¿Para qué nos sirve el arte en estos días? En La Esmeralda había de dos, los que se metían al rollo del "chido maestro, todo está chingón" y los picudazos que se recitaban a Adorno para interpretar un cuadro de manzanas. ¿Cuál era el bueno? Quién sabe, todos tenían becas de aquí y de allá, todos eran cuates y se criticaban sólo en reuniones secretas. ¿A quién podía importarle un carajo esto? No creo que sea diferente de cualquier otro ramo. Así ocurren las cosas en mi país y no hay antídoto contra el mundo. El mundo está ahí afuera: Estados Unidos matando iraquíes, israelíes palestinos, europeos turcos y africanos, ticos nicas, zapotecos mixtecos, pochos cholos, fecal amlo, norte sur, este oeste, tiburones ganarán cueste a quien le cueste. Ser fresa o ser banda ya no era opción, porque hacía un buen rato que se había instaurado el eje cultural Neza-Polanco.
Cuando se vive bajo la sospecha del arte no es necesario hablar un lenguaje único. Yo nunca tuve que decir "te amo". Me inventaba cualquier cosa y le ponía la cédula de metáfora. Una vez conocí a una lingüista que daba taller de creación en un café cerca del metro Universidad. Como todos los sábados yo iba por allí a tomar clases de alemán, a veces le caía. Ella era simpática y platicábamos a todo dar, ¿cómo decir?, estaba al nivel. Una vez me invitó a otro taller que se reunía en una casa cerca del teatro Insurgentes. No me pareció que la cosa iba de ligue porque ella no me daba bola. Así que me lancé esa tarde a la dirección que me dejó y llegué a la casa de un poeta, creo que uruguayo. Había unas doce personas y un chorro de botellas de vino y quesos. Rápidamente me senté cerca de la mesa para apañar la botella, por si se ponía muy de hueva la cosa. Comenzó la sesión y el viejo hablaba y leía que parecía un dragón. Todo el mundo se quedó volando en la silla. Al final hubo un par de comentarios, pero se sabía que el maremoto ya había pasado. La plática se relajó y los ojos de todos cayeron sobre mí cuando la chava del taller me presentó como pintor, ahí se soltó la romería. Las preguntas comenzaron sencillas, pero a los dos minutos ya era un interrogatorio, me bombardeaban con un chingo de nombres de los cuales no tenía idea. Intenté sacudírmelos con algo de expresionismo, ligando el concepto de sublime al Renacimiento, pero me cortaron enseguida con otros diez nombres que sonaban muy gruesos. El viejo poeta se dio cuenta de la paliza y se acercó a mi lado con un librito en las manos.
Tomá, me dijo, lo acabamos de publicar en la colección de la revista, es sobre un pintor que se llama van Velde, te va a gustar, era un tipo de pocas palabras, como vos, y comenzó a reír, a lo que el resto del rebaño tomó como que había terminado la madriza. Ese día me sentí infinitamente ignorante y no volví nunca más a los talleres, sin embargo, ahí comenzó todo.
El extraño caso del secuestro de los cines. Itzel estaba feliz porque las nuevas salas habían sido construidas en el complejo comercial Plaza del Valle. Yo no le veía caso tener que ir hasta allá sólo para ir al cine, el trauma del transporte lo traía muy clavado desde el DF. Al final resultó que el gobernador los había construido de su bolsa y, para asegurarse el público, mandó cerrar el resto de las salas que había en la ciudad. Por atascada que resulte la estrategia, así fue. El único que se salvó fue el Pochote y eso porque no cobraba la entrada y las pelis no eran nuevas, de lo contrario no se hubiera salvado. Cosas de ese estilo pasaban siempre, yo me quedaba perplejo con todos esos manejes. ¿Cómo era posible que nadie se quejara? Juro que a gran parte de la población le parecía una maravilla que pusieran los nuevos cines a costa de los que ya estaban, aunque fueran el doble de caros y el doble de lejos. Vaya, con decir que hasta el cine que abrían sólo para las muestras de películas independientes, que por lo general no son muy concurridas, hasta ese mandaron cerrar y jalaron las muestras para las nuevas salas. Acostumbrado al cine relegado, con mi espíritu de espectador precario en las salas de la UNAM, del Chopo o en la misma Cineteca, simplemente sentía y siento que algo no cuaja en ir a ver una muestra de verano a un Multicine, es tan bizarro como pedir una chela en McDonald's.
La situación era insoportable. Los grupos hablaban de necesidades diferentes. Luchas diferentes, pero el común denominador era la causa contra el gobierno. Nadie lo quería, lo llamaban rata. Hacían piñatas con la cabeza del góber y el cuerpo de un ratón. Era una fiesta del simbolismo. Por nada fue un movimiento social completo, pero a la iniciativa privada no le pareció. ¿Iniciativa privada? Un nombre elaborado para decir qué, ¿comercio?, ¿reaccionarios?, ¿empresarios?, ¿dueños de tiendas? Las mismas tiendas y los mismos dueños desde hace años. El hotel junto a la catedral se llama Marqués del Valle, que es una traducción de Hernán Cortés, ¿alguien lo sabe? Sí, todos lo saben. A nadie le importa.
José Molina
Caballo no entra
Luz & Sonido, 2017.
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