jueves, marzo 28, 2013

El joven parco

Doch Abraxas bring' ich selten!
Hier soll meist das Fratzenhafte,
Das ein düstrer Wahnsinn schaffte,
Für das Allerhöchste gelten.


Aficionado al infierno de Dante, sucumbí hace tiempo a un ofrecimiento de José Emilio Pacheco: "un descenso a las cloacas del hampa infraliteraria" (Proceso, núm. 760). El guía era poco prometedor, ciertamente, pero nunca acaba uno de escarmentar.

El recorrido resultó algo largo y aún más tedioso. Se lo aseguro a Pacheco: ni por un instante pongo en duda que jamás le haya pedido a nadie que escriba sobre él. Asimismo --aunque sólo fuese por simplificar las cosas--, estoy dispuesto a aceptar que son exactos los demás datos de impresionante precisión que aporta en contra de dos o tres afirmaciones de José de la Colina. Pues bien, con todo ello, debo decirle a Pacheco que sus "cloacas del hampa infraliteraria" no pasaron de ser una gansada.

Pienso que, a fuerza de afanarse para desempeñar el estrafalario (y provechoso) papel que ha asumido, Pacheco perdió, hace mucho y entre otras cosas, el sentido de las proporciones. No en balde viene habitando, por años y décadas ya, un mundillo donde a los horrores innumerables de la realidad, conocidos de oídas, se suma una retórica tan sin... inhibiciones que se convierte --volveremos al asunto-- en una especie de picaresca nueva.

Cubierto por su cascarón fabricado con una listeza que nadie discute, Pacheco no está acostumbrado a ser puesto en tela de juicio. Chorreando modestia, rechaza copiosamente entrevistas, ayuna, se da golpes de pecho en singular y en plural, etc. Es de sobra sabido. Ahora bien, aunque el disfraz de víctima resulta de rigor para su imagen, sin embargo el ser tratado mal --aun en ínfima escala-- es algo que lo desconcierta, lo aloca, y ¿qué pasa? Pues que el pobrecillo --no el pobrecillo que él cultiva sino el que de veras es-- finge horrorizarse, finge hacer un esfuerzo sobrehumano --esas disculpas tan suyas--, finge como lo finge todo desde larguísimo tiempo atrás. Los espectadores, patidifusos, poco a poco van dejándose impresionar menos.

Lo que aquí escribo son exabruptos de verdulera, ya se está viendo. La razón es clara: el testimonio de la verdulera es indispensable para caracterizar de una buena vez a cierta beata negruzca que se escurre mañana y tarde frente al puesto de legumbres, con un misal henchido de paráfrasis del reverendo Cardenal y de engendros titulados "Viendo llover en Ravena después de saber que Mella usaba suspensorio". Esta grosería es asimismo conveniente a fin de que desciendan las águilas vengadoras de la izquierda, con las monsergas sabidas de sobra. Me acusarán de erigirme en juez y negar dictatorialmente derechos, cuando sólo empiezo a llamar las cosas por sus nombres. Dirán que no consigo dialectificacionalizar mi teoremática --y en efecto, ni lo intento. Hablarán mucho, mucho de odios y envidias donde no hay sino asco y más asco. Superarán al señor Taiboi, cuando denominó "placer de matar" a la elemental repulsión de quienes estamos hartos de que el boletín informativo de una especie de funeraria cursilona pase por alta literatura. En fin, ¡que los enjambres del Bien me acosen sin cuartel! Sé que son buenos chicos en el fondo, como yo. Sé también que quien con rojuelos se mete...

¿Qué me ha hecho José Emilio Pacheco? Dos cosas. La primera, lo que le hace a todo el mundo: agraviarlo con su enfermiza fascinación ante la sangre, la muerte y el horror. Pacheco simula no comprender que sus contorsiones y demagogia estomagante pueden constituir, muy directamente, ofensas e insultos, y hasta calumnias, para quienes (midiendo nuestras palabras) lo llamamos a él fariseo, confiando en que los lectores aportarán sabrosos adjetivos.

