martes, noviembre 16, 2004

Gran sertón: veredas (fragmento)


¿Para qué referirlo todo en el narrar, por menos y menor? Aquel encuentro nuestro se produjo sin lo razonable común, sobrefalseado, como de lo que sólo en periódico y en libro es donde se lee. Hasta lo que estoy contando, después fue cuando pude reunirlo recordado y verdaderamente entendido; porque, mientras una cosa así se ata, lo que uno siente más es lo que el cuerpo propiamente es: corazón latiendo fuerte. De lo que el que: lo real rueda y se pone delante. --"Ésas son las horas de uno. Las otras, de todo el tiempo, son las horas de todos", me explicó mi compadre Quelemén. Como si fuese como estando lo trivial del vivir hecho un agua, dentro de ella se esté, y que todo lo junta y amortigua: sólo raras veces se consigue salir con la cabeza fuera de ella, como un milagro: pidió el pececito. ¿Por qué? Diz que le diré a usted lo que no es tan sabido: siempre que se comienza a tener amor a alguien, en el runrún, el amor agarra y crece porque, de cierta manera, uno quiere que eso sea, y va, en la idea queriendo y ayudando; pero, cuando es destino dado, mayor que lo menudo, uno ama enterizo fatal, necesitando querer, y es un sólo darse de cara con las sorpresas. Amor de éste, crece primero; cuando brota es después. Mucho hablo, lo sé; machaqueo. Mas sin embargo es preciso. Pues entonces. Entonces, respóndame usted: ¿el amor puede venir del demonio? ¡¿Podrá?! ¿Puede venir de uno-que-no-existe? Pero convenga usted callado. Pido no obtener respuesta; que, si no, mi confusión aumenta. Sabe, una vez: en el Tamandua-tán, en el barullo de la guerra, venciendo yo, entonces me estremecí en un golpe claro de miedo; miedo sólo de mí, que yo más no me reconocía. Yo era alto, mayor que yo mismo; y de mí mismo riéndome, carcajadas daba. Que yo, de repente me pregunté, para no responderme: --"¿Eres tú el rey-de-los-hombres...?" Hablé y reí. Relinché, como un caballo cimarrón. Disparé. Soplaba el viento en todos los árboles. Pero mis ojos veían sólo el temblor del polvo. ¡Y más ya no digo; mus! Ni usted, ni yo, nadie no sabe.

João Guimarães Rosa
Seix Barral, 1975.
Traducción: Ángel Crespo

No hay comentarios.: