domingo, agosto 14, 2022

Cuatro poemas de Leandro Llull

Cazador de elefantes

En una carta de 1882,
Rimbaud le preguntó a un tal Monsieur Device
si existían armas para cazar elefantes,
y le solicitó que le enviara apenas pudiese
dos como prueba y, más tarde, una docena.
También le pedía datos sobre el calibre,
las balas, los venenos.
Tras leerla me dije que yo jamás podría
matar a esa montaña gris,
cortar el pergamino de su piel
o traficar con sus colmillos.
Prefiero el desmalezamiento,
esa tarea de la vida y de su socia, la muerte.
Nada más es cuestión de esperar
a que el destino común de los huesos se cumpla
y la carne sea polvo en los caminos.





Huesos

¿Te acordás del monstruo
que unos pibes encontraron
cerca de la rompiente y las aguas vivas?
Ardía negro y perlado un palo
señalando aquel hallazgo y la gente
se amontonaba para verlo.
Pero solamente había una marca,
la intriga y la sorpresa soportando
el embate de la espuma.
Un hueso, dijiste. Un fósil
de alguna criatura milenaria
en la orilla del mar. Blando,
efervescente, irradiaba su latido
y rodeaba con un pecho de medusa
los maravillados años
igual que la sal sobre la piel
cuando nos quedamos encallados
a secarnos en la arena.





Números

Con la luz apagada y una pata menos en los lentes
mi vieja saca cuentas para ganarle a la inflación.
Tengo cinco años, el mundo
es una cocina oscura y una mujer
tentando que las cosas entren en sus números.
Las cifras se ocupan de la impotencia y de la falta
y ella pega tickets, hace sumas
en los márgenes, glosa y adjunta las notas
garabateadas en retazos.
Siendo una de esas bocas destinadas
a salvarse por la maravilla del guarismo,
empiezo a entender que las verdades
son un pequeño tajo de sol
en la habitación ensombrecida
donde una mujer se desvive
para que la matemática sea,
como Descartes quiso,
un arma que descompone,
y al final, nos une.





Holydays

Cierro los ojos. Las cotorras gritan,
el aire peina la enramada;
hay pasos de niños sobre la tierra,
y tacuaras piando, benteveos, jilgueros,
palomas. Un auto ruge a lo lejos;
el crepitar de las brasas, el búho;
notas blancas crecidas junto al heladero.
El tiempo, el espacio quedan sometidos.
Acaricio lo eterno de las duraciones
y pruebo el vacío de no saber
dónde está el principio, dónde el final.
Abro los ojos. El sol me ordena,
la luz esculpe su mensaje
al otro lado, sobre los pinos.





Leandro Llull
La vida sin centro
Salta el Pez Ediciones,  2022.

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