Es verdad que sólo algunas veces me asomo a su "Inventario": cuando corre por nuestras cloacas el rumor de que nuestro Prócer acaba de poner otro huevo cúbico, o cuando raramente hojeo Proceso. En tales casos, además, casi nunca acabo ninguna de esas aportaciones a la cultura; siempre encuentro refritos de obras gringas, hechos por un pasmarote.

Pero declaré que dos cosas me dolían. Diré todo. Estoy muy enojado con Pacheco porque... me ningunea. Me ninguneó gachamente en su monografía de Proceso sobre la injuria, la calumnia y la impunidá. No que esperara yo ser mencionado por mi nombre, pero, carajo... ¡siquiera algún aprecio a mi arrojo! Releamos al maestro: "Nunca en la historia del periodismo mexicano... ninguna publicación ha dedicado tres notas al intento de demoler a un libro y a su autor." Creámoslo, pues Pacheco es rico en esos tesoros de información (cuántas hemorroides padecía Juan de Dios Peza, cuántas reseñas suscitó la Oda secular guadalupana). Pacheco está repasando ataques de la cloaca infraliteraria, pero calla que desde allí, desde el semanario de Novedades, y con riesgo de mi vida, por supuesto, yo defendí a José Emilio Pacheco, pese a que, como se ve, lo aprecio poco. Es que me nació del alma: ¡dos gorilazos aporreando a un pacífico mico de noche! (Cyclopes; a Potos yo lo llamo "martucha"). Me cegó la justicia y escribí unos renglones, no por breves menos vehementes, defendiendo a Oacheco contra, cuando menos, un infundio. Al vil ataque doble del 13 de agosto del 89 siguió, el 27, mi defensa, y el Maestro, gracias a su erudición antes mencionada, lo sabe. Ni un guiño de simpatía. Mejor disolver mi despecho en un poco de historia.

En 1974 llegué a la conclusión de que consagrar, por ejemplo, una página entera a imprimir: "Aunque renazca el sol/ los días no vuelven" sólo podía significar una tomadura de pelo o una ofuscación completa del sentido del ridículo. Durante un decenio opté por lo natural, o sea olvidar la existencia de aquello. A mediados de los ochenta me cayó entre manos un librito de Pacheco que me limité a hojear --única cosa que desde entonces he logrado hacer con otros tres o cuatro suyos. Supe igualmente de la existencia de los "Inventarios". No sólo esto: fue grande mi asombro al ir descubriendo que Pacheco se había transformado en una inexplicable paradigma de calidad humana, cívica y hasta literaria.

Las razones de este fenómeno, del auge de esta leyenda, no son de orden literario (bastaría con preguntar su opinión a cualquier lector en estado de inocencia). Son por fuerza razones que sólo los sociólogos, si sirvieran para algo, podrían esclarecer. Los demás, por supuesto, debemos limitarnos a admirar. No creo que Pacheco planeara en detalle su progresión. Nadie habría podido hacerlo. Sin embargo, el hecho es que, gracias a una limitación congénita de su manera de captar las cosas, gracias a la carecia de todo lo que implique flexibilidad, soltura, sonrisa, impulso, imaginación, el joven escritor, tal vez sin proponerse tanto, vio de pronto su obra literaria remolcada, como una arcaica máquina de coser de pedal, cuadrilonga y con ruedecitas, por una multitud cretina deficiente en héroes (sin los cuales la vida poco vale).

Por desabrido y relamido, Pacheco estuvo que ni pintado para el caso. Otro factor, sin embargo, fue esencial en aquella transfiguración: la izquierdosidad, por supuesto. Elemental prudencia suya, el asumirla, pero Pacheco supo magistralmente evitar un grado incómodo de compromiso, sin dejar de contentar a las bandas que arrastraban felices el oxidado cachivache de su poesía y su moralina, rumbo a la lucha final tan esperada todavía. Supo contentar y, a intervalos oportunos, propinar papirotazos de pesimismo impresionante. No hay cosa que el proletariado agradezca más -- y hace subir, de paso, el termómetro moral.

