lunes, noviembre 28, 2011

Patria mía (fragmentos)


Las enfermedades de las letras norteamericanas son, principalmente, la podredumbre y la revistitis.
. . .  Hay enfermedades menores; en poesía, por ejemplo, existen ciertas viruelas:
. . . Hay la «escuela de la virilidad», o «sangre roja»; parece imaginar que el hombre se diferencia de los animales inferiores por la posesión del falo. Sus obras parecen folletos de Sandow.
. . . Hay la «escuela despampanante» que sigue lo peor de las obras de Kipling y Swinburne. Parecería que sus metas son nombrar el mayor número posible de constelaciones, abrumándolas con el mayor número posible de adjetivos polisílabos, apropiados o impropios.
. . . Está la escuela sociológica, que utiliza versos débiles para repetir las ideas que expresó la prosa de las revistas del año pasado.
. . . Bajo un estandarte similiar se encuentran los post-whitmanianos.
. . . Pero Whitman no era un artista, sino un reflejo; en una época de letras parecidas al papier-maché, el primer reflejo honesto. Representó a la época y a la gente (de 1860-80); esto es –tal vez– lo más ofensivo que puede decirse de ambos.
. . . Sus «seguidores» no van más allá del plagio de sus defectos estilísticos. No tienen presente que un reflejo honesto en 1912 arrojará destellos radicalmente diferentes de los que lanzó el reflejo de 1865.
. . . Los pies de estos chapoteadores nadan en la escuela de la «producción normal», es decir, todos aquellos que fatigan las páginas con sentimientos domésticos, agradables e inofensivamente versificados.
. . .  Y sobre todo esto se encarama el abultado moho de nuestras «mejores revistas».
. . . No se trata aquí de la ignorancia o la indiferencia popular, sino de los pseudo-artistas y del sistema de control editorial. Las artes pueden prosperar aun en los tiempos de más densa ignorancia popular. Pueden prosperar, supongo, a pesar de todos los falsos sacerdotes y productores de imitaciones comerciales, pero en este último caso la nación no será conciente de la existencia del arte vivo, y la estafa proseguirá.
. . . El artista serio no juega con la ley de la oferta y la demanda. Es como el químico que experimenta, con 40 resultados inútiles, una impagada pérdida de tiempo, y cuyo experimento número cuarenta y uno, o cuatrocientos uno, produce la maravilla susceptible de pasar a la posteridad. El comerciante debe dejar sus experimentos y descubrimientos, limitándose a la producción de aquello que tiene una demanda, o a la venta de sus chapucerías; ambas posibilidades son tan nocivas para el artista como lo serían para el hombre de ciencia.

[...]

Es verdad conocida que el año de gracia de 1870 Jehová se les apareció a los señores Harper & Co. y a los editores de The CenturyThe Atlantic, y ciertas otras revistas, diciendo: «El estilo de 1870 es la revelación divina y final. Mantengan siempre las cosas en el estado en que se encuentran ahora.»
. . . Y ellos, como hombres temerosos de Dios que eran, obedecieron las palabras del Todopoderoso, con lo que un gran honor y crédito descendió sobre ellos, pues tenían una garantía divina. Y si no me creen, abran un número Harpers, correspondiente a 1888 y otro de 1908. Les desafío a encontrar más diferencia que la fecha.

[...]

Cuando un joven norteamericano, con instinto y entraña de poeta, empieza a escribir, no hay quien le diga: «¡Escribe exactamente aquello que sientes y quieres decir! Dilo con la mayor concisión y evita toda trampa ornamental. Aprende todo el oficio posible a través de un contacto directo con los maestros, y no hagas caso a las sugerencias de aquellos que no hayan producido una obra poética notable. De vez en cuando ponte a pensar (como los aconsejara Longino) sobre lo que tal o cual maestro hubiera pensado de tus versos.»
. . . Por el contrario, el joven recibe de los editores misivas como la siguiente: «Estimado señor..., su obra, etc., es muy interesante, etc., pero deberá usted mostrar mayor preocupación por la forma convencional, si es que quiere llegar a ser un éxito comercial.»
. . . Esto llega del señor Tiddlekins, que siente afecto por uno. Ha sido enviado de buena fe. Y nada celestial o terreno logrará que el señor T. vea el asunto desde un ángulo que no sea el suyo. Fue formado en el respeto por las modas del siglo XVIII. Nunca ha meditado sobre un aspecto fundamental del arte o de la estética. Se le ha enseñado que hay una moda buena. Es ubicuo. (Hay un hombre que aprendió 1890 en vez de 1870, pero está igualmente estancado.)

