martes, agosto 31, 2004

Viático

El hombre que camina a lo largo del muro sin saber qué es la vida - no se detiene para que se lo expliquen mariposa o hierba. Tampoco - entrada la noche - desconoce llegado el momento del reposo - ni viste pesada ropa en verano ni se despoja de ella en invierno. Cuando la sed lo atenaza bebe para calmarla. El hombre que camina a lo largo del muro - si encuentra a la muerte la ignora e - ignorándola por siempre jamás - termina por perderse en ella.

Maria Venezia
Viático
UAM/ Juan Pablos Editor, 1989.
Traducción Emilio Adolfo Westphalen

jueves, agosto 26, 2004

James Joyce (fragmento)

Así también, debo decirlo, nace James Joyce, para quien la soledad aristocrática fue la ley de su vida. Tanta independencia y --para decirlo claramente-- tanta arrogancia, lo dirigieron por caminos que emprendió solo sin que nadie lo juzgara ni limitara. Aquella respuesta que dio a un maduro poeta irlandés tiene que ser de su juventud: "Admito que no tuvo usted ninguna influencia sobre mí. Pero lo deplorable es que sea usted demasiado viejo para sentir la mía".
El convencimiento de su fuerza, que en un hombre tan joven no podía existir más que en estado latente, es asombroso. Si yo hubiese leído ese artículo en 1901, cuando fue escrito, me hubiera reído. Ahora, sin embargo, me hace pensar. El frágil brote de vivero sabía que llegaría a ser un alto pino.

Italo Svevo
James Joyce
Editorial Argonauta, 1990.
Traducción: Alejandro Manara y Mario Trejo

viernes, agosto 20, 2004

Presentación

en la infancia cuando florecían los errores gramaticales
no hablábamos mucho
vagueábamos en la vida
mirábamos al mar detrás de la cerca
las estaciones en que navegamos
se sumergen adentro

la música completamente fría y cruel
los matrimonios que yerran constantemente
un misántropo
camina hacia cierto domicilio
se desvanece como el humo

infinitas olas de pesadumbre
apresuran a los niños a levantarse
los rayos del sol se juntan y se dispersan
no hablamos mucho

Bei Dao
Paisaje sobre cero
Visor, 2001.
Traducción: Luisa Chang

martes, agosto 17, 2004

Campo general (fragmento)

Del Pitorro. Un arriero venía viajando solito, se detenía a mitad del campo, para descansar. Entonces veía a un hombrecito viejo, sentado en el barranco, barbita en el mentón, peludo, barrigón, traía un gran sombrero de cuero en la cabeza y ese hombre silbaba. Parecía un vertedero de paz. Mas el hombre le preguntaba al arriero si tenía tabaco y hoja de enrollar; mas él mismo sacaba del bolsillo una pipa que traía, apretaba el tabaco, lo prendía. Soltaba una humareda, de dentro indagaba con aquella voz que se iba estirando, cada vez más preguntadora, ofensiva: --"¡¿Usted conoce al Pitorro?!" Echaba otros humos: --"¡¿Usted conoce al Pitorro?!" E iba creciendo, desde él, se transformaba en un despropósito de monstruo hombre. --"¡No conozco al Pitorro, ni a la madre, ni al padre del Pitorro, ni al diablo que te cargue, por Nuestro Señor Jesucristo, amén!...", el arriero exclamaba, dibujaba en el suelo el signo de Salomón, el Pitorro con negros azufres se desbarataba: él era el "Niño", el Pie de Pato. --"¡Con Dios me acuesto, con Dios me levanto!", jaculaba Miguelín; y no alcanzaba a ver la puntita del sueño en el que se dormía.

João Guimarães Rosa
Campo general y otros relatos
FCE, 2001.
Traducción: Valquiria Wey

jueves, agosto 12, 2004

El fulgor (dos poemas)

XII

Moluscos lentos,
sembrada estás de mar, adentro
de ti hay mar: moluscos del beber
en ti el mar
para que nunca en ti
tuvieran fin las aguas.

XXXIV

Qué sabes, cuerpo, tú de mí
que así me miras
en esta tarde melancólica,
me escrutas, piensas, mueves
la cabeza donde insólito dura
el aire
de aquella nuestra juventud.
Y ahora
que la navegación se anuncia larga y nada
parecería haber que no hubiéramos muerto,
desnudo cuerpo, dime,
qué sabes tú de mí que así me miras
en la borrada orilla oscura de este mar.


