domingo, abril 28, 2024

Cinco poemas de Reina María Rodríguez

Tango Wow

Ellas bailan en medio del salón
descalzas:
una se reclina hacia atrás,
se abandona,
y las lámparas crepitan.
Los convidados se mezclan con los músicos
(es una boda cara).
Me entero por el gesto
curveado
o por la música que imagino
que están bailando un tango:
el salón es el más blanco del Yale Club, en NY,
es noviembre del 2001
(otro dulce noviembre como en la película),
pero desafortunadamente
no somos tú ni yo.





Segunda boda

Me casé con el pelo mojado
un 3 de septiembre de 1982,
y en la notaría me reía,
mientras lo notaria advertía
que aquello: «era muy serio».
Pero yo no dejaba de reírme,
y él compró tres girasoles
como mi pelo amarillo
–mojados también–,
y caminamos por Mercaderes
arriba, abajo... arriba, abajo.
Lloviznaba con el sol afuera,
y esas, dicen,
«son las nupcias de la hija del diablo».
Hacía sólo quince días
que lo había conocido,
y no pude resistir la tentación:
«de aquel azul que aún busca su ojo,
su inocencia».
Me casé y me descasé
con la misma sonrisa,
y con la misma frase de una notaria
regañándome,
seis años después.





Prado y Ánimas

Detrás de la V rota del cristal,
ella «humisquea»
con unos lentes grandísimos.
Vuelve a mirar por segunda vez.
Al fin, se decide
y entra.
¿Cuánto vale un café? —pregunta.
Retira los ojos de cuarzo,
pero no se va.
Agachada todo cuanto su cuerpo puede,
le envía con la palma de la mano
un beso al dependiente.
Él la invita a pasar.
Ella, que «no» con la cabeza,
pero que «sí» con el pie,
por fin entra al establecimiento.
El dependiente le paga un café,
y la V se recompone
contra el vidrio.





Gitana en la cuesta

Tropecé con una gitana
con un ramo de romero entre sus manos,
ensortijadas.
Quería leerme la buena suerte (o la terrible)
que vendrá.
Quería engañarme más,
¡si eso fuera posible!
Fue difícil convencerla
de que era más pobre que ella,
y de que mi suerte
no tenía remedio ya.
Sus perros me olfateaban
para comprobar si mentía,
y luego se alejaron
convencidos de que no tenía
un destino ni un céntimo.





Fotos para un documental

«Todas íbamos a ser reinas»,
a navegar por cuartos antiguos
con mármol rosado
en las columnas.
A ponernos batas de seda
que se arrastran
hasta el piso alfombrado.
Íbamos a comer caviar
con forma de maripositas,
pero no nos dejaron (y a ellas tampoco).
Nos trastocamos en lo que no queríamos ser,
y hemos perdido en la apuesta,
la vergüenza.

Me abanico en la portada
de un almanaque vulgar,
esperando la máscara contra el rostro
de esa mujercita bronceada o pálida
que nos tocó representar.
Cuando a penas no nos dejaron
sobrevivir por bárbaras:
cuelga las prendas de la desesperación
de ese final que se acerca sigiloso
por una tendedera expuesta a todos
¡como final al fin!
Otros llevarán sobre sí la condena
de nuestros cuerpos,
mustios.

Cuando cansada de este lugar
que suponíamos nuestro,
solamente pudimos ser lo que pudimos:
medianamente vivas,
medianamente muertas
sobre el falso paso del viento
otoñal.





Reina María Rodríguez
Las fotos de la señora Loss
Padilla Libros Editores y Libreros, 2019

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