[...]

No basta que el artista sea impetuoso, debe saber qué es lo que ya ha sido hecho y qué queda por hacer. No debe ser como el muchacho campesino que pasó su juventud inventando maquinaria agrícola, y al salir de su tierra descubrió que sus máquinas habían sido inventadas y patentadas mucho antes que el naciera.


Ezra Pound
Patria mía
Traducción: Mirko Lauer
Tusquets, 1971.

lunes, noviembre 21, 2011

Un bárbaro en China (fragmento)

.
La poesía china es tan delicada que no encuentra jamás una idea (en el sentido europeo de la palabra).
. . . .Un poema chino es intraducible. Ni en la pintura, ni en la poesía, ni en el teatro, hay esa voluptuosidad cálida, espesa, de los europeos. En un poema, indica, y los rasgos que indica no son los más importantes, no tienen una evidencia alucinante, la evitan, y ni siquiera la sugieren, como suele decirse. Más bien, se deduce de ellos el paisaje y su atmósfera.
. . . .Cuando Li Po nos dice cosas aparentemente fáciles como esto, que es un tercio del poema:

. . . . . . . . . ..Azul es el agua y clara la luna de otoño
. . . . . . . . . ..Recogemos en el lago del sur lirios blancos
. . . . . . . . . ..Parecen suspirar de amor
. . . . . . . . . ..y llenan de melancolía el corazón del hombre en la barca.

hay que empezar diciendo que el golpe de vista del pintor es tan común en China que, sin ninguna otra indicación, el lector ve de manera satisfactoria, se regocija, y con toda naturalidad puede dibujar con el pincel el cuadro en cuestión. Un ejemplo antiguo de esa facultad es el siguiente:
. . . .Hacia el siglo XVI, no sé bajo qué emperador, la policía china ordenaba a sus inspectores que dibujaran subrepticiamente el retrato de cada extranjero que entraba en el Imperio. Diez años después de haber visto ese único retrato el policía lo reconocía. Más aun, si se cometía un crimen y el asesino huía, había siempre alguien en la vecindad que podía hacer de memoria el retrato del cual se tiraban muchos ejemplares, que se enviaban a la carrera por las grandes rutas del Imperio. Acorralado por sus retratos, el asesino acababa por entregarse al juez.
. . . .Y después de todo, ¿qué contienen en francés esos cuatro versos de Li Po? Una escena.
. . . .Pero en chino, contienen unas treinta: son un bazar, son un cinematógrafo, son un gran cuadro. Cada palabra es un paisaje, un conjunto de signos cuyos elementos, hasta en el poema más breve, promueven un sin fin de alusiones. Un poema chino es siempre demasiado largo, es tan repleto, tan realmente halagador y tan erizado de comparaciones.
. . . .En la palabra azul (Spirit of Chinese Poetry, de V.W.W. S. Purcell), está el signo de partir leña y el del agua, sin contar el de la seda. En la palabra claro, la luna y el sol a la vez. En la palabra otoño, el fuego y el trigo, etcétera.
. . . .De modo que al cabo de tres versos, hay una afluencia tal de aproximaciones y de refinamientos que uno queda maravillado.
. . . .Este encanto se produce por equilibrio y armonía, estado que el chino gusta por sobre todas las cosas, y en el que encuentra una especia de paraíso.
. . . .Este sentimiento, más opuesto a la paz exaltada de los hindúes que a la nerviosidad y a la acción europeas, sólo se encuentra en las razas amarillas.


