El estatus del rostro está relacionado con el estatus del individuo en el seno del entramado social. El Renacimiento nos brinda los primeros retratos en los albores del nacimiento del individuo. En el hiperindividualismo de hoy, el rostro aparece en todas partes como el signo más eminente del individuo, de forma más marcada en las redes sociales. Esas innumerables selfis, casi siempre de nuestros adolescentes intentando captar su mejor perfil, sin preocupaciones de protocolo, muchas veces en el autoescarnio, buscan dar pruebas de existencia y presencia en las redes sociales. Esas selfis también ayudan al adolescente a captar algo de un cuerpo, de su propio cuerpo, que cambia sin cesar. En efecto, se trata de verse, de retener sobre su rostro los rasgos de sí mismo que se escapan e imponen la necesidad de volver de nuevo al aparato. La coexistencia narcisista con uno mismo ya no suscita la antigua reprobación, sino que otorga más bien un certificado de buen ciudadano, la garantía de ser un individuo preocupado por sí mismo, aunque esté sujeto al desmembramiento infinito del entramado social.
[...]
El cuerpo devino en algo pasivo, en un objeto centrado en sí mismo, en algo que se lleva a sí mismo de una actividad a otra, pero que se moviliza al mínimo gracias a los recursos de innumerables procedimientos tecnológicos que reemplazan las actividades físicas; un cuerpo que va por bandas eléctricas, escaleras eléctricas, en auto o, más recientemente, en bicicletas y monopatines eléctricos. Transportamos nuestro cuerpo, no es él quien nos transporta a nosotros. En semejante contexto, comprendemos mejor esta aspiración a desechar un cuerpo agotador y estorboso. Para la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos, el esfuerzo físico ya no es un pasatiempo. Pero caminar se vuelve una oposición radical a esta tendencia a la inmovilidad y a la subordinación a las tecnologías, el caminar es una celebración del cuerpo, de los sentidos, de los afectos. Una puesta en marcha de la persona completa, una presencia activa en el mundo. El acto de caminar nos vuelve a poner en contacto con el cuerpo. Supone también una ruptura con las exigencias de rentabilidad, de eficacia, de rivalidad. Caminamos a cuatro o cinco kilómetros por hora, mientras que un avión atraviesa el Atlántico en unas diez horas. Un día de caminata no es sino una media hora en automóvil. Caminar reivindica la lentitud, un ritmo propio que ninguna autoridad externa puede dictar, en el rechazo de las tecnologías que hacen ganar tiempo y perder vida.
David Le Breton
De cuerpo entero. Una entrevista con Francois L'Yvonnet
Traducción: Xitlalitl Rodríguez Mendoza
La Cifra, 2023
No hay comentarios.:
Publicar un comentario