Tú sabes lo que es la lengua culta, y sabes lo que es la lengua vulgar. ¿Cómo podría usarlas? Ambas, son ahora una única lengua: la lengua del odio.
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Miraba a mis pies las flores, que florecían entre el pasto torvo e inocente: yo era como ellas, que no creen en su muerte, y están destinadas a una vida de pocos días. Florcitas sin nombre: innominadas, y en cantidad, iguales unas a otras, esparcidas al azar en los bordes del sendero cenagoso, una igual a la otra no sólo en su sublime forma inaferrable, con su azulcito, por humildad casi blanco; con su candor, por pobreza extenuado en el violeta o en el amarillo, como vino bautizado: pero todas iguales en la ignorancia de la caducidad, de la vanidad: de la poquedad de sus vidas.
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El poeta vive la angustia de lo adquirido en estado puro. ¿Por qué causa aquí, en este Jardín, no hay sombra de vulgaridad? Porque las figuras económicas son fragmentadas por su propia angustia. En efecto, el poeta quiere vivir todas las figuras económicas posibles, quiere al mismo tiempo la miseria y la riqueza. ¡Él no es un adquirente! ¡Es un productor que no obtiene ganancia! ¡Es alguien que produce mercancía que puede ser adquirida o no! Y, si es por ventura adquirida, no puede ser consumida. ¡Peor que el plástico, o el alquitrán, o el detergente! Adquirente sin aspiraciones (el hecho de que se expresa es en verdad suficiente para él) y productor sin adquirentes, o por lo menos sin consumidores, vive su vida experimentando las angustias --que permanecen en él-- de quien quiere adquirir y de quien quiere vender: pero en un estado inclasificable. No pueden ser objetivadas porque no son ya de carácter histórico. Algo de lo que no necesariamente los poetas deben darse cuenta. Ellos viven de manera manifiesta ese caos. En una farsa en la que cada cual cumple con su papel.
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El poeta vive la angustia de lo adquirido en estado puro. ¿Por qué causa aquí, en este Jardín, no hay sombra de vulgaridad? Porque las figuras económicas son fragmentadas por su propia angustia. En efecto, el poeta quiere vivir todas las figuras económicas posibles, quiere al mismo tiempo la miseria y la riqueza. ¡Él no es un adquirente! ¡Es un productor que no obtiene ganancia! ¡Es alguien que produce mercancía que puede ser adquirida o no! Y, si es por ventura adquirida, no puede ser consumida. ¡Peor que el plástico, o el alquitrán, o el detergente! Adquirente sin aspiraciones (el hecho de que se expresa es en verdad suficiente para él) y productor sin adquirentes, o por lo menos sin consumidores, vive su vida experimentando las angustias --que permanecen en él-- de quien quiere adquirir y de quien quiere vender: pero en un estado inclasificable. No pueden ser objetivadas porque no son ya de carácter histórico. Algo de lo que no necesariamente los poetas deben darse cuenta. Ellos viven de manera manifiesta ese caos. En una farsa en la que cada cual cumple con su papel.
Hacer degenerar la angustia de lo adquirido y de la producción en algo que es pureza y su falta de función: es ese el rol del poeta.
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Aquí, en este Jardín, no hay literatos, porque los literatos están todos en el Infierno, y, como verás, sobre todo en los Círculos donde se castigan los pecados más típicamente burgueses y pequeñoburgueses. Sin embargo, aunque sean poetas, ninguno de estos tuvo alguna vez miedo de la literatura. No se tiene miedo de algo de lo que se es mucho más fuerte.
Pier Paolo Pasolini
La Divina Mímesis
Traducción: Diego Bentivegna
El Cuenco de Plata, 2011.
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Aquí, en este Jardín, no hay literatos, porque los literatos están todos en el Infierno, y, como verás, sobre todo en los Círculos donde se castigan los pecados más típicamente burgueses y pequeñoburgueses. Sin embargo, aunque sean poetas, ninguno de estos tuvo alguna vez miedo de la literatura. No se tiene miedo de algo de lo que se es mucho más fuerte.
Pier Paolo Pasolini
La Divina Mímesis
Traducción: Diego Bentivegna
El Cuenco de Plata, 2011.
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