Henri Michaux
Un bárbaro en Asia
Traducción: Jorge Luis Borges
Tusquets, 2001.

lunes, noviembre 14, 2011

Viva voz de vida (fragmentos)

.
La pasión que Maximilián Voloshin sentía por la creación de mitos se extendió hasta mí.
. . . . —¡Marina! ¡A ti te perjudica tu abundancia! Tienes material para más de diez poetas – y todos – ¡extraordinarios!... ¿No te gustaría (voz zalamera), por ejemplo, publicar con pseudónimo tus poemas sobre Rusia, aunque el pseudónimo fuera, digamos... Petujov? Verías como (encendiéndose) al cabo de diez días toda Moscú y todo Petersburgo los conocerían de memoria. Briúsov escribiría un artículo. Yablonovski escribiría un artículo. Y yo escribiría el prólogo. Pero tú nunca (el dedo levantado, los ojos encendidos), nunca dirás que eres tú, Marina (suplicante), ¡si supieras cuán formidable será! Briúsov, por ejemplo, no parará de chincharte con los versos de Petujov: «Si usted, señora Tsvietáieva, en vez de cantarle a sus propios ojos verdes, se volviera a los verdes campos de su país como hace el señor Petujov que también tiene diecisiete años...» Petujov se convertiría en tu bête noire, Marina, te atormentarán con él, Marina, pero tú ya nunca – ¿entiendes? ¡Nunca! – podrás volver a escribir nada sobre Rusia con tu nombre, de Rusia sólo escribirá Petujov, – Marina, ¡acabarás por odiar a Petujov! Y después (ya de plano atragantándose) – ¡no! ¿por qué después? Ahora mismo, junto con Petujov, crearemos otro poeta – ¿poetisa o poeta? – una poetisa y un poeta, serán gemelos, los Kriúkovy, digamos, un hermano y una hermana. Crearemos algo que no ha existido todavía, unos gemelos geniales. Serán ellos los autores de tus poesías románticas.
. . . . —¡Max! – ¿y a mí qué me quedará?
. . . . —¿A ti? Todo, Marina. ¡Todo lo que todavía serás!
. . . . ¡Cómo me rogaba! ¡Cómo me seducía! ¡De qué manera tan cautivadora pintaba el anonimato de esa gloria, la gloria de ese anonimato!
. . . . —Tú serás como aquel monarca, Marina, en cuyos dominios nunca se ponía el sol. En la poesía rusa no quedará nadie que no seas tú. Con tu Petujov y tus gemelos les sobrevivirás a todos, Marina, a Ajmátova, a Gumiliov, a Kuzmín...
. . . . —¡Y a ti, Max!
. . . . —Y a mí, por supuesto. De nosotros no quedará nada.
. . . . Tú serás – todos, tú serás – todo. Y (los ojos en blanco, en la voz – la sordina) tampoco quedarás tú. Tú serás – esos.
. . . .Pero la pasión mitocreadora de Max se estrelló de forma funesta contra la roca de mi germana honestidad protestante, con ese nefasto orgullo que me hace firmar cuanto escribo. Y... ¡qué buen poeta habría sido Petujov! Y... ¡hasta el día de hoy lloro aquellos gemelos poéticos!


[...]


Coexistencia de dos poetas – igualdad de un ilustre con un desconocido. Yo misma soy un ejemplo vivo, ya que nadie nunca tuvo una actitud de tanta atención y culto hacia mis poesías llamadas maduras, como Maximilán Voloshin a sus treinta y seis años, por mí a mis dieciséis. La gente sólo se comporta así con lo patentado, que para ellos es – por la mayoría de voces por la fama – incuestionable. Nunca y en nada M.V. me hizo sentir las prerrogativas de su experiencia, por no hablar de su nombre. Me amaba también por mis fracasos. Como a quien había sido alguien. Nada de un maître (¡y eran tiempos de maestrear!), y todo de un igual. Puedo decir que amaba la poesía como yo – como si él nunca la hubiera escrito, con toda la fuerza de un amor desesperado por una fuerza inaccesible. Y, al mismo tiempo, escuchaba cualquier buen poema como si fuera suyo. Cualquier buen verso era para él un regalo personal, como para quien ama la naturaleza – un rayo de sol. («Todo eso fue, fue, fue» – y a qué punto ese fue es más grande que el es, ¡más significativo! ¡A qué punto es – es para siempre! ¡A qué punto punto fue – ¡ha dejado de ser!) Me acuerdo sólo de una, de una sola correción, intento de corrección – en todo el voluminoso Álbum vespertino al mero principio de nuestra amistad:

. . . . . . . . . . . . . . . Y con un suspiro, entre negras patas,
. . . . . . . . . . . . . . . quemaremos, tristes, nuestras naves...

