viernes, junio 28, 2013

[y qué amigos se llama un camino]


¿Y qué, amigos, se llama un camino? Si existe, amigos, una isla, semejante a un río, parecida a un cerco, utilizada para mover rápidamente cuerpos y bienes, un pasillo flanqueado por nombres, un corredor a través de provincias, un conducto en redes, una pasarela hacia semillas, un desplazamiento de seres, un río compuesto de islas, un lugar de atracción y repugnancia simultáneas, un lugar para el descubrimiento del lugar, un área de intercambio como un inmenso ábaco. Esto, amigos, se llama un camino.

¿Y qué, amigos, es un auto? Si existe, amigos, un corpúsculo metálico, una sala pequeña en la cual uno no puede caminar, una especie de sala peregrina, un corpúsculo metálico sujetado a ruedas, con un interior arreglado con instrumentos para controlar sus movimientos, con el fin de transportar cuerpos de un lugar a otro con el más mínimo esfuerzo de la musculatura de aquellos cuerpos, siendo así una pequeña sala sobre ruedas que metaliza al cuerpo humano, siendo un pequeño edificio movilizado, una casucha portátil, llevando a estilos de peinado, niños, monedas, bebidas y combustibles a través del aire y hacia la superficie de cerros y cruzando ríos viejos y blandos y relucientes. Esto, amigos, se llama un auto.

¿Y qué, amigos, se llama una hija? Si existe, amigos, una pequeña niña, impresionable, preciosa, compleja, necesitada de amor, que desea seguridad, calidez, bondad, que da bondad, que es valiente, que mira tormentas con asombro y temor, que disfruta de los árboles grandes, ha visto a sus padres pelear, tiene un oso de peluche, anda con su peluche, lleva un blanco peluche de oso polar a través de su infancia, que tiene cinco, que tiene seis, que tiene nueve años, que construye pequeños campamentos en los livings, o en los asientos traseros de grandes autos, que es un abrazo de alegría y cuya vida, a pesar de los esfuerzo de sus padres, aún está rodeada por las causas de la muerte, que tiene diez años, que aún encuentra pena, cuyas manos pequeñas crecen alejándose, cuyos ojos grandes crecen alejándose, cuya manera particular de hablar crece alejándose. Esto, amigos, se llama una hija.

¿Y qué, para nosotros, se llama una relación a distancia? Si existen amigos, o algunas dos personas que están separadas intencionalmente por una distancia, cuya historia de interacción se caracteriza por el malentendido, peleas frecuentes y dolor interpersonal, hasta tal punto que los factores de la diferencia en sus edades, culturas, sus estilos de temperamento y los guiones que les enseñaron (en los cuales pueden parecer cautivos) los han empujado a una distancia, digamos de dieciocho mil kilómetros, y que, a pesar de compatibilidades, y por incompatibilidades, se encuentran frustrados pero dispuestos a intentarlo. Esto, amigos, se llama una relación a larga distancia.

¿Y qué, amigos, se llama un cuaderno? Si, amigos, existe un camino que atraviesa el vacío, un mar cosido a una columna vertebral, dejado sobre mesas, rodillas, o sobre el asiento del volante del auto, usado para aliviar en un lavado de desapariciones, en un registro caótico de minucias, las condiciones del camino, el registro de la condición del camino y los conjuntos de pensamientos que ocurren al manejar por una condición, la invitación de emoción y radio, la anotación de señales, un poner por escrito una nota lacónica o incidental, en la gramática del ir y venir, el viajar de punto en punto, el venir desde el oeste al oeste, una correspondencia entre lugares, un andar entre climas, si entre Illinois y Rhode Island, si Normal y Providence, o entre cualquier serie de lugares normales o providenciales, por las razones de tratar de ser feliz, o de salvar la relación de uno, con la antigua pareja de uno, o de ver la pequeña hija de uno, durante una separación, o de verla durante un divorcio,  o de verla, durante su veloz juventud después de un divorcio, o de manejar para participar, aún brevemente, en la vida de una hija más triste y menos optimista, una hija pequeña, que es valiente, que levanta su mentón, que es gentil, que sólo desea ser feliz, a quien uno no logra encontrar un trabajo cerca, para el registro de cualquier tiempo elemental de alienación, para documentar cualquier dolor emocional, evocado por cualquier distancia no natural, de una hija pequeña, que podría amar, con toda la comprensión de uno, de tal manera que, de una colección de garabatos, en una acumulación de perspicacia, algún uso es invitado, para recolectar cosas dolorosas, que no se transformen en miseria, y el rechazo, de estar dirigido por el dolor, o de recordar, y de hecho insistir en, el vivir, con la consciencia, al gozo, para recordar esa manera, para una hija, cuando esté crecida, o para uno mismo, o para cualquier otra persona, que quizás haya encontrado, a cualquier grado, en este lugar para huérfanos, esta humildad sin fin, en nuestra pena por los hogares perdidos. Esto, amigos, se llama un cuaderno.


Gabriel Gudding
La alteración del silencio. Poesía norteamericana reciente
Compilación: William Allegrezza
Traducción: Thomas Rothe/Galo Ghigliotto
Editorial Cuneta/La Calabaza del Diablo, 2011.

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