La actitud de José Emilio Pacheco fue relevando a un perito en manejar la estupidez humana (concretamente, la de cierto México en el último veintenio). Primero, un gelatinoso lamento cultillo al morir el Chegüevara (y Pacheco, casualmente en vuelo hacia Europa). Acto seguido, un gesto amargo de desencanto ante lo incorregible de la humanidad. Pausa, y una pirueta de "artista" pretendidamente deslumbrado, a pesar de todo, por cualquier simpleza que haga murmurar a los profanos: "Él sí es sensible y profundo." Entonces, una mueca de dolor, unas palabras farfulladas con rabia: Escribo en una máquina Remington Rand... (y sí, escribía en ella; como también cobraba y cobra en dólares). Finalmente, la cómica trasposición romanoide: ¿Has visto, oh Pasíbula, la chequera de Lucio Calpurnio Bestia? (Y el profano coro: "Cuán culto, qué barbaridad.") En fin, el grotesco hecho existe. Pérez Gay tiene razón en afirmar que hay Pacheco para rato. Sólo que...

Sólo que ya no serán las cosas tan cómodas como antes. Empieza a verse claro que aquello de creer "que/ (contra la abrumadora evidencia)/ los nietos de los nietos de nuestros nietos/ conocerán la sociedad perfecta" representa un vergonzoso ardid de pícaro para dar gusto a la marxetería dominante, sin abandonar el pretendido tormento de intelectual a quien hasta lo que no prueba le hace daño. Quiere que se persuada bien la gente: mientras le bolean los zapatos en un aeropuerto internacional, Pacheco solloza por alguna iniquidad cometida en el Congo: aunque pasee, no es ningún simple turista. Quiere que nadie dude: si jamás se suma a ninguna manifestación dispersada a tiros, él puede ser excusad: es porque ayer cayó en cama al enterarse de las condiciones de vida de los andamaneses. En resumen, una existencia picaresca, de puro timo. De un género que, hoy, permite vivir bastante a gusto.

Pues bien, decíamos, ya es menos así. Hace cinco años habrían sido inconcebibles estas frases de los últimos meses (de autores y lugares distintos, y ninguna aparecida en el semanario de Novedades): "Sus errores no sólo provienen de una cada vez más alarmante falta de autocrítica." "El 'problema', así, no es la moral sino el abuso de la moral, la moralina", "prisionero de una retórica facilona y farisaica", "sus pésimos poemas, sus discurso entre ruinas, empobrecido a fuerza de catástrofes, su falso trasfondo moral..."

Como se ve, José de la Colina no es el único que --según Pacheco y sin otro síntoma que el no soportar a Pacheco-- "aborrece la compasión por las víctimas..., la protesta contra la violencia, la miseria, la contaminación". Basta de lógicas de monja. Rechazar el modus operandi y los partos de Pacheco no por fuerza significa que seamos tan, pero de veras tan perversos.

Empieza a llover en la milpita de este Grande Hombre. Seguirá lloviendo. Cuando fallezca, en hedor de santurronidad, los discursos serán notablemente distintos de como los debió de imaginar en 1968, cuando el joven parco, ataviado de primera comunión, proclamaba que "un lapso de la historia ha termiando", lucidez idéntica a la del personaje de cierto viejo chiste: "Ha comenzado la guerra de los Treinta Años.."

Hoy en día, ¿cómo responde a esta higiene mental el ganglio cerebroide de José Emilio Pacheco? Mal, hay que reconocerlo. Mal. Allá él. Repite, cacareando: "Los sinvergüenzas no quedarán impunes." ¡Los caraduras tampoco, puedo asegurárselo! ¿Hay Pacheco para rato? Procuremos entonces, cuando menos, que le resulte un mal rato.



