Divisar la muerte
Cuando finalmente mi tía abuela
en penosa ascensión al Mirador de Catarina
logró contemplar la laguna de Apoyo
--inmenso y límpido iris bajo el domo del cielo--
sus ojos estaban llorosos detrás de los gruesos lentes.
Se quedó silenciosa un momento, y después preguntó:
¿La muerte será como este cielo azul, combo, infinito?
Aguacero
Desde una ventana hermética de oficina
contemplo el aguacero.
Sobre el cinc herrumbroso
ruedan flores amarillas
de alguna acacia que se sacude al viento.
Como pez en pecera
diviso con envidia a la chavala que fui
empapada y feliz, saltando
lodazales y desoyendo llamados
para que después
la alcahueta tía abuela
a escondidas del abuelo
me secara la cabellera,
me cambiara la ropa,
me limpiara de lodo los zapatos.
Y arrebujada en colchas
tibias como el cariño,
me dormía.
¡Un viejo aguacero que logra mojarme
sólo por dentro,
está golpeando el cinc,
y ya colma canales y bajantes
y el lecho de la memoria!
La masajista
Ella envidia a sus clientas:
hermosas y esbeltas
o irremediablemente gordas y decadentes
--la flaccidez preludiando el inminente derrumbe/
la herrumbre de la vejez--
pero las imagina amadas y satisfechas,
halagadas por hombres que gozan
de esos cuerpos tan cuidados,
mientras ella suda amasándolas,
estirándoles las carnes
palmeando glúteos, empujando
con sus nudillos muslos y caderas,
sobando espaldas, acariciando manos y pies
con furia contenida.
Fugaz
Fugaz
como el hilo de luz
que al cruzar la noche
traza una estrella
pasó mi vida.
Otro tiempo
Regresamos al lugar donde fuimos felices
acompañados de nuevos amigos.
Sentados uno frente al otro
tu mano ya no busca mi mano bajo la mesa.
A la sombra
están vacías las mesas que antes ocupábamos.
El mediodía blanquea los icacos en las más altas ramas,
las guayabas verdean entre las hojas verdes.
Hay cordialidad entre nosotros,
parecemos dos viejos amigos.
Con ternura, preñada de tristeza
miro las mesas y las sillas, muertas y solas.
Sexto cumpleaños
A Jorge Dionisio
de tus seis años
llegaron a buscarte:
un zorrillo y un mago
dos conejos bandidos,
un puercoespín, un dragón
y varios dinosaurios.
En su afán por aplazar la despedida
querían entregarte:
una pócima
un tesoro
una flor mágica.
Pero el intento fue inútil.
Ya no era posible retenerte.
Ansioso por crecer, saliste hacia la vida
y ellos no pudieron darte alcance.
Y lloran, indefensos, porque pronto sabrás
que nunca hubo tal mago,
ni puercoespín, ni conejos, ni dragón;
que sólo eran guijarros, bolitas de colores, caracoles
conchas del mar, botones viejos.
Y maldije la luna (septiembre de 1978)
Hubo una especie de tregua: no se oían disparos.
Empezamos de nuevo a gritar nuestros números
y nos fuimos reuniendo en un terreno pequeño y
quebrado. Creímos ser los únicos sobrevivientes
y deliberamos que íbamos a hacer: lo único posible
era buscar cómo unirnos a las escuadras de San Judas.
Intentamos irnos por unos montes atrás; el camino
era muy inclinado y dificultoso. Nos acercamos
a unas viviendas, pero unos perros nos olfateaban
como a un kilómetro de distancia, y cada vez que
queríamos movernos se ponían como locos.
Tuvimos que quedarnos quietos toda la noche.
Había una luna bellísima, y por primera vez
maldije la luna.
Daisy Zamora
La violenta espuma
Visor, 2017.
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