José Ángel Valente
El fulgor
Cátedra, 1988.

martes, agosto 10, 2004

Filifor forrado de niño (Prefacio)

(fragmento)

Creedme: existe una gran diferencia entre el artista que ya se ha realizado y aquella muchedumbre infinita de semiartistas y cuartos de bardo que se empeñan en realizarse. Y lo que queda bien en el genio, en vosotros suena de modo distinto. Mas vosotros, en vez de procuraros concepciones y opiniones según vuestra propia medida y concordantes con vuestra realidad, os adornáis con plumas ajenas; y he aquí por qué os transformáis en eternos candidatos y aspirantes a la grandeza y la perfección, eternamente impotentes y siempre mediocres; os volvéis sirvientes, alumnos y admiradores del Arte, que os mantiene en la antesala. Resulta terrible, por cierto, ver cómo os esforzáis para lograr el fracaso, cómo se os repite vez tras vez que todavía no, que no es eso, y vosotros, sin embargo, de nuevo empujáis con otra obra; y cómo tratáis de imponer esas obras, cómo os consoláis con pobres, secundarios éxitos, regalándoos mutuamente cumplidos, organizando banquetes y buscando cada vez nuevas mentiras para justificar vuestra razón de ser, tan sospechosa. Y ni siquiera tenéis el consuelo de que, para vosotros mismos, lo que escribís y fabricáis tenga algún valor. Porque todo eso es sólo imitación, aprendido de los maestros, y vosotros no hacéis otra cosa que agarraros al faldón de los genios, repitiendo tras ellos y peor que ellos, produciendo hacinamiento allí donde no hay lugar para el hacinamiento. Vuestra situación es falsa y, siendo falsa, tiene que engendrar frutos amargos, y ya dentro de vuestro gremio crecen e1 mutuo desdén, la malicia y la desestimación, cada uno desprecia al otro y, además, a sí mismo; constituís una hermandad de autodesprecio... y, al final, os desestimaréis a muerte. ¿En qué, pues, consiste la situación del escritor secundario, sino en un solo y gran repudio? El primer y despiadado repudio se lo aplica el lector común, que terminantemente se niega a gozar de sus obras. El segundo e infame repudio se lo aplica su propia realidad, que él no supo expresar, siendo copiador e imitador de los maestros. Pero el tercer repudio y puntapié, el más infamante de todos, le viene de parte del Arte, en el que quiso refugiarse, y el cual lo desprecia por incapaz e insuficiente. Y esto ya colma la medida del oprobio. Aquí empieza ya la completa orfandad. Esto ocasiona que el secundario se convierta en objeto de una burla general, bajo el fuego graneado del repudio. En verdad, ¿qué se puede esperar de un hombre repudiado tres veces y cada vez con más oprobio?

Witold Gombrowicz
Ferdydurke
Seix Barral, 2002.

martes, agosto 03, 2004

El poeta y el tiempo

Igualdad del don del alma y de la palabra - eso es el poeta. Por eso - no hay poetas que no escriban, ni poetas que no sientan. Sientes pero no escribes - no eres poeta (¿dónde está la palabra?); escribes pero no sientes - no eres poeta (¿dónde está el alma?) ¿Dónde la esencia? ¿Dónde la forma? Identidad. Indivisibilidad de la esencia y la forma - eso es el poeta. Yo prefiero, naturalmente, a quien no escribe pero siente, que a quien no siente pero escribe. El primero - quizá - mañana será poeta. O santo. O héroe. El segundo (el versificador) - no es nadie. Y su nombre es legión.

***

El crítico-prontuario, el que analiza la obra desde el punto de vista de la forma, que omite el qué y mira sólo el cómo, el crítico que en un poema no ve ni al protagonista ni al autor (en vez de creado "hecho") y resuelve todo con la palabra "técnica", es un fenómeno si no nocivo, sí inútil. Ya que a los grandes poetas las fórmulas de poética ya hechas no les sirven, y a los que no somos grandes - ¡a nosotros no nos sirven! Diré aún más: generar pequeños poetas es un pecado y un daño. Generar artesanos puros de la poesía es como generar músicos sordos.

Marina Tsvietáieva
El poeta y el tiempo
Anagrama, 1990.
Traducción: Selma Ancira