miércoles, febrero 14, 2024

Cuatro poemas de Silvia Tomasa Rivera


La semana pasada
subimos a Tetela del Volcán,
había luna llena y vimos
cómo reverberaban los campos
desde las faldas del Popocatépetl.

Hay un grupo de zapatistas
en los límites montañosos con Puebla
que bajan a reunirse a Jumiltepec.

Los campesinos se sienten seguros
porque en ese pueblo de Morelos,
templado por el frío del volcán,
fue redactado el Plan de Ayala
por el maestro Otilio Montaño,
brazo intelectual de la revolución
y consejero del general Emiliano Zapata,
a quien después fusilaron
sembrándole una andanada de mentiras.
¿Qué me espera a mí, que solamente
soy un luchador social
sin protección alguna?







Vienen de madrugada
como los coyotes,
pero a diferencia de ellos
no conocen la montaña
                   por eso luego
se andan desbarrancando
en los filos.

El otro día dijeron
que les tendimos una emboscada,
la verdad es que estaban borrachos
y nosotros los vimos desde aquí,
rayando los caballos y cantando
canciones de la revolución
como si deveras creyeran en ella,
después se pelearon y lanzaron
                                  balazos al aire.

Entonces nos resguardamos
y vimos por la boca de la cueva
cómo descargaban los rifles
a diestra y siniestra.

Por el periódico nos enteramos
que habían tenido un enfrentamiento
con nosotros y el general les creyó.
Iban golpeados y heridos
por el cruce de balas
en su borrachera.







Hoy es 8 de septiembre
día en que baja el Dios Tepozteco
a saludar a su madre
la Virgen de la Natividad,
con él viene un grupo
                   de feligreses
que desciende
        de la piedra quebrada
                   con velas y estandartes.

Tepoztlán es un pueblo combativo
que se defiende solo.
En una orilla está
                   el Cerro del Tesoro,
llamado así por la creencia
de que los plateados zapatistas
escondían en sus entrañas
                       los centenarios
extraídos de las haciendas.

Desde el Tesoro, Tepoztlán
semeja un manto de luces,
y la banda se escucha
                       en lo más alto.







El toro negro
             es el diablo,
cuando regresamos de noche
                       por la carretera
se escuchan los bramidos
desde el fondo de las cunetas,
a doscientos metros del alambrado.

No sólo nosotros,
los que vamos de pesca
                       en la madrugada
a la laguna de Coatetelco,
también lo vieron
                       los de Coatlán,
alumbrando el camino
con sus ojos enrojecidos.

Se vislumbra a altas horas
en un tramo ventoso
entre El Tesoro y Miacatlán,
tantas veces lo han visto
pastando bajo la luna
             que ya nadie le teme.







Silvia Tomasa Rivera
La tierra oscura. Poemas sobre Rubén Jaramillo
Fondo de Cultura Económica, 2023

No hay comentarios.: