Celebración
para Ariadna G. García
Como cada año amarillo,
las calles se llenan de vestidos
que hacen daño en el cuello.
En las casetas de tiro surgen
chaquetas con hombros,
peluches agujereados
y tesoros que almacenamos
en un anaquel sobre el que nadie sabe.
Estaciones atrás, un día como este,
me crucé con una ristra de celofanes,
con mujeres que decían lo hermoso
de coleccionar brillos y baberos.
Sollocé y pataleé
por un pedazo de rojo brillante:
alguien me regaló
lo que parecía un bastón de caramelo.
Al morderlo, el plástico me reveló
que jamás lo que deseamos se parece a lo obtenido.
Con la soberbia de la infancia,
lo pisoteé en el suelo,
ahora
caricatura de azúcar astillado.
Al saber qué había hecho, me eché a llorar:
todos los niños —menos yo— tenían un bastón,
exactamente igual a aquel que yo hice trizas.
Hoy sigo destruyendo
—cebándome con saña—
las cosas que más quiero.
Maceta de hortensias en nuestra terraza: ascenso
Morado o violeta o azul sucio, más
bien: una maceta de plástico negro con una hortensia
que se asoma al balcón. La vida costaba
dieciocho euros y no había
nada que temer. Para la supervivencia compré un manual
sobre jardinería; bastaba con anotar cuándo
crecer en un tiesto de cerámica, cuándo el pulgón y cuándo
los esquejes.
Porque toda mujer se casa con su casa,
desde la terraza
mi salón con ropa de domingo:
mesa en el centro, mantel blanco, muchos platos rebosantes,
mi amor feliz,
sereno,
y en el primer plano de la fotografía
una maceta
de plástico negro con una hortensia
morada o violeta o más bien azul sucio
que se asoma al balcón.
En su sitio el estribillo de los electrodomésticos, el servicio
de dos para cada comida, todavía dos
—él, yo: las plantas cuentan por su cuenta— sentados al almuerzo,
todavía los designios familiares —flechazo, noviazgo,
aceptación, convivencia: más tarde matrimonio, hijos, nuevos
volúmenes en el álbum de sus casas— todavía sentados
al almuerzo. Todo en su sitio.
Mientras tanto, en la casa, el hombre duerme.
La mujer
no.
Una plegaria por las mujeres solteras
Ángel
de los pisos de soltero,
ángel de las solteras
que duermen varias noches en un piso de soltero,
¿lo sabías?
Antes del amor el hombre
se entrena golpeando.
Su hogar lo construye con el ruido:
tan firmes las paredes
tan familiares tan firmes las paredes,
los cimientos de su casa los ha hundido daño a daño.
Ángel del sexo con los inquilinos de pisos de soltero,
ángel del no querer oír de las solteras,
¿lo sabías?
Después del amor
el hombre se incorpora para escoger un disco
y suena una canción y susurra me gusta esta canción:
para entonces está otra vez dentro de ella.
Luego habla de su hogar en otra parte
y de quienes viven en él —sin él, en ese hogar más suyo: enseña fotos—
y la mujer lo abraza y él susurra me gusta estar contigo.
Y la mujer oye.
Ángel del suelo sin barrer
de los pisos de soltero,
ángel de las solteras
que pasean desnudas por los pisos de soltero,
¿lo sabías?
Antes del amor la mujer predijo su futuro. Junto a él,
en su sofá, ella se fijó en sus libros. Debe de ser bueno
un hombre que lee así. (Pero también antes del amor
los amigos del hombre predijeron su futuro). Debe de ser bueno
un piso en el que distingues dónde pisaste la otra noche
y dónde pisó la otra la anterior.
Ángel del frigorífico vacío
de los pisos de soltero,
de las solteras que se conforman y desayunarán solas, más tarde,
¿tú lo sabías?
Después del amor la mujer se ducha mientras
el hombre fuma en el pequeño salón de su piso
de soltero. Se despiden,
dos amigos: ella viste la ropa de la noche
anterior, él se avergüenza.
Pero tú
ya lo sabías.
Chatterton
Mentí durante diecisiete años. Mentí después
en todos mis poemas. He mentido durante los diez
años siguientes. Acércate, soy
como tú. Escucha cómo late mi corazón
perverso: mudanzas en platitos
de papilla de mamá. Aliméntame,
compréndeme, yo vestía unas ropas que nunca fueron mías,
yo escribía en un idioma ajeno, pequeña, tonta,
qué mal memoricé: con mis poemas levanté un imperio.
Pero todo acabó. ¿Quién soy ahora?
Engañaste durante dieciocho años; antes de los míos
comencé yo a mentir. Un abanico con telas del Oriente
para mi hermana. Para mi madre araña compraré moldes de costura.
Tabaco que recubra los pulmones de mi padre. ¿Quién soy realmente
ahora? He soñado contigo algunas noches.
Te prometo que si salgo visitaré tu tumba. Ahora sí que
no miento. Ahora sí que no.
Elena Medel
Un día negro en una casa de mentira (1998-2014)
Visor, 2015.
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