domingo, agosto 21, 2016

Fragmentos de conversaciones con Juan José Saer


Supongo que esa preocupación responde a las necesidades del mercado literario. Pero a nosotros eso no nos interesa, ¿no? Creo que nos interesa la poesía, la palabra escrita. El mercado literario es otra cosa. No tiene nada que ver con la literatura. Todo lo que tenga que ver con el mercado literario me es indiferente. Diría incluso más: todo aquello que tiene demasiada repercusión me produce rechazo y desconfianza.





Los únicos indicios seguros del valor de un texto son el placer y la emoción, que van acompañados de una especie de sensación de exaltación mínima, incluso trágica y eso crea un sentimiento de que el acto de escribir es posible y, más aún, necesario. Es necesario no solamente para los otros, sino para uno mismo. Y yo creo que lo más importante para un escritor son aquellos textos que lo incitan a escribir, porque no siempre es evidente el hecho de sentarse a escribir, y uno cuando lee, cuando vive, atraviesa muchas zonas de desaliento que lo alejan de la escritura, del arte, y entonces esos autores que incitan a escribir son lo más importante.





Con una buena teoría, naturalmente, como consecuencia, se supone poder hacer buenas obras de ficción. Creo que también es un error. Con un estudio del campo teórico se hacen buenas teorías y no narraciones ni poemas. Estos no intentan probar nada, pero sí lo intenta un tratado. La literatura todo lo que hace es probarse a sí misma como poema o como narración. Funciona gracias a leyes internas que ella misma, en el mejor de los casos, se forja para ponerse en movimiento. Y sin que ese movimiento conduzca a ninguna meta, como ocurre en la teoría, donde hay que verificar una hipótesis. La creación contribuye a mostrar nuevas significaciones, para decirlo de un modo pedante, en el plano del referente. Después, la realidad será kafkiana, incluso para los que nunca leyeron a Franz Kafka. Esto prueba la validez de una estructura narrativa.





No hago más que seguir los modelos de aquellos que me han producido el mayor impacto, trátese de narradores o de poetas. Yo no invento nada... Perfectamente habría podido plantearme, en lugar de los modelos que sigo, otros. Podría haber "decidido" seguir a Capdevilla, por ejemplo. Pero eso es falso. Uno no elige los modelos que cree lo van a llevar más rápido al Premio Municipal sino aquellos que lo marcan íntimamente. Esos modelos son, en mi caso, lo que pienso como la evolución posible de la literatura moderna.





Yo no creo que la relación entre la experiencia y la poesía sea tan directa. Creo que el ritmo y la palabra vienen primero y el sentido, después. Para contestar a la pregunta quiero decir que, luego de mucho tiempo sin escribir poesía, mientras tomaba un examen -cuatro horas en las que uno no tiene nada que hacer- tomé un papel y empecé a escribir tres o cuatro versos de un poema. Fue algo forzado. La cosa no salía. De pronto, al lado, escribí otro poema que no tenía nada que ver con el que yo pensaba escribir al principio. Ese segundo poema, bastante extenso, lo escribí de un tirón. La única relación entre ambos textos -el que quería escribir y el que salió- era cierta continuidad fónica en los títulos.





Uno no puede escribir novelas y cuentos en América Latina como si Arlt, Onetti, Rulfo, Guimaraes Rosa, Felisberto Hernández y Borges no hubiesen existido. Y también podemos transponer eso a otros escritores que no son latinoamericanos, como Cervantes, Joyce, Beckett o Faulkner. Uno crea su propia tradición, esa tradición. Yo no pretendo que sea la única, pero si uno construye una tradición, esa tradición crea obligaciones y esas obligaciones deben respetarse. A Godard le dijeron en una entrevista que Spielberg siempre se refería a él como a un gran maestro, y Godard se reía. Cuando se lo repitieron dos o tres veces, terminó por decir: "Bueno, que me mande un cheque". Hay también escritores que exaltan a otros escritores como sus maestros, pero que no reflejan en sus obras esa admiración. Admirar supone ciertas obligaciones. Para poder admirar a un escritor hay que merecerlo. No decir que se admira a Shakespeare y escribir como Paulo Coelho.





Cuando Vargas Llosa dice que hay que perdonar a los militares en nombre de la democracia, yo me indigno. El perdón sólo las víctimas lo pueden otorgar. Y sólo puede haber perdón cuando los verdugos reconozcan sus crímenes. La justicia tiene que cumplir con su papel. Después, si las víctimas o las familias de las víctimas quieren perdonar es una cosa de ellos. Hacer borrón y cuenta nueva sobre esos tipos es inadmisible. Yo voy a saltar este techo cada vez que escuche un argumento de ésos.





Juan José Saer
Una forma más real que la del mundo. Conversaciones compiladas
Compilador: Martín Prieto
Mansalva, 2016.

domingo, agosto 07, 2016

Cinco poemas de Washington Benavides


Foto de memoria

Yo describí una foto
de memoria.
Después la hallé
y en nada coincidía.
Aquella (la de la memoria)
mostraba cosas
que ésta
no delata.
Yo describí (con precisión)
objetos
rasgos
entes
(¿inexistentes?)
en la cartulina.
¿A qué foto me atengo
en adelante?
Y no me hables de la realidad
(yo sé muy bien que hay muchas,
indiscernibles,
y que es duro el negocio
con las tales).




Ianara

"Ésta es Ianara"
-Dijo la madre a Deodoro-
"Es hija de unos amigos,
tan amigos, que son como parientes."
Pero el niño estaba suplantado
por el muñeco grande, de trapo, de su hermana
Lena, y como tenía sólo dibujada a lápiz (rojo)
su boca, nada podía contestarle, y como sus brazos
eran de estopa y carecían de nervios y de huesos,
no podía tender la húmeda mano.
Sólo mirarla y adueñarse de su imagen
como le ocurrió con aquel cardenal azul
que cantaba
-fuera de su alcance-
en lo alto del tala.




El viejo loco del dibujo

Escrito a la edad de setenta y cinco años
por mí
            antaño Hokusai
                                      hoy Sakio Rojin
el viejo loco
                     del dibujo.
Dibuja lo que quieras
                                   -no lo que sepas
(ya vendrán a enseñarte los maestros)
-pero se contradice-
el viejo loco del dibujo.
Pelea
          samurai con tus pinceles
sobre papeles esteparios
                                       ajústales
el recio bambú en los lomos blandos
a los que venden a sus hijas
             reviéntalos.

Mira después de todo ángulo
al seno del Fujiyama
(o de un cerrito de tu tierra
-¡el Batoví Dorado!-
cualquier cerrito
de tu tierra
con una gran calandria gris encima).




Foto del niño con el gato negro

El niño juega con el gato negro.
Ausente del fotógrafo,
el niño juega con el gato negro.
En el patio norteño con naranjas
las naranjas parecen una guarda
de Fra Filipo Lippi (olviden
esta cita).
El niño ausente juega con el gato.
Después vendrían accidente
y biopsia.
Después vendrían viajes detenciones
exilios otros aires meningitis
sombras de muerte tiburón
nocturno.
El niño juega con el gato negro.
Sonríe con su gato. Picardía.
Alza su negro gato y su destino.
Sonríe a aquella mancha y la levanta
en el patio norteño con naranjas.
Después vendrían muchas cosas graves.
El niño se hizo hombre y se hizo duro
apadrinado por Segundo Sombra.
A veces el destino
es don segundo sombra: "¡Hacete el duro!"
Y vino luego el rebencazo y otro.
Pero en la foto
el niño juega con el gato negro.




La navaja chicana

El poeta chicano
se revuelve y aúlla
     (coyote gris)
en la trampa dentada
en la entraña de USA.

Echa mano al inglés
     de los bosses
     de los beatniks
     del Establecimiento
y lo unta de todos
     los dialectos
del español-español
     del mejicano
     del portorriqueño
es su navaja más filosa
     (es su única arma)
más que el brown power
     el mastodonte
puede segregar todavía
los jugos más terribles
     y destruirlo
     (como brown power)
Pero lo que escribe
     Roberto Vargas
     (su carta/ poema pa
                        ernesto cardenal
     o Rodolfo Gonzales
     (I am Joaquin/ yo soy
               Joaquin)
que saca del olvido
                   a Joaquín Murieta
                   y lo enfrenta
a los wasps los expertos
                    en la picana eléctrica
a los bosses dipsómanos
                    del establecimiento.
O René F. Cárdenas:
("¿Qué le pasó a Amapola: regresó
                   a su familia en Durango?
¿Qué le pasó a Raymond Bill: acaso
su facilidad con las matemáticas lo salvó
                                          de Korea?")
permanecerá mucho más
que el polvo levantado
por el coche policial
que se llevó -atados como conejos-
a dos hermanos
a dos "espaldas mojadas"
condenados antes del juicio
     por "espaldas mojadas".
Esa navaja con cachas de un roble
                   de Durango
corta bien todavía. 




Washington Benavides
Sansueña. Antología poética
Fondo de Cultura Económica, 2016.