El viaje
En la selva, esa noche
había tomado el jugo de una planta
más amargo que el vino y concentrado
como una medicina o un veneno
y al rato de beber, supe
que era yo la que trepaba ante mis ojos
mientras otros cantaban
que era yo
la que subía como una enredadera
por el tronco de un árbol
y era yo la que después bajaba
y más tarde subía
todas las veces necesarias, o sea
durante el tiempo total de mi vida.
Es difícil contarles
el empeño con que abrazaba esa corteza
clavándole las uñas que la descascaraban.
Mis garras eran fuertes como las de los gatos
pero al caer me hice liviana, y repté
sedosa por la tierra.
Era la madrugada
cuando cedió su efecto esa bebida
y me dormí.
Por muchos días
las imágenes de aquella noche
quedaron en mi corazón
lo hicieron dulce como los duraznos
que brotan en la rama y se deshacen
en la boca sagrada de la vida
después de cada invierno.
Música
En un cartón pintado
hacía sonar las negras
y las blancas del piano
bajo la sombra
de un olivo, por un rato
olvidado
del estruondoso cielo
de la guerra. En las cajas
de los parlantes viejos
del cine de mi pueblo
vibraba la canción
de los dos gallos que decía
si es que yo miento
que el cantar que yo canto
lo borre el viento.
Del otro lado
de sus párpados fruncidos
el camarada
imaginaba un teatro lleno,
la emoción en las caras
de la gente, el calor
de los aplausos.
Tu milagro
se le parece, hija.
Para mí también sos ese pianista
que en estos días amargos
del claustro me hace libre
con un pequeño, extraordinario
xilofón de juguete.
Librería El sol
¿Quién, además de mí,
te está extrañando?
Si Franchko ahora con vos
baila la polka en el salón
de los ancestros varsovianos.
¿Te habrá llamado
Vilma? ¿Te habrá dicho
cuando te vio llegar Hermana
no lamentes el mundo que dejaste?
En medio de la guerra, partisanos
como peces pegados a la proa
huyeron de las orcas del Atlántico
y en el vaivén del agua,
respiraron
una marca de lápiz
en el mapa. Se llamaba Caseros
la tierra prometida, en honor
a la batalla que acabó
en el exilio de Juan Manuel de Rosas
(se fue derecho
al continente donde ustedes
nacieron en los años
de la desgracia ardiente, como estos).
Pero era un barrio: un barrio.
Una esquina estratégica
donde ofertar cuadernos
a los chicos que entraban a la escuela.
Yo te recuerdo a vos, muñeca eslava
y lo recuerdo a Franchko, con su gesto
de mesura y simultánea simpatía
hablando en voz bajita del trazado
de un Faber o un Staedtler
con la paciencia lunga de la gente
que se la pasa
bien con su trabajo. Del otro lado
del mostrador vidriado de Librería El sol
un universo vasto de compases, escuadras,
portaminas y un microscopio negro
que me hizo dudar la vocación
cuando junté moneda tras moneda
y lo llevé a mi casa.
¿Y quién de ustedes dos
sera que me vendió la pluma Scheaffer
esa tarde de muerte de tan fría
para que asome
su rayito de tinta en el renglón
una poesía?
Paula Jiménez España
El cielo de Tushita
Salta el Pez, 2022
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