... hay un momento en que se hace evidente, y hasta entonces no se me había hecho (no sé por qué se hace evidente en un momento, muy tarde, y no antes), se hace evidente que uno es escritor cuando dice que es escritor. Así de sencillo. No hay más misterio. Tú dices que eres escritora y eres escritora. Y mientras no dices que eres escritora, no eres escritora.
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Yo lo que escribo son esos cuadernos a los que nos referíamos antes, y lo que acaba saliendo de esos cuadernos son poemas. Entonces, la escritura de un poema, la escritura de poesía, efectivamente, requiere, supone un trabajo que puedes llamar filosófico, de pensamiento crítico sobre la lengua, o de adopción de determinadas posiciones respecto a ella y respecto a la tradición literaria, de conciencia crítica, que excluye la ingenuidad, y que va desarrollando una determinada poética, en fin. Pero, en todo caso, ese es un trabajo implícito para mí. Es decir, es un trabajo implícito, que es en realidad el verdadero trabajo. La poesía tiene su propio carril; trabaja con una química y una física que produce cristalizaciones, que hace que determinadas cosas cuajen, tiene sus raicillas raras.
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Y en cuanto a la literatura, la historia de la literatura tal como se concibe, o concebía, en la universidad española, no me interesa casi nada.
Entonces, una escritura que saliera de ahí, de esa formación, creo que tendría mucho que ver con el conocimiento de las tradiciones, de la propia tradición literaria; conoces bien el siglo XIX, y entonces tú te puedes formar efectivamente como poeta partiendo de eso. Es interesante y creo que es lo que ha hecho muchísima gente. Pero me siguen pareciendo las ramas, quiero decir que no hay... Creo que no hay lo que tiene que haber, que es algo que te pilla a ti como de raíz; y que el conocer la tradición no es suficiente, no te lo da...
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... realmente de la escritura lo que más te interesa es a dónde vas llegando, no de dónde partes. Es decir, tú partes de lo que sea, pero lo que te interesa es lo que eso va trayendo y hacia dónde te va llevando, conduciendo. En ese sentido, de conocimiento, o de reconocimiento. Es decir, la escritura no es el lugar de lo que ya sabes, sino el lugar hacia el que vas. De reconocimiento en ese aspecto, de lo que te da de ti que no sabías de ti. No benigno, porque creo que la vida no lo es y todo lo que da cuenta de eso, de ella, no suele ser benigno. En cierto modo la escritura consuela, pero luego te deja donde estabas, a la intemperie.
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... el asunto de la belleza y de lo estetizante no tuvo valor nunca para mí. Lo que ocurre es que eso no es, claro, una garantía de nada. Quiero decir que el apostar por la raíz de la vida o por una supuesta verdad, se entienda por esto lo que se entienda, y que se perciba en la escritura... esa actitud no es garantía de nada a la hora de escribir. De hecho, puede ser bastante pero que la actitud estetizante, que por lo menos tiene un barniz que lleva las cosas a otro sitio.
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... la asociación siempre digo que es el mecanismo natural con el que para mí funciona el poema, y después viene la segunda parte o el otro mecanismo esencial, que es lo que llamo desprendimiento. Se va desprendiendo de lo que no hace falta. Con esas dos cosas --asociación y desprendimiento--, y con el tiempo, acaba cuajando lo que sea. Bueno, entonces, pon que pasan tres años, que pasan cuatro años, depende en cada caso de los años que sean. Hay ahí bastantes materiales y hay un momento --tampoco sé cuándo ocurre, pero ha ocurrido así hasta ahora-- en que tienes la sensación de que ahí seguramente hay un libro.
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... ese poema determinado, de quien quiera que sea, en ese momento que lo leo es mío y no... y me da igual, o sea, me da igual cómo haya sido para quien lo escribió; o que haya otro tipo de lecturas posibles, etc. En la lectura yo creo que se entra a saco, absolutamente, y eso hace que seamos, en efecto, dueños de lo que leemos, es decir, que te apropies tranquilamente de palabras, de versos, que te apropies sabiéndolo o sin saberlo. Es decir, que llega un momento en que eso forme parte de ti; es lo más que puede pasarle a alguien que escribe, que se apropien de él. Eso por una parte. Pero eso es, digamos, como la relación con lo que ya está. Y ahí el autor o autora es pura obra, el autor no existe, el autor en realidad hace tiempo que no puede tener nada que ver con eso.
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Entonces, publicar tarde, aunque no te salva tampoco de lo que con el tiempo puede dejar de interesarte poéticamente, tiene la ventaja, diríamos, de que si hubieras publicado primero, la metedura de pata habría sido mayor. O sea, simplemente amplía esa banda inicial de protección contra la metedura de pata.
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Éramos poquísimas personas en la sala, quince o así, no había más, y entonces esa mujer --ya muy mayor--, a la que nunca había oído, la había leído pero nunca la había oído, se sentó allí, ante la mesa, con aquel público. Llevaba unos folios grandotes con letra también grande que tomaba y de los que leía un fragmento; era una especie de poética que iba entreverando con los poemas. Un poema, un fragmento de los folios y otro poema. No levantó la vista ni una vez. En realidad leía para sí misma. Era impresionante. Y lo sentí como una especie de confirmación. O sea, la gente que está ahí, sea mucha, poca o la que sea, a ti, ¿qué más te da?, ¿qué tiene que ver contigo? Puede que los conozcas, hasta puede que algunos sean amigos tuyos, pero eso va por otro camino y en otro momento. Ahí, en ese momento es como... aquella señora leía como quien se tira a un pozo.
Los fragmentos de esta entrada son parte de las intervenciones de Olvido García Valdés en su conversación con Miguel Marinas publicada como libro con el título Un lugar donde no se miente por la editorial Libros de la Resistencia en el año 2014.
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