domingo, enero 07, 2024

Cuatro poemas de Thomas Merton

Monjes trapenses trabajando

Ahora todas nuestras serretas entonan canciones sacras en este universo de madera
donde los robles se disparan como armas de fuego, y caen cual cataratas,
expandiendo su griterío entre las verdes espesuras del bosque.

Acércate, Jesús, a través de estas hileras de árboles,
y nos hallarás todavía adorándote en estas iglesias al aire libre,
cantando este otro Oficio con nuestras herramientas.
Con todo, instruye a tus hijos en el ajetreo del monte,
y permite que un rayito de sol alivie nuestras mentes
y nuestros arduos estudios.

Cuando el paso del tiempo dore el grano de los campos
azotando el sol en nuestras regiones,
ven a nosotros, Jesús, a través de los trigales
cuando nuestros dos tractores vengan a segarlos:
esparce alguna suave ráfaga de viento sobre la tierra de nuestro espíritu,
refresca los espacios donde nuestras oraciones se tornan cosechadoras,
y apaga nuestra sed, Cielo, con tus ríos de agua viva.





El río Ohio-Louisville

No es posible oír la algarabía de la ciudad
debido al gran silencio
de este lento fluir del río, sereno como el aire.

Ni el puente elevado, ni el tren que avanza sigilosamente,
ni los filos de las torres de alta tensión
batiendo al sol,
ni los cables suspendidos en el cielo;
ni el motor fuera de borda
blasfemando en la vehemente distancia como un crustáceo,
ni los gritos férreos de los hombres:
nada se escucha,
solo el discurrir callado y majestuoso del río.

Los trenes circulan durante el verano mudos como de papel,
y en la central eléctrica, la canción de la dinamo
es tan sutil como el algodón.
Toda vida es más apacible que la hierba
sobre la que levemente reposan,
como blancos pájaros yacentes,
las ropas de los bañistas.

Únicamente donde los nadadores flotan como caimanes,
y con ojos tan oscuros como la creosota
escudriñan las malvadas pasiones,
solo allí algo se percibe:
la fina voz salada de la violencia
que se lamenta, como un mosquito, en su hirviente sangre.





El lector

Señor, cuando el reloj da las campanadas
revelando la hora con frío estaño
y me veo encapuchado en este púlpito
esperando a que aparezcan los monjes,
contemplo los quesos rojos, y los tazones
todos rebosantes de leche en hileras sobre las mesas.

Mi lámpara está iluminada
(la encendí para leer
con una cadenilla tintineante).

Y los frailes descienden por el claustro
con hábitos ondulantes como el mar.
No los veo, pero escucho sus olas.

Es invierno, y mis manos se disponen
a repasar las páginas de los santos:
y a los árboles que tu luna ha congelado en las ventanas
mi lengua ha de cantar tu Escritura.

Entonces los hermanos se detienen en el escalón
(ante mí, que estoy en este púlpito
y ante Ti, que estás en tu crucifijo)
y bautizan con perlitas de agua las yemas de sus dedos,
perlas más pequeñas que este salmo mío.





Atardecer: conferencia telefónica

Esta noche al oscurecer
veinte pájaros cantores
ninguno de los cuales podría nombrar
resplandecen como rubíes
sobre el tendido eléctrico
ahora la luna está en lo alto
y ellos volaron

Pero un pájaro carpintero
todavía hace más solitaria la gélida oscuridad
puesto que estoy sin ti
y soy incapaz de olvidarlo

Te encuentras a doscientas millas de mí
con personas que apenas puedo imaginar
puedes incluso haberte marchado
a otro país donde el lenguaje del amor
nunca ha sido pronunciado

Tu voz en la sombra
tiembla de pena
¿Pero qué podemos hacer? Hemos sido escindidos
y el verdadero amor
algunas veces se convierte
en celebración de la agonía

La media luna en el cielo se dibuja
vivimos exiliados en lugares ignotos
y extraña es la casa
para los desconsolados

Nunca digáis que amamos
solo porque el amor es dulce
¿Qué tiene de dulce esta amarga
separación? Es la muerte
es el reino infernal
somos dos mitades deambulando
en dos mundos errantes

La media luna adorna la bóveda celeste
abandonamos el teléfono
ya ni siquiera el amor
susurra a través de los cables
que conectan con esa ciudad imposible

Qué triste parece el amor
cuando incluso nuestros sollozos
enmudecen.




Thomas Merton
Oh, corazón ardiente. Poemas de amor y disidencia
Edición y traducción: Sonia Petisco
Trotta, 2015

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