La lluvia, ayer
Un sueño de luz, la lluvia, ayer,
tocó los nidos nuevos
que aún guardaba la noche.
El alborozo
de los picos, los ojos dislocados
que bebían las gotas,
el temblor de las alas que se abrían
no ya para volar, no ya en la fiesta
del alimento cotidiano:
alas abiertas para el agua
que llegaba de un sueño
hasta los nidos nuevos, ayer, antes del alba.
Escena
Sentados en el borde
de la piscina junto al mar: dos cuerpos.
Uno moreno, el otro rubio.
Hablan, sonríen, a veces se tocan,
pero con disimulo. Mueven
sus piernas en el agua. Entonces se levantan,
se zambullen, bracean hasta
llegar al otro extremo,
salen, bordean la piscina
hasta que alcanzan la baranda
frente al mar, continúan
hablando, a veces
una mano se apoya sobre un hombro,
pero con disimulo. Luego
regresan a la hamaca
donde tienen sus bolsos, sacan
las toallas, se secan, el moreno
enciende un cigarrillo, hablan,
sonríen, se contemplan
con deleite los cuerpos
y alguna vez se tocan, pero
con disimulo.
El árbol blanco
Aún no he encontrado, madre,
el árbol que te salve de la muerte.
Recorrí esta mañana, hasta extraviarme,
los senderos suspendidos
del jardín botánico, vi,
para que tú los vieras con mis ojos,
árboles de copas altísimas,
flores exóticas que me miraban,
extrañadas, desde la tierra
de su herida, de su destierro,
hojas que arrastraban mis pies
silenciosos, alzados lentamente
y con esfuerzo, como si caminaran
por un sueño vacío.
Y no vi, madre, el árbol que buscaba,
el árbol vivo, luminoso,
el árbol que ha de tender sus ramas
para que no te toque la muerte.
Y como no lo hallé,
como no me deslumbraron
su cuerpo vivo, su presencia,
ahora estas palabras me traen
tu infancia, y eres una niña
que corre infatigable, por el parque
de su ciudad natal,
y llama a sus amigas, y alza ramas
y cañas, y ve siempre a su madre
asomada a la ventana que da al parque,
sonriendo, esperando que su hija regrese
para que la casa esté llena.
Y ahora eres tú esa madre que espera
y tu hijo está mucho más lejos, buscando
un árbol que te salve de la muerte.
Como no lo halla,
ha encendido un poco de incienso,
ha abierto un cuaderno
y ha empezado a escribir, en la noche.
Y ahora que está llegando ya al final
de su ciego camino, de repente,
sobre el cuaderno, ha caído una tromba
de ceniza que ha manchado de blanco
las figuras de tinta.
Enseguida he soplado, y se ha formado
un árbol aéreo, de blancas
cenizas, y sus ramas
han alzado estas palabras, madre,
para que nunca te toque la muerte.
(Madrid, otoño de 1994)
Rafael-José Díaz
La crepitación. Poesía reunida (1991-2006)
La Garúa Libros, 2012.
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