. . . . —¿No le parece, Marina (una pausa, los ojos expectantes)... Ivánovna, que es un poco difícil – y retorcido – eso de quemar las naves – entre negras patas? ¿Que para eso – entre las patas – hay poco espacio? Aunque, no cabe duda de que son de oso, es decir, fuertes, apretadoras. Digamos que las naves se acostumbra a quemarlas en el mar, y aquí – unas patas de oso – es obvio – el bosque, espeso. Es difícil suponer que un oso se hubiera instalado con usted a la orilla del mar donde – justo en ese momento – estuvieran ardiendo sus naves.
. . . . Así se me quedó grabado: la orilla desierta de Koktebel, en ella un oso, es decir, Max, está conmigo, y justo en ese momento, en la playa – para que sea más cómodo –, una flotilla en llamas.


Marina Tsvietáieva
Viva voz de vida
Traducción: Selma Ancira
Editorial Minúscula, 2008.

lunes, noviembre 07, 2011

Sobre la lectura (fragmento)

.
El año pasado conocí a un joven analfabeta de unos veinte años; hay más analfabetas en Kentucky que en cualquier otra parte del mundo, con la posible excepción de Filipinas y Haití. El horror de este predicamento fue lo primero que me impresionó, porque era su analfabetismo lo que le impedía conseguir trabajo, y en segundo lugar por la venda que éste le imponía a su imaginación. También comprendí mejor que nunca lo que es un texto y cómo un texto puede cumplirse sólo en la imaginación, cómo meras palabras, que se han usado una y otra vez con otros propósitos y en otros contextos, pueden ser ordenadas por, digamos, un Julio Verne, hasta el punto de ser descifradas como una narración de intricada textura y color espléndidos, de significados y valores precisos. En la época  en que se sucedieron las visitas inoportunas del analfabeta (estaba tratando de ayudarlo a encontrar trabajo) estaba leyendo Les enfants du capitaine Grant de Verne, un libro de geografía ingeniosamente disfrazado de cuento de aventuras para niños franceses, una obra en dos fornidos volúmenes. Nunca antes he sentido cuán afortunado y privilegiado soy, no tanto por saber leer, un estado de gracia que bajo diferentes circunstancias podría desperdiciarse en la interpretación de formularios fiscales o manuales jurídicos, sino por estar en condiciones, de vez en vez, de salir de mí mismo por completo, de estar en otro lado, entre otras mentes, y regresar (al poner mi libro a un lado) renovado y fresco.
. . . . Porque para lo que sirve realmente la lectura imaginativa es para supender los trabajos de la propia mente y darle paso a otra sensibilidad; en un sentido literal, rendirse uno mismo a Henry James o Conrad o Ausonio, a Yuri Olyesha, Basho y Plutarco.
. . . . La mente es un órgano que se autoconsume y es presa de sí mismo. Es un órgano para poner adentro lo que está afuera. Una avispa tiene un ganglio nervioso muy simple por cerebro, un receptor para el color, el olor y las distancias. Es muy probable que una avispa no piense para nada, y si pudiera escribir, todo lo que tendría que decir estaría relacionado con el delicioso olor de las avispas hembras y las peras fermentadas, las hexagonalidades de varios materiales (la fibra de la madera, el papel) en la arquitectura de los nidos, con algunas observaciones tal vez sobre los azimuts (para los jóvenes). Los ángeles, para desplazarnos al otro polo del ser, escribirían de historia y acusaciones solamente, y si Satán hubiera escrito sus memorias, éstas se parecerían a las de Frank Harris, ¿y quién querría leerlas?


Guy Davenport
¿Qué son las revoluciones? Y otros ensayos sobre arte y literatura
Traducción y prefacio: Gabriel Bernal Granados
Libros Magenta, 2008.