Día Nacional
Solo conectarse por medio de un vello en el escroto
a una máquina de sueños para ganar todas las partidas
de bridge en un crucero resulta más idiota
que reconocerse peruano. Prefiero entretenerme
observando a las hormigas ejercer su identidad
local en sus palacios de troncos donde el tiempo es una rama
de bonsái e intuir que las ballenas pierden su ser
patrio apenas retoman su ruta ártica. A veces,
como soy miraflorino, me ocurre ver el mar del distrito e imaginarlo
inconmensurable, como si estuviera en ácido; pero
ni en marcha reversa lo llevo a bañar los glaciares andinos
ni lo cuelgo en los enormes árboles de la selva,
hiriéndolos con una angustia horizontal. La
más redonda de sus gotas no aglomera
todas las nevadas de altura, menos contiene los augurios
de la red de chirridos amazónicos. Sería
confundir la parte con el todo. Y ciertamente
el Perú es un todo, con muchedumbre de pisos
ecológicos que soportan el dolor de un número
todavía mayor de brazos y piernas. Rember es uno,
yo otro, el heladero que convoca a los niños todavía
otro más y a los tres un viento segregacionista nos podría insultar:
"sal del césped", "blancón", "cusqueño que turba la siesta
de Lima con su bocina para vender helados". Decirnos
que solo muertos, en fichas, somos los tres el todo peruano.
De Amados transformadores de corriente (fragmento)
Es paja salir de la casa de la madre
entre los trajes folklóricos
de las buganvilias
y ver el parque surcado
como un aburrido imperio
por flotas de bicicletas y balones.
Adentro, al lamentar el fin prematuro
del verano, comprobamos que nosotros mismos
ya estábamos muertos, y pese a ello ahora
puedo mirar las casas-buque
y prender un cigarrillo.
Es cool, estando muertos, saber
meter los cambios con propiedad y acelerar el coche
a fondo hasta parecer un ovni conduciéndonos
hacia goces renovados.
Pero qué estoy diciendo. Un ovni
hiperkinético siempre conduce
hacia una foto trucada. ¿O
precisamente eso es lo que quiso
decir visitar a mi madre,
cuando repasamos en la sala todas
las formas en que las vidas se arruinan
igual que los arqueólogos emotivos?
Tal vez quiso decir que debía
hacer del desposeimiento una alabanza,
del bloqueo del futuro, ímpetu
y agradecimiento;
una pura fuerza hidráulica.
No sé. Estoy confundido. Una madre
es un crucigrama. Existe, se muere
y vuelve a existir con la apariencia
de una frase que no podemos completar. Nos acaricia
la cabellera por cinco siglos enteros
y un buen día nos deja a nuestro albedrío
frente a los ojos poligonales de los jefes.
Otro domingo de verano, como este, nos deja
libres frente al parque,
extraños, con una respiración branquial.
Estoy aturdido, frente
al cemento humano. Pero desprovisto
del talento para convertir
mi perplejidad en un arte de amar.
Me doy cuenta que amar es lo más distinto
posible del modo que funciona
una rutina de gimnasia olímpica.
No se trata de armonía --eso
sería bienestar, resolana y ropa fresca-- sino
de un desajuste, de una falta
de aptitud para fijar grados correctos
y de nubes y de ojos que debido a ellas cambian de colores.
Debe incluir dolor, aunque revestido
en acrílico brillante. Así
el cello que el grillo obsequia a todos
en la noche es un raspón de los litros, casi una
herida en su cuerpo. Y el chirrido
no calla, está aquí y está allá, tanto
que su diseminación resulta inextensa.
Tal vez el grillo dice que amar más que amar,
es perseguir.
Perseguir lo que ya está acá;
un barrendero en la cuadra
en su rastro de contingencia.
La contingencia es un área de bosque
protegida, digamos su enigma,
y aunque podamos conversarle
e invitarle un cigarro, lo vuelve
inabarcable y remoto. "Caminando rema".
De Amados transformadores de corriente (fragmento)
Hablo con mi hijo dormido.
Sabio como todos los bebes, me mordiste
en la mejilla apenas te brotaron
los incisivos para decirme
que un hijo no aguarda ninguna respuesta
de un padre. En días que resplandecen
mucho el hipotálamo o el sol
esa hendidura brilla como un retazo
de Nomex. Me recuerda que ni incluso
mi muerte te aclarará lo que el mundo
foliar solo distribuye en luz y sombra.
A pesar de todo, hoy dos avispas
volando tan juntas como si estuviesen
bailando perreo me pidieron comunicarte
un consejo. Hablo dormido, escapado
del ego del tiempo, donde yo puedo ser
tu hijo y una luna vespertina nuestra madre.
Gusta del océano. Si lo contemplas
verás no solo un esquema visual, sino
el trance en que la vista se torna
en consentimiento, consentimiento,
hasta de morir. Si lo escuchas
conocerás un murmullo melodioso
en el callar, de donde nace el regalo
de hablar. Si corres una ola
y afrontas su abismo,
sabrás del desamparo del alma
pero el reinado del cuerpo.
Gusta de los mercados. E inclusive
de los supermercados. No tanto porque
el tránsito siempre es deleitoso
y visto desde una toma aérea parecería
un ritualístico pasacalle.
Ni siquiera por las caras tan diferentes
de los compradores, en las que un único
acto de comprar no produce dos gestos
iguales. Ni tampoco porque entre aquellos
que compran alguien halla algo que pasará
del consumo al corazón. Gusta de ellos
pues se compra verdura para seguir vivos, hoy.
Gusta de las calles desiertas. Resuelven
ontológicamente la oposición
campo/ciudad. Traen el campo a la ciudad
y la ciudad, de pronto ante un sembrío,
derrama un champú de movilidad donde
el buey de labranza, reflexivo, defeca
desde hace un milenio; mierda filosófica
que huele bien por añadidura.
Campo intensificado, ciudad florida
donde en cualquier esquina surge
de golpe la sorpresa, una chica con dreadlocks.
El molle, abundante en la urbe
y en los cultivos, es el intermediario.
Es lo que el sistema nervioso puede tolerar.
Gusta del carretillero.
Gusta del skimboard.
Gusta del colibrí andino.
Gusta de las rocas fluviales.
Gusta de los DVD piratas.
Gusta de los CD piratas.
Gusta de Marvin, mi amigo.
Gusta de la soledad.
Gusta sobre todo de aquel goce que no puedes tolerar.
Y
Detesta a los apristas aunque digan
no pactar con los fujimoristas
y a los fujimoristas aunque digan
tener dirigentes de pasado izquierdista.
Ellos únicamente han visto el mar
para prometer colectores o
construir cadenas hoteleras,
arrojar condones al desagüe.
Ceviche, pisco y caballos
de paso para lotizarlo como
un tugurizado mercado de abarrotes.
Y después de odiarlos, olvídalos.
Sé noble porque miras las olas.
Rafael Espinosa
La regata de las comisuras. Antología poética (2007-2013)
Kriler 71, 2014
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