viernes, septiembre 21, 2018
Cuatro poemas de Mirko Lauer
Los jóvenes empiezan a llegar.
Mientras hurgan,
Preguntan por mis papeles,
& todo lo que pueden devorar
Teléfono-cámara-grabadora,
Y su sincera curiosidad.
Han leído mis antiguos poemas y ahora
Quieren saber qué pasa con ellos,
Y conmigo.
Les informo que no pasa nada.
¿Qué interés podría tener
Esta frágil serenidad entrenada
En mis sesiones de natación?
El tema es papeles a medio borronear,
Aquello que Yuri Lotman llama
La comunicación yo-yo,
Violentos garabatos de intimidad.
Acaso los jóvenes intuyen
Que en realidad lo más valioso
Está en lo que ya hace mucho
Perforan ágiles polillas:
Cartas de amigos desaparecidos,
Libros dedicados con frases vehementes,
Anécdotas presas del olvido,
Gruesas indiscreciones de lo literario
Son jóvenes ambiciosos y severos,
Que llegan sabiendo exactamente cómo
Me estoy volviendo mugre.
No les pueden pasar inadvertidos
Los cuellos volteados,
Los zurcidos apenas invisibles,
Los calzoncillos secretos
Manchados a diario por la próstata.
En entrevistas infidentes
Les pago el amable interés
Con una irresponsable vanidad
Y les alcanzo
También perfumes y pestilencias
De un panteón de colegas
Cuyos célebres nombres omito en vano:
Intensos desaseos,
Letales desencuentros familiares,
Falsas biografías,
Severas tristezas,
Veladas mezquindades,
Santidades burdeleras,
Duras elegancias. Todo ello
Intentando hacer interesante
Una vida entre poetas.
Nada de eso es mío,
Pero esta misma tarde
Se lo pueden llevar
Los interesados.
Condesa Mara
La cosa física.
Vi la película donde la gravedad puede pasar
De ida y vuelta a través del tiempo,
Por lo menos cinco veces.
Es tan obvio.
Los días vienen cada vez más cortos,
Y en ellos todo va pesando más.
¿Hay una ecuación para esto?
Mis 100 kg+ en el jardín de este verano,
Practican la actividad banal
De viajar hacia el pasado.
Soy el basurero de la antimateria.
En la película
Los astronautas se cuentan chistes desganados,
Mientras allá en la Tierra
Sus parientes envejecen a 100 años por hora.
Ya no se sabe quién es el abuelito.
¿Por qué me gustan tanto esos temas siderales
De los que en verdad no entiendo nada?
Quizás me recuerdan la época
En que yo era un gusano blanco,
Y la condesa
Paseaba su impudicia para dos,
Se aplicaba a cuidar sus fresas
(otro jardín, otro verano)
& a calcular el peso de sus manos
Para el próximo concierto.
Sus tetas ya algo decaídas,
Eran dos asteroides inalcanzables.
O así me parecía.
La condesa tocaba con estudiada indiferencia.
Sus dedos tan livianos sobre las teclas
Iban y venían cruzando el tiempo.
Se me han ido casi 70 años
Dedicado a apartar la mirada de su cuerpo
Sentado al piano en sostén y calzón,
Ensayando un concierto sin destino.
O acicalándose,
Otro tema sobre el que yo no entendía nada.
Todavía me fascinan los astronautas
Que van a morir al espacio exterior.
Es decir, a morir con todo,
Con el tiempo, la gravedad, la civilización
Colapsando en torno suyo.
Siempre sé que van a morir,
Pero no entiendo cómo así
Los números que inundan la pantalla,
Son un último mensaje a sus seres queridos.
Salía de esas matinées muy decidido
A vencer mi propia debilidad.
Nunca he podido.
La gravedad me mantenía
Atado a los misterios de la condesa,
A sus peligrosas partituras
A sus manos de gallina.
Entonces yo creía que esos dos asteroides
Volando en sostén & calzón por la galaxia,
Castos como un cepillo de dientes,
Nunca me alcanzarían.
Con una cuchara el astronauta se come
Algo que ya no es aire.
Su corazón va adquiriendo una opacidad de cuáquer.
Los astros están cada vez más lentos.
Diría Sologuren,
Como perlas que el légamo detiene.
La poesía recién aparece cuando se ha frenado
El rock de las esferas.
Portrait d'une femme
Inexplicable, inalzanzable, encadenada
A su propia definición de mármol.
Sus confidencias eran una vía dolorosa,
En la que solo hablaban sus poemas.
Hacía de sus whiskys una ausencia fina.
Siempre temí llanto en cualquier momento,
El llanto terrible que nunca sucedió,
La prometida impúdica apertura
De una capítulo más hondo. A pesar
De que en exactos versos ella proponía
Que las cosas eran sin salida,
Algo insistía en irse por los bordes
Incluso antes de haber aparecido.
La relación fue un extraño desencuentro
De mutuas y distantes necesidades,
En el fondo sinceras falsedades,
Piltrafas inertes de otras relaciones.
Rodeados de fantasmas con nombre y apellido,
De imbailables boleros verbales,
Éramos poetas esperando ganar la lotería.
La ganaste, pero no te gustarían
El aprecio, la fama, la admiración, los fans,
Que ya estaban llegando.
La imposición de un papel emblemático,
El murmullo atronador que al final
Cada vez más te hizo perder lo perdido,
Y no devolvió nada.
Los poemas siempre fueron autoepitafios
Que no eran amorosos. No era la intención.
No los escribiste, los cocinaste,
Reduciéndolos sobre una llama paciente,
Quemando las palabras que sobraban,
Y al fondo sabrosos concolones.
Insisto, tus whiskys eran una ausencia fina
Que decía «¿De qué hablamos ahora?»
Eso quería decir que te sentías
Abandonada por todos sus amantes.
Cuando en Arequipa 2016 dije
Que la poesía es eso que entregamos
Y que nadie nos paga,
Estaba pensando en ti,
En lo que te hicieron tu inteligencia o,
Como en el verso de Jack Spicer,
Tu lenguaje.
Cuando termine este poema
Ya no quedará nada de esas conversaciones.
Escribir como tú
Escribir como tú, sentir como tú,
¿Quién no lo quisiera? Cómo hubiera yo,
En una tarde soleada del sur,
Heredado tu claridad, tus exactos niveles.
Quién pudiera vivir la clara forma
En que el lenguaje ceñido embelleció
Tu atareado corazón, tejiendo cestas
Donde, como en cunas, ibas poniendo
A descansar tus contados días
Por los que desfilaban sin suspiro
Las más terribles realidades.
Con ejemplar limpieza informaste
Acerca de todos tus exilios,
El del cuerpo, el de la patria, el de la geografía,
Juntándolos a todos en el límpido sonido
De la serenidad cuando ella se conmueve.
Mirko Lauer
Sologuren
Paracaídas Editores, 2018.
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