Gerardo Deniz
Anticuerpos
Ediciones Sin Nombre-Juan Pablos, 1998.

Cinco textos de Gerardo Deniz acerca de José Emilio Pacheco:
http://www.scribd.com/doc/132835979/Cinco-textos-de-Gerardo-Deniz-acerca-de-Jose-Emilio-Pacheco

jueves, marzo 21, 2013

Acerca de la crítica


1

No creo que todo el mundo exista con el fin de terminar en un libro (Mallarmé), aunque la idea, estoy de acuerdo, es excitante.

Sí creo, en cambio, que todo libro existente eventualmente desaparecerá.

Como resultado de una catástrofe final o victimizados por la tecnología o por un proceso de auto-aniquiliación, no lo sé. Pero desaparecerán.

No veo razón para el lamento. Veo aquí un incentivo para ubicar a los libros dentro de la categoría de organismos vivos. Así que es natural que crezcan, se multipliquen, cambien de color, enfermen y, eventualmente, mueran.

En este momento somos testigos de la fase fina de este proceso. Figurativa y literalmente, las bibliotecas son cementerios de libros.

¿Qué son los best-sellers de pasta blanda si no cenizas, sombras, humo? Todo best-seller testifica el hecho de que el fuego del lenguaje (en sus formas literarias) se ha extinguido.


2

Pero en lo que toca a nosotros, estamos vivos y bien.

Todavía tenemos colores y ojos para verlos, sistemas lógicos, signos, proyectores de cine, pistas de baile, cadenas de televisión, alfabetos manuales y mucho más.

Hasta donde sé, únicamente los artistas están celebrando la muerte de los libros. Es difícil de creer, pero es cierto, a nadie más parece importarle.

Sólo los artistas están dando su merecido adiós a los libros, con cantos, iconos, aceites sagrados, rituales, cohetes; en fin, todo lo usual en estos casos.

Otras personas (por ejemplo, los escritores, lectores y todos los intermediarios entre unos y otros) simulan no ver, oír u oler. Las estadísticas no gozan de alta estima como materiales de lectura en estos círculos.

¿Y qué tal en la educación? Todo ocurre, como antaño, casi exclusivamente por medio de libros. Mientras tanto, afuera, en las calles, se aclaman los peores best-sellers.


3

Pero esta no es la historia de los buenos escritores versus los malos escritores, editores de calidad versus editores de basura, lectores inteligentes versus lectores idiotas.

El único tema real de nuestra historia es este objeto más bien pequeño, usualmente rectangular, multicolor y de peso ligero: el libro, los libros. Los encontramos aquí y allá entre nosotros, viviendo sus vidas, cambiando, objetos de todo tipo de manipulaciones y modificaciones en manos de cualquiera que se cruce con ellos.

Los artistas han tenido esta intuición: los libros son propiedad común. Pertenecen a todos y cada uno de nosotros. Varios siglos de vida común entre hombres y libros  han dejado su marca en ambos loados. Los hombres aprendieron a leer y luego se aburrieron. Los libros aprendieron que no durarían para siempre y comenzaron a moverse.

Los libros se convirtieron en territorio para el juego, abiertos a cualquiera dispuesto a tomar parte de él. Muy pronto los libros se volvieron multicolores, su geometría se diversificó, los textos impresos comenzaron a bailar e incluso hicieron su salida, las páginas devinieron transparentes, materiales distintos del papel se exploraron y conquistaron.

Aquellos que gustan de la historia dicen que todo esto comenzó en los tardíos años cincuenta, y se responsabiliza a los poetas concretos del primer golpe mortal.

Pero, por supuesto, todo esto comenzó mucho antes. Sólo para mencionar un ejemplo, los futuristas y constructivistas ya habían estado activos en este campo algunas décadas antes. Y cuando dices esto en voz alta, no pasa mucho tiempo antes de que alguien interrumpa y recuerde los manuscritos medievales, las inscripciones romanas o la escritura jeroglífica.


