viernes, diciembre 21, 2012

Quince incas / Doce estrofas de comentario a la inexistencia a partir del kamel-trot inkaiko (circa 1930)

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Quince incas frappé bailan en puntas sobre una loza de bakelita: 1929-1989;
giran a velocidad de mapamundi,
glissando sobre irregulares trombosis y aneurismas.
Sus hidráulicos párpados de violonceleta
envuelven chulpas rodantes sacrificadas a la diosa Germania,
como collas con frankensteines en los talles y ese torpe kikirikí de las valkirias.

Camafeos brillantes soles en un bosque hiperbóreo,
románticos cripto-alemanes,
padres míos enterrados en el país de la imaginación,
bajo un monte de tibias derruidas
con los dedos artríticos entre anillos de coloratura,
que avanzan hacia el abismo eviscerando grandes maletines.

Al centro de cada frente una piedra pulida por la benevolencia,
quince incas de cuarzo bajo marcas de trineos en la nieve,
arropados con la doblada bandera de lo inexistente,
famélicos o hartos, según la inclinación del miocardio,
tensos de siglo en siglo como un cable helicoidal
a través de abismos góticos que estrangulan la luz del Apurímac.

Sobre ese vacío a cuatro colores quince incas un romance con la soledad,
la ópera que fue escrita sin libreto,
para que todos cantemos a capella,
socios en el secreto perturbable de la marginación: sueño en una noche,
en medio del verano. Hombres y mujeres lampiños con deslumbrantes brazaletes
corren del norte al sur como gacelas.

Quince incas han extraviado el anillo de plomo de los nibelungos, digamos.
Las raíces de mi perplejidad flotan ahí: sueño que sueño
en una noche en medio del verano, que me columpio en un verdor sobresaltado,
burro cansado de la espera que es la experiencia,
con las ideas filosóficas que mi corazón todavía no contiene
pero elabora ya entre las afiladas plumas de rojos edredones.

Así comprendo el peso del desempelo en sus coturnos, sus collages de vándalos
son relámpagos líricos en un slalom de seda, construidos por padres
desde lo que ignoramos acerca de ellos, el baile enmascarado de la historia
sobre la pradera de agua donde cada 24 horas en un vómito de oro
el sol y la luna son canjeados bajo su río de leche,
y aumentan cada minuto el peso de los Keros sobre la galaxia.

Incas imperdonados que bajan en trineo a la tristeza de las lejanas pascuas,
de pieles suaves por la grasa de ganso,
o por la voz de un italiano opalescente, como un viento temblorero,
mágico y ambiguo como la medianoche,
rodeado de gnomas chinescas de pies aletargados,
y de un burro que rumia entre las estrellas, cargado de alfalfa para centauros.

A través de las estepas que angostan sus pesas y medallas
o de todo aquello contra lo que se rebela el forro tejido de mi corazón,
pasan patinando retazos de ñusta sanguinolenta, altas astas de pathos rilkeano,
como el insólito Inca prefiriendo morir
al grito de «Ho jo to jo, heiaha»: inexistencia y experiencia
hacen brotar de la huaca una pasta rosa, espuma del Índico en la madrugada.

Rodean sus corazones sondas y venas que nadie puede diferenciar,
racimos de pedrones exactos como caballos blancos de Viena,
confundidos con la turba de revoluciones cada vez más alejadas:
Incas derribados por el verano perpendicular al trópico
sobre los sofás de mi cansancio eslavo soberano
en la mañana llena de nombres griegos que rematan en poulos.

De todos me interesan los Incas que no fueron,
que rascan mi palma con mensajes confusos que no dejan duda,
y colocan frutadas mitades ante los espejos,
mientras la rueda de fuego que ilumina la kermesse del futuro
los acerca y los aleja de la noche cuyo río de tinta
colma las tazas iridiscentes de la media mañana.

Veo a quince incas trans-celosías. La paraca
no logra limpiar de sus ceños una sequedad de trueno molido.
En el equivalente mental de una ilusión óptica en la redondez del tiempo,
supongo que me protegen de serpientes y estallidos.
Tallo morosos cristalinos que me asombran. A través del vidrio pongo la mano al fuego,
y sufro por ellos las torturas laicas de un pensador pagano: los comprendo.

Y ahora el fin de la canción Natural:
shimmi shimmi sacha sacha shimmi shimmi sacha sacha. Artificial:
shimmi sacha sacha shimmi sacha shimmi sacha sacha sacha shimmi.
Natural: sacha sacha shimmi shimmi sacha sacha. Artificial:
sacha, shimmi,
sacha.

P. D. 1996. Sobre el blutpachacuti de Guzmán,
no hay desenlace, pero no hay final.
Yo pasé ese año explorando halucinatory Incas.
Las líneas entre la spiedras nunca se encontraron.


Mirko Lauer
Trópical cantante
Ediciones El Virrey, 2000. 

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