sábado, septiembre 07, 2024

Tres poemas de Alicia Genovese

Simetrías (las improvisaciones)

Una simetría radial perfecta,
una proporción áurea
la del nautilus
visto en la quietud
de una vitrina.
Pero al bajar buceando
al mar profundo
las cámaras de su caparazón
se dilatan, el descenso
pone a prueba
su ser proporcionado.
Exactas
se reproducen al abrirse
las alas de una mariposa
pero sucede
el vuelo a contraviento,
las posiciones inseguras
en la arritmia que hace
saltar el corazón.
La regularidad, la equidistancia
fueron dadas quizás
para enfrentar a diario los accidentes,
esos otros equilibrios a inventar.
Aunque la forma se mantenga a escala
irrumpe
la materia súbita del mundo,
la ráfaga que desafía
la armonía estática,
la corriente que altera
la perfección de la fijeza.
El movimiento es el tema
me digo esta mañana
mientras ordeno la casa
como los casilleros del nautilus
mientras miro hacia el hueco de salida
oliendo un néctar.
Repito notas
como en la melodía de un standard
que tantea su fuga:
su inmersión, su viento cambiante.
Hay un pentagrama en blanco
en las improvisaciones
una felicidad aún informe
en la vía venturosa
hacia ninguna parte.





Simetrías (emparejamientos)

Podría hacer una colección
con todos los aros
de los que perdí el par.
Uno estilo andino, otro árabe
de Granada, uno largo con semillas
del monte chaqueño.
Perfectos, con esa belleza hierática
de los solos.
Perdí un aro de plata
engarzado en el centro a un lapislázuli
y el mismo artesano me hizo otro igual.
Tiempo después saltó
el aro perdido de una hendija
en el baúl del auto.
Tres aros iguales
tengo ahora y siempre un faltante,
un pendiente solo que me observa enigmático.
Caminaba hacia el subte
y pensaba en el poema
que podría escribir
a partir de los aros inútiles que guardo,
pares ausentes, emparejamientos erróneos.
No podía detenerme a tomar notas
y pensé que no sería igual
escribir a mi regreso,
habría cosas que no recordaría,
pormenores bajo la humedad dulce
de los árboles en otoño, asociaciones
ligeras como gotas que salpican al caer.
La falta deviene inevitable,
la tarea pertinaz por la armonía
choca con la evanescencia de las cosas.
En su puerta a futuro abren
la morada de lo asimétrico.





El círculo del equilibrio (lo que se abre y contiene)

Llegué asoleada
bajé de la lancha
en medio de un calor sofocante
que me hacía estallar la cabeza.
Me cambié, busqué un muelle
no había nadie, el agua
estaba alta, quieta
y me sumergí.
El río se abrió en un círculo
con la frescura y el silencio
que solo un río contiene.
En la orilla gastada
por el golpe de las marejadas
un plátano gigante
mostraba sus raíces,
las estiraba hacia el agua
mientras yo,
semisumergida también,
extendía los brazos al nadar.
Su tronco robusto y manchado
parecía la cara de un tótem
y agradecí
ese rincón resguardado,
en esa hora en la que había olvidado
de dónde venía, cuánto amaba flotar.
En esa hora en la que fui
tocada por el río
y por los peces
que lo habían atravesado
con la vida sensitiva de sus escamas;
tocado el cuerpo desde un río
por las alas transparentes de los insectos
posados entre los reflejos de la superficie,
tocada por los juncos
que se balanceaban en la costa
en el ida y vuelta del oleaje.
Agradecí estar en ese círculo
tener un lugar entre las mareas.
Agradecí ese lazo anudado
que desaparece y aparece
para volver a abrazar.
Después subí
por los escalones del muelle,
resucitada
entre el frescor del agua
y mis huellas se tornaron visibles,
por un momento húmedas
sobre las maderas resecas.





Alicia Genovese
La invención del equilibrio
Fondo de Cultura Económica, 2024

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