4

Veo esta evolución formal de la siguiente manera:

a) Lenguaje escrito en bloques más bien sólidos: PROSA. Todas las unidades visuales (letras, puntuación, espacios) se distribuyen uniformemente, creando un patrón regular blanco y negro sobre la página. [La distinción entre narración y diálogo representa la primera ruptura importante en el cuerpo del texto.]

b) Rarefacción del lenguaje: POESIA.  Las palabras se volvieron escasas, cada una proclamando y defendiendo su propia identidad. La mitad del espacio permanece en blanco. El texto y el espacio desocupado mantienen un delicado balance. Nuestras emociones se despiertan por esta precariedad. [El verso libre redescubre y repuebla la baldía vastedad de la página.]

c) Flotando en un espacio enrarecido, algunos elementos (letras, palabras) coagulan: POESIA CONCRETA. El lenguaje pierde su uniformidad. Las letras están, desde ahora, sujetas a las leyes (la arbitrariedad) de la atracción y el rechazo. El lenguaje carece de transparencia. Las letras pueden ser pintadas con cualquier color. [La exposición a la variación de tamaño, forma y color conduce, a final de cuentas, a una carencia total de identidad. Las letras se mezclan con imágenes. Nace la poesía visual.]

d) Una vez que la primacía del lenguaje visual se ha roto, cualquier sistema de signos puede poblar el libro: OBRAS-LIBRO. Los artistas, músicos y gente ordinaria los toman por asalto. A partir de ahora, el libro tendrá sentido por su carácter en entidad física. La intrusión de signos heterogéneos en la página queda relacionada con un conocimiento más hondo de la naturaleza estructural del libro como un todo. [Lo que en fases anteriores e esta evolución no parecían ser sino sueños alocados --libros en blanco, libros en negro, libros ilegibles, etcétera-- más tarde demuestra ser fácil de emprender por los artistas y fácil de aceptar por el público.]



5

Prefiero detenerme aquí. En el momento en que la bestia ha muerto. Luego llegaron las hienas de todo tipo y no quiero ocuparme de ellas.

La actividad editorial se diversificó. Se organizaron festivales y conferencias. Los museos enriquecieron sus colecciones.

Los libros alcanzaron estatus de superestrellas. Fueron colocados bajo los reflectores. La audiencia del arte se mantuvo sentada a la expectativa de algo que tenía que ser sensacional.

Pero en la escena de arte los libros probaron ser, en su mayor parte, pobres actores. Bastante pequeños, se dañan fácilmente al ser manipulados, más bien difíciles de exhibir, pobremente distribuidos, y todo lo demás.

Únicamente los artistas ingenuos creyeron realmente, y sólo por un corto tiempo, que las mejores armas de los libros eran su "falta de pretensión" y su carácter "democrático".

Al final, el libro de artista probó ser nada más, nada menos, que un producto artístico.



6

Estoy feliz con las actuales actividades diversificadas en el campo del libro, siempre y cuando se obtengan nuevas visiones.

No veo por qué tengamos que escuchar una y otra vez los nombres Dieter Rot, Edward Ruscha, Andy Warhol, etcétera. Y, por favor, les ruego, no mencionen a D . . . p.

Creo, y soy feliz al creerlo, que alguien en Etiopía, Paraguay o Corea está haciendo o ha hecho obras maravillosas (y no porque haya visto una). Estoy convencido de que la capacidad humana para la creación es más amplia, alta y profunda de lo que los especialistas del arte quieren hacernos creer.

Sólo los museos y los coleccionistas (y me refiero específicamente a los museos y los coleccionistas en los países más ricos, muy conocidos por sus perspectivas imperialistas acerca de la geografía y la historia de la cultura) pueden tener un interés en identificar, fechar y registrar las supuestas diez mejores obras en un campo dado.

