdico.
Aunque más temprano que tarde
--lo intuimos-- la diosa recelará
su voz.
En cambio la manada
ni por aquí adivina
el sabor a lo sacro.
Apuestan ahora
que Alianza le ganará a Cristal.
(Fiebre de manganzones, caso perdido.)
La hemos hecho muy larga. Terminamos
no una sino varias chelas.
Las familias se fueron yendo
como el sol de Cieneguilla.
Pero
la Brasa sigue
en su hornacina, sonriente,
mientras los torpes delfines
del pensamiento
lanzan las fichas y nunca
le embocan al sapo. (La suerte
ya está echada.)
La hora de retirarse coincide
con el frío de la tarde
en Cieneguilla.
Le decimos adiós
a qué Dulzura.
Sin saberlo
nos hincamos.
Pero nada nos responde,
ni el más leve
gesto.
Edgar O'Hara
En una casa prestada
Jaime Campodónico Editor, 1995.
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