miércoles, marzo 21, 2018

Cuatro poemas de Arturo Carrera


Alguien no podría verlas
más que en las siluetas. Sombras que
en cuclillas contra un muro proyectaban
cisnes, conejos, gallitos,
un burro.

Más que cuando se dormía.
Más que cuando se lavaba la cara.

Mientras la voz de quien aún lo ama
volvía
y volvía todavía.





Cuesta creerlo.
Cuesta creer que una sensación se comporte
inhumanamente;
que una sensación sea una piedra,
crezca imperceptiblemente, como las piedras,
como las formas
en el estilo de las piedras.

Cuesta creer en el "estado" del poeta.
En sus aserciones y en las imágenes que a veces
confusamente imita;

¿dónde está la evidencia de su verdad,
la continua animación y movimiento
del deterioro o crecimiento
de su estilo?





Dornkirk: rara vez la televisión
con la cara pegada a la armadura te pide: ¿activás el robot?
A través del arco gótico (dos manos que a fuerza
de estar juntas lo hicieron) pasa un camello.
Y los Tres Reyes Kanzaki: Chabón, Minita, Traba.
Y la cometa queda,
como mancha de aceite
dorado en el cielo...

6 de enero.
la miniserie, la minifábula,
la minichica, el minicabro.

Y que yo escriba y no entienda,
que sueñe y no viva,
la a, la e, el leopardiano apelotonamiento de vocales.
Abuelo, Abuelo, papá, Papa.





al girar de los siglos, duele
el misterio. El misterio que los poetas jóvenes
no quieren nombrar de viejos.
La niebla cubría la cara
de los otros chicos.
No le veíamos la cara tampoco a la maestra.
El fauno reviejo visitó la rescuela.

En el repatio plantaron un reárbol.
Borges plantó otro en La Casa de la Cultura.
El pozo lo hizo Raúl, el portero Raúl,
que a veces nos dejaba tocar aquel timbre
del final del recreo. «A mí, a mí...» –se oía.
Nos alzaba, firme,
para que alcanzáramos el botón
de baquelita oscura.





Arturo Carrera
Fastos
Casa Editorial HUM, 2010.

miércoles, marzo 07, 2018

¿Por qué?


Este libro no es una traducción.
Es un retrato.
El retrato de una aventura mental.

En la Torre de Juan Abad:
               «Vivo en conversación con los difuntos
               y escucho con los ojos a los muertos»
Quevedo escribe.

Hoy se trata de Quevedi.
QUE VE EDI
                      son Simons
el que firma estas líneas.

En cuyo nombre (el falso nombre)
el Sí, el No, se mezclan de modo inconfundible
¿para qué?

¿De qué sirve hoy en día ser testigo de Coleridge o de otro?
¿Hay alguien que pueda fructificar?

Una última ilusión: la ronda de voces.
La palabra que baila entre los números.
Eso me hace vivir, ganar dinero.
A la lengua de mi abuela
saco la lengua.
Quien saca la lengua, quien tira de la lengua: traductor.

Nos sacamos la lengua Coleridge y yo.
Para él, para mí, poetas, las palabras no son cosas.
Tenemos facilidad.
Facilidad de lenguaje:   o t r a   c o s a   NO.

La aventura mental de sacarse la lengua le es absolutamente indiferente a aquellos para quienes las palabras son cosas, a aquellos para quienes el lenguaje como tal, meTAL-enguaje, no existe, los intransparentables, para quienes el origen de lo que dicen se pierde en el dolor.

Cuando uno escribe la palabra dolor, los lectores piensan que el escritor es superior a ellos, que tuvo lástima.
Lástima, piedad, amor de compasión.
La caridad de cualquier manolo.
Buda por veNIR de la VANA canción.
La canción vacía, populera.
La poesía en España, hoy.

Los que tenemos facilidad de lenguaje, los insaciables de la transparencia, sabemos que no se dicen las cosas, que lo difícil, la oscuridad poética, se encuentra entre aquellos que se tragan la lengua.

Raro gusto el nuestro de seguir sacándonos la lengua.
Las vocales engordan.
Las erres son feas y férreas.

Pero Coleridge dice:
«Un niño que riñe a una flor con las mismas palabras con que lo riñeron y castigaron es poesía –un apasionamiento que se disipó, de puro placer.»

Algunos no podemos dejar de darnos cuenta, de dar cuenta, de esto, de esta riña con la flor. Esa es la única aventura mental.

No se me pida que le sea fiel a Coleridge.
Mi relación con él es una vieja amistad.
Lo he invitado a comer.
A comer lengua.
El castellano.

«–¿Quién pone la mesa?»
«–La vieja Teresa
«–¿Quién lava los platos?»
«–La lengua de los gatos

La lengua de los gatos es el inglés.
El inglés de Coleridge.




Edison Simons
Coleridge. Poemas, pensamiento poético
Editora Nacional, 1975.