Lo que más me gusta de los libros es que hay demasiados. Por lo tanto, nunca puedo estar seguro de que los he visto todos ni, en consecuencia, de que sé cuáles son los mejores.

Créanme, no digo esto a la ligera. Estoy contradiciéndome de modo consciente después de haber llegado a la conclusión de que, o debo cerrar la boca para siempre, o debo contradecirme.



7

Comencé a hacer obras-libro en 1971, inmediatamente después de haberme dado cuenta de que ya había muchos libros en el mundo.

 Había escuchado que las (mayores) bibliotecas estaban llenas de libros que nadie había abierto o solicitado.

Sabía por propia experiencia que el contenido de un libro --el lenguaje-- es engañoso y puede ser aburrido.

Era entonces necesario, concluí, terminar con los libros. Pero esto, en bien de la coherencia, tenía que hacerse por medio de libros.

Mi propósito fue crear libros que fueran tan intensos en el uso del espacio y tiempo disponibles que todos los demás libros parecieran superficiales y sin sentido.

De arranque, los libros tenían que liberarse a sí mismos de la literatura. Luego, tenían que liberarse de las letras.

A partir de ese momento, consideré a cualquiera que no leyera libros como mi aliado y a cualquiera que escribiera libros como mi enemigo.


8

Pero reservé mi amor más profundo por quien activamente estuviera involucrado en la lucha contra el enemigo en común.

No importa que no sepa que está peleando, no importa siquiera que reconozca la existencia de un enemigo.

La única cosa importante es que esté creando libros que vuelvan obsoletos los estándares del enemigo: su arma.

Tales libros --obras-libro-- alcanzan este fin por medio de su coherencia interna, el impacto de sus contenidos, su comprensión de la naturaleza secuencial del libro, su conciencia del ritmo de "lectura", el rechazo del lenguaje lineal.

Cuando tales libros finalmente existan, y cuando su existencia sea reconocida, entonces tendremos el derecho a decir: "¡Hemos ganado!"

¡Hemos ganado! ¿No es así?



Ulises Carrión
El arte nuevo de hacer libros
Edición: Juan J. Agius
Traducción: Heriberto Yépez
Tumbona Ediciones, 2012.

Este texto fue escrito para el panel "Critical Issues for Artists´ Books" dentro de la Artists´ Books Conference, que tuvo lugar en el Centro de Ciencia e Ingeniería de la Universidad de Boston en abril de 1985. Apareció publicado por primera vez en Quant aux livres / On Books (1997 y 2008).

jueves, marzo 14, 2013

La comparación con música es perfectible por los pájaros


primero la historia mundana
el arco de la acción
el realismo y su constelación de efectos
como pájaros no repetidos en la biografía


§


la comparación con música es perfectible por los pájaros
pero del lenguaje del paraíso
de las aves del que sigue a la traducción
qué piensas, o del supuesto
entretejido de trama y detalle


§


la tercera persona no nos llevó a la transparencia
ni el tajo que divide áreas de pájaros
de otras terrestres, insistiendo: así pasó.
la primera persona no nos llevó a la transparencia


§


la descripción de los objetos fue el cielo del siglo, dicen,
-y si el cielo no termina ahí
y si nos equivocamos todos y la lírica
vuelve como acto de verdadero realismo?


