domingo, enero 21, 2024

Tres poemas de Abigael Bohórquez

Oh travestis casi perfectos de los carnavalitos,
oh vedettes culimpinados de los gimnasios,
oh locorronas de las sacristías,
oh pobrecitos de aldea
apedreados por el vecindario,
cercados por los perros,
ahorcados y quemados en la noche sin tregua;
oh Rubén de la eterna noche de mi desconsuelo
bebiendo, tronándotelas, de a soledad,
soportando una esposa que no pediste,
echando paliacate con el lechero,
en sartén con el velador, pinicuchado,
de a rápido;
oh Alejandro malvada
vistiéndote de madrota
porque estabas re feo,
oh damas caballeros de la fosa común:
por ellos supe, de niño
lo que quiere decir ese mote quemante,
palabra lapidaria
que escuché muchas veces por la vida
y que aún zumba el tímpano:
entremedio,
lucisombra,
cachagranizo,
leandro;
por eso sé que
ahora sé
qué canto.





Slogan

Y, fue que, un día, el BUEN vecino
estrenó la película, como un trigal en llamas:
AIDS IS COMING / AIDS IS HERE;
y uno ya no volvió a poder ser
la familia de hierba de Walt Whitman:
--¿me celebro a mí mismo y me canto a
mí mismo?--
because to die for AIDS is different
from what any supposed.
Sobrevino el terror,
the happy birthday of dear DEATH TRACY;
uno
entonces,
enamorado todavía de las cosas oscuras
tornó a mirar a su izquierda, a su derecha,
detrás, al frente,
queriendo ver espejos donde tocar un rostro fértil;
pero llegó algo que vino enemistando,
desapartando y no es igual la vida:
because to die for AIDS is different
from what any supposed;
y devino el horror impenitente
de que éramos muriendo o vamos a morir
o estamos muertos
y obstinados: dead-drunk
rock,
dead-end
rock,
deadfall
rock,
deadly gone world
rock,
o yeah,
but to die for AIDS is different
y ai'nos vamos, carnal
haciéndonos poquitos,
esfúmate, pass bye
no chingues, puta muerte,
but to die for AIDS is different,
like to spit to olden olden God,
rock
rock
rock'n rolling
a pesar de aquel día.

Porque hubo días hasta la desvergüenza,
donde fuimos tan lúbricos
                       tan móviles
                       tan fértiles
                       tan plácidos
                       tan flácidos
                       tan sórdidos,
presuntos dueños del amor intemporal;
porque hubo días en los que fuimos
aquella mano que buscaba,
y aquella otra mano que daba sobresaltos,
y aquella breve mirada solándula y promiscua,
porque todo estaba tiempo de la pasión,
y convivimos la cintura del canto,
y no conocíamos piedras en el camino;
pero hubo días en los que fuimos
los únicos culpables
de esta vieja batalla
recientemente concluida,
en la que no diré que te he perdido
para siempre,
sino que yo te amaba
y he muerto.





Retratos

Este era Lesbia Roberto.
Quería ser estrella como Lola Beltrán.
Era muy jovencito cuando le revelaron
que estaba muerto de
"qué vergüenza de la familia";
fue cuando vivió para ya no contarlo
y se hizo rico sintiéndose Mae West
en su bar de Los Ángeles,
asediado de pochos, de negros,
de narcos salvadoreños,
de muerte.
Hasta que dio con Ella.

Este era Pájara Gustavo.
Fue profesor de educación primaria
y tuvo el alma de cristal (soplado),
por eso lo corrieron de trabajar;
hizo versitos, coronas para muertos,
valses para quinceaños;
rezaba novenarios,
hablaba solo con la Virgen María,
se le apareció El Diablo,
y una mañana
lo descubrieron tieso, con el alma trizada,
en libertad de alcohol y de tabaco,
amoratada pájara tucana,
alma de Dios,
salvada de sin amor, de sin calor
humano. Ni divino.

Este era Daniel L'amour:
trabajaba el grabado con escasa fortuna;
padeció bajo el poder terrible de Olga Guillot
y Concha de Villarreal, dos ángeles hermanos;
como amiguísimo era un padre, Tatena,
se las partía por uno
o con uno cuando no había más.
Compró un lote silvestre
porque siempre anheló levantar una casa,
para que los amigos fuéramos a seguirla
el sinfín de semana;
leal a su muerte, frustrado,
ahora ocupa un lote bajo tierra,
y sus amigos, en pleno seguimiento
sin Tatena La Morgue,
muerto en la peda augusta,
de rabia,
un sinfín de semana.

Esta era Sarito:
no el criado de Rosalina
la novia puertorriqueña de Juan Ramón,
sino esta hombrembra de picapleitos
y promotora de "vencidas",
mujer de pelo en pecho,
cantante de ranchero
que a las mujeres más bonitas se llevaba,
y éstas, sus compinches:
Odilón, Isabel de los Ángeles,
Mi General Zeta, Feyamira,
la fanfarronería, el splendor
de old mexican movie,
con señas muy visibles de varones,
con ostentosos entrecejos de soldados rasos,
con cicatrices de haber ido a trabajos forzados,
con alebrestos de Juan Tenorio de jaripeo,
ásperas oropéndolas de la "madriza"
nacidas para perder.
Se les dijo bien claro: Pelotón, marcha atrás;
pero tomaron sus mazos, sus cascos,
sus cadenas, sus bragueros,
sus áspides,
y partieron al Frente,
dejando novias llorando,
llorando
la despedísima.

Este fue Braulio Ayeres
que, de noche a la mañana,
contrajo, de raíz,
magnolias de consunción,
que consiguió ver despojos
de haber dado fragancia,
impávidos rescoldos de haber pasado por el fuego
y de no haberse hecho santo,
constancia de no haber sido
como pudo ser
su personaje inolvidable,
pavesas de haberse dado holgadamente
a la desventurada,
indicios de que una vez probó,
delicuescentemente,
la miel sobrada del amor,
pruebas irrefutables de mala suerte
y mala muerte
en la tenebra del hospital.

Estos eran Bartolito, don Chuy, Lolo,
Estrellita de Enero,
decadentes mariquitas de lonchería,
chapeaditos de escarnio,
viejérrimos,
siseando de placer
a los hombres que venían del mar
de las pizcas.

Estos eran Leticia, Salomón, la Yetis,
alebrestados jotitos de prostíbulo,
añorando la muerte piernasarriba
de las putas,
mordisqueando sus sombras,
sus curvas, sus cosméticos,
imitando sus zafios cadereos,
copiando en los espejos
sus miradas afroides,
espiando por las rendijas de los muros de Jericó
la brutal ceremonia,
desafanándose de calentura y extorsión
en las braguetas de la policía.

Estos eran Chiquita y Juan Manuel,
modelitos de oficina,
acicalándose en el baño de damas;
y Apolonia: la chic,
Pola Negri de arrabal, atragantada
de morder su nariz donde atracaba
el velero mayor de la comarca.

Este era Jesús, el revelado:
tuvo diez hijos a la luz pública
era pastor de evangelizaciones,
pero de noche
era Herodías, Dalila, Semínaris, Artarté,
y danzaba entre velos y címbalos y coros de mancebos
que palmeaban mucha ropa pelos pelos
aleluya aleluya
en la iglesia sodómica.
Este era yo, perplejo:
zurcía, bordaba, jugaba con muñecas,
cantaba, amargo, descreído de Dios.





Abigael Bohórquez
Poesida y otros poemas homoeróticos
Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2019

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