viernes, junio 21, 2013

Cuatro poemas de Marco Martos


Carpe diem

Betarraga escancia té jazmín
y mientras escancia té jazmín
el frío empieza a irse
de su cara. Es invierno
sobre Lima y la sombra chinesca
se inclina y parpadea.
Así belleza gana.
En un día y otro día numerosas muchachas
harán lo mismo y será invierno
o verano será o noche cuando un aroma
de jazmín nazca de diversas manos
y distinta taza. Así será.
Pero este instante es irrepetible.
Recuérdalo y escríbelo:
nunca nadie vio a Betarraga
tan sabrosa tomando té jazmín
con tanta gracia.



Rito

Hoy, ayer y mañana, hoy, en este instante,
en el punto inmóvil donde todo y nada sucede,
para purificar el dialecto de la tribu
colocando cada palabra en su lugar,
habla la poesía, habla poco, cumpliendo
su obligación, y sin que nadie la invente,
esparza o desordene, evidencia el orden
y desorden de la vida, orden y desorden y furor.
Y para que la tribu quede contenta
usa palabras del lenguaje de hoy
pues las palabras del año pasado
pertenecen al lenguaje del año pasado
y la palabras del próximo año
esperan otra voz. Y en el punto inmóvil
donde todo y nada sucede, esa voz es esta voz.



Casti connubi

Cada mañana, marido y mujer, sentados y limpios,
comiendo tostadas, ruido de rata,
leyendo los diarios, matando las moscas,
hablando del clima, cada mañana,
esperan la noche, el hastío sexual:
fingirse dormidos, fingirse despiertos,
decirse palabras de libros de amor,
cada mañana, marido y mujer,
van al trabajo, regresan, se acuestan,
gordos, lustrosos, años de años,
esperan la noche, matando tostadas,
matando las moscas, matando los diarios,
matando los climas, cada mañana, gordos,
payasos, esperan la noche, el hastío sexual:
fingirse dormidos, fingirse despiertos,
decirse palabras de libros de amor,
cada mañana, rata y rata, rata y rata.



Llanto de Marcel Proust

Me consideraba
incapaz de respirar sin ella,
desarmado ante todos los aspectos
de la vida.
Sabía a ciencia cierta
que iba a dejarme para siempre
y que su ausencia
sería un horrible suplicio.
Y no se equivocaba.
Mis días en lo sucesivo
han perdido su único objeto,
su única dulzura,
su único consuelo.
Escribir es como estar muerto.
Ando por el mundo
como un trompo con agujeros
que sigue en el combate
por inercia.
Paz, ternura, miel,
esos antiguos paladeos,
no los conozco.
Solo el horror en mi sueño,
el acceso de tos,
los barbitúricos
y mis cuencos hundidos
en la lividez de la muerte.
No se me ha perdonado
ningún dolor:
la he perdido,
la he visto sufrir,
me ha sentido desconsolado,
mi mala salud era la pesadumbre,
la preocupación de su vida.
Sus grandes ojos,
sus labios mudos,
debieron comprender
la prudencia de los padres
que antes de finar
matan a sus pequeñuelos.
Siempre tuve para ella cuatro años.
Y ahora que la envuelve
la eternidad,
esa desconocida caverna lóbrega,
noto que es verdad,
que soy un niño,
que estoy solo en el mundo,
que nada,
absolutamente nada
tiene sentido.



Marco Martos
El jazmín y la mandrágora
Tierra Nueva, 2012.

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