§


montañas lejanas al mismo tiempo y próximas
a lo largo de esa indeterminación nos movemos

sobre particularidades alisadas
algunas más prominentes que otras

las vacas pastan sobre el lenguaje
el lugar común del pasto


§


polen es metafísica en este pueblo
su impronta en las partículas
caminamos llevados por la promesa de la urbanística,
"su tema recurrente", decimos


§


el gran afuera, espeso,
el poema emancipado de la labor
aunque es sus límites
sobre esta instancia la constelación entera
entre hechos y helechos repartidos



Hugo García Manríquez
Tierra Adentro, no. 179-180, diciembre de 2012-marzo de 2013.

jueves, marzo 07, 2013

Tres poemas de Rodrigo Flores Sánchez

Bella epístola a manera de presentación

My dearest:
Lo que de tu amor en mí habita:
. . . quiero cogerte.
Experiencia directa.
Decirte hola para matar el tiempo.
. . . Habitarte para ocultarme, bonita.
. . . Cogerte.
Decirle:
ocúltate bajo la falda.
Decir
que espejo es experiencia.
Y todo ello
-aunque es demasiado-
ocurre mientras mi bota golpea
contra la puerta,
contra la pared,
como tardío acontecimiento
o apostilla temprana de lo que no
. . . sucederá.
Amor observa el triángulo que forman
la puerta que va y viene,
el quicio donde la luz termina
y mi sombra tras la bota que se
. . . desplaza.
Espero en la habitación a que amor
. . . rime detrás de la puerta franca.

Tanta experiencia
acabará por ocultarnos,
de tan liviana,
como biombo japonés.

No molestar por favor. No
repitas tus recursos por favor.
Sé de desear matarme
y sé de la hipocresía de no hacerlo
y sonreír en el sarcasmo de
. . . desearte.
Género tragicómico afectado.

Mientras piso la alfombra
para asegurarme de que no dije nada,
sé que mi cuerpo tiene algo de no
. . . tenerte,
oh Maligna,
Sincerely yours, El Sr. Desollado.



contrabiográfico
Arenal/2009

Acabo de ver el letrero que dice:
Se saca cascajo.
Las letras en la puerta de la camioneta.

Las letras rojas titilan y clavan.
Y yo voy dando vueltas.
Doy vueltas a las palabras.

Se saca cascajo de mi boca,
podría decir.
Se saca cascajo.
¿De dónde se saca?,
me pregunto.
La camioneta sale
de la casa.
Avanza.
Creo que sacó cascajo de la casa.
Y yo repito.
La camioneta
con letras rojas
en la portezuela
saca cascajo.
Eso hace porque eso dice.
Presente del indicativo.

Me saca de mí,
me sacó de mí el letrero,
más que nada el sonido reiterándose.
El sonido del letrero
me sacó de mí
para escucharme decir:
se saca cascajo.
Me sacó a mí para decirme
que de cascajo en la cabeza
voy lleno,
vengo lleno
de cascajo.

Quieren sacarme el cascajo
pero yo no quiero.
Estoy bien.
No quiero que me saquen de mí.
Que mejor
venga
la camioneta.



contrabiográfico
Señales/2008

Una cierta marca de sentido,
están manchados mis pantalones de sentido,
con salsa roja,
con marca de muerte,
como comer pepinos en tupperware,
tal vez sopa de lentejas,
chile relleno de picadillo,
así me marcan los acontecimientos,
las fracturas, las iras,
algunos pusilánimes
próximos a mí, a ti,
se me abastecen con bocados,
se me nutren con amor,
se me alimentan con fe para no creer,
la alarma suena toda la noche,
es cuando los asaltantes
llevan mi cabeza a la tabla de picar
y la pican, la pican en la noche,
escucho las alarmas, nos asaltan
cuando dormimos, sin saberlo
nos decimos malas palabras,
había una amenaza,
los intrusos penetran nuestra morada
y se activa el detector de movimiento,
¿aún sonará el tuu ruu tuu ruu?,
con las hordas me nacen marcas
en la noche de cuchillos,
en la rabia,
se me activan las marcas de sentido,
de rigor,
marcas de salsa en los pantalones,
busco mis marcas de humanidad responsable,
las marcas genitales de que soy señor,
las marcas corporales
por perderlo todo,
las marcas en los nudillos
del buceo en rumbos universitarios.
Soy oblicuo.



Rodrigo Flores Sánchez
Tianguis
Almadía, 2013.