miércoles, julio 07, 2021

Quince anotaciones de Rafael Cadenas


Me siento lejos de todo esteticismo. Hace tiempo dejé de darle primacía al arte sobre la vida. Una flor es para mí más misteriosa que "la ausente de todos los ramos".


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Lo literario es una categoría a la que se accede.
     Esto indica que se "sube" hasta ella, y yo quiero, al escribir, quedarme donde estoy, no "levantarme". Por eso me irrita "hacer literatura". ¿El asunto no es más bien "bajar"?


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Quien se pone a escribir un poemaadopta un lenguaje que ha recibido de manos de una tradición como si fuera un traje de lujo, un traje para ir de visita, para lucirlo. Esto suena incurablemente falso. El ademán se me antoja cansado. Yo al menos ya no puedo con eso. Es encerrar la expresión en una forma que se ha vuelto, con el paso de los siglos, obligatoria.
     Pero una tradición no tiene por qué correr sólo a través de determinados lechos.
     Está presente desde el olvido con más fuerza que repitiéndose.


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Me sería muy difícil escribir algo que no esté cerca del habla, algo que no pueda también decir sin rubor. Es absurdo empeñarse en seguir escribiendo poemas "poéticos", literatura "literaria".


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La poesía moderna también tiene reglas; sus guardianes forman una especie de academia rígida. Como árbitros deciden qué es poesía y qué no lo es. Poesía, por supuesto, es la que a ellos les gusta. El espectro de la poesía es muy ancho; pero ellos eligen una franja y decretan que las otras no existen. Son monoteístas.


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Un pueblo sin conciencia de la lengua termina repitiendo los slogans de los embaucadores; es decir, muere como pueblo.


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El lenguaje de la poesía mira al misterio, lo tiene presente; es lo que lo hace esencial. Los otros lenguajes no lo advierten, no le dan cabida, operan a sus espaldas; muchos de ellos son seguros, afirmativos, sapientes; están llenos de suficiencia; rezuman autoridad. Si algo tiene que ver con la poesía es la ignorancia fundamental, el no saber, sobre el cual está erigido el mundo del hombre.
     De ahí lo inconcluyente de la poesía. Se mueve en un borde donde no caben certidumbres rotundas. Ésta es su fuerza desconcertante.


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Los poetas no convencen.
Tampoco vencen.
Su papel es otro, ajeno al poder: ser contraste.


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Los libros se forman solos. Van haciéndose al hilo de los días como una historia. Nunca me he propuesto "escribir un libro". Ellos nacen, como mis palabras, en el vivir cotidiano. Mi reflexión es fragmentaria. Los "poemas" son momentos. Anotaciones.


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Me interesa lo ordinario, que para mí es siempre extraordinario, el fondo que nuestra maltrecha sensibilidad percibe como falto de relieve. Nuestro embotamiento hace que nos fascine lo que hacemos, la aventura, lo que se inscribe sobre ese fondo, y no éste, que es nuestra base, que nos sostiene. "¿El cumplimiento de la ley natural no es más sorprendente que sus contravenciones milagrosas?" (Guillén).


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¿Cómo puede entonces la poesía mostrarnos lo que las palabras encubren? Este sería el challenge. Volverlas reveladoras.


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El poeta moderno está condenado a ser un "experto", lo cual se me antoja un poco triste. El antiespecialista por excelencia se encuentra obligado a jugar el mismo juego que considera peligroso. Debe estar al tanto de las últimas publicaciones en su campo, conocer los "secretos" técnicos, saber qué es lo moderno y aun lo posmoderno (como si ello fuese posible), sumergirse en teorías, estudiar semiótica, etc., y después, si sale ileso, escribir amoldándose a un estilo que los otros "especialistas", los poetas, aprueben. ¡Cuántos espejismos engendra el pequeño ouroboros de los poetas condenados a escribir para poetas!


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El que habla en un escrito está ausente; no se le puede interrumpir, hacer preguntas, observaciones, comentarios. Es un diálogo muy peculiar de dos solos, pero cuánto más viviente a veces que muchas de nuestras conversaciones.


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Frente a mucha poesía moderna sentimos ganas de decirle al autor: Muy bien. Sabes lo que se debe evitar. No cometes tonterías.
     Pero ¿eso es todo?
     Además, a veces nos gustan las tonterías.





Rafael Cadenas
Obra entera. Poesía y prosa (1958-1995)
FCE, 2000.