Supongo que esa preocupación responde a las necesidades del mercado
literario. Pero a nosotros eso no nos interesa, ¿no? Creo que nos
interesa la poesía, la palabra escrita. El mercado literario es otra
cosa. No tiene nada que ver con la literatura. Todo lo que tenga que ver
con el mercado literario me es indiferente. Diría incluso más: todo
aquello que tiene demasiada repercusión me produce rechazo y
desconfianza.
Los únicos indicios seguros del valor de un texto son el placer y la emoción, que van acompañados de una especie de sensación de exaltación mínima, incluso trágica y eso crea un sentimiento de que el acto de escribir es posible y, más aún, necesario. Es necesario no solamente para los otros, sino para uno mismo. Y yo creo que lo más importante para un escritor son aquellos textos que lo incitan a escribir, porque no siempre es evidente el hecho de sentarse a escribir, y uno cuando lee, cuando vive, atraviesa muchas zonas de desaliento que lo alejan de la escritura, del arte, y entonces esos autores que incitan a escribir son lo más importante.
Con una buena teoría, naturalmente, como consecuencia, se supone poder hacer buenas obras de ficción. Creo que también es un error. Con un estudio del campo teórico se hacen buenas teorías y no narraciones ni poemas. Estos no intentan probar nada, pero sí lo intenta un tratado. La literatura todo lo que hace es probarse a sí misma como poema o como narración. Funciona gracias a leyes internas que ella misma, en el mejor de los casos, se forja para ponerse en movimiento. Y sin que ese movimiento conduzca a ninguna meta, como ocurre en la teoría, donde hay que verificar una hipótesis. La creación contribuye a mostrar nuevas significaciones, para decirlo de un modo pedante, en el plano del referente. Después, la realidad será kafkiana, incluso para los que nunca leyeron a Franz Kafka. Esto prueba la validez de una estructura narrativa.
No hago más que seguir los modelos de aquellos que me han producido el mayor impacto, trátese de narradores o de poetas. Yo no invento nada... Perfectamente habría podido plantearme, en lugar de los modelos que sigo, otros. Podría haber "decidido" seguir a Capdevilla, por ejemplo. Pero eso es falso. Uno no elige los modelos que cree lo van a llevar más rápido al Premio Municipal sino aquellos que lo marcan íntimamente. Esos modelos son, en mi caso, lo que pienso como la evolución posible de la literatura moderna.
Yo no creo que la relación entre la experiencia y la poesía sea tan directa. Creo que el ritmo y la palabra vienen primero y el sentido, después. Para contestar a la pregunta quiero decir que, luego de mucho tiempo sin escribir poesía, mientras tomaba un examen -cuatro horas en las que uno no tiene nada que hacer- tomé un papel y empecé a escribir tres o cuatro versos de un poema. Fue algo forzado. La cosa no salía. De pronto, al lado, escribí otro poema que no tenía nada que ver con el que yo pensaba escribir al principio. Ese segundo poema, bastante extenso, lo escribí de un tirón. La única relación entre ambos textos -el que quería escribir y el que salió- era cierta continuidad fónica en los títulos.
Uno no puede escribir novelas y cuentos en América Latina como si Arlt, Onetti, Rulfo, Guimaraes Rosa, Felisberto Hernández y Borges no hubiesen existido. Y también podemos transponer eso a otros escritores que no son latinoamericanos, como Cervantes, Joyce, Beckett o Faulkner. Uno crea su propia tradición, esa tradición. Yo no pretendo que sea la única, pero si uno construye una tradición, esa tradición crea obligaciones y esas obligaciones deben respetarse. A Godard le dijeron en una entrevista que Spielberg siempre se refería a él como a un gran maestro, y Godard se reía. Cuando se lo repitieron dos o tres veces, terminó por decir: "Bueno, que me mande un cheque". Hay también escritores que exaltan a otros escritores como sus maestros, pero que no reflejan en sus obras esa admiración. Admirar supone ciertas obligaciones. Para poder admirar a un escritor hay que merecerlo. No decir que se admira a Shakespeare y escribir como Paulo Coelho.
Uno no puede escribir novelas y cuentos en América Latina como si Arlt, Onetti, Rulfo, Guimaraes Rosa, Felisberto Hernández y Borges no hubiesen existido. Y también podemos transponer eso a otros escritores que no son latinoamericanos, como Cervantes, Joyce, Beckett o Faulkner. Uno crea su propia tradición, esa tradición. Yo no pretendo que sea la única, pero si uno construye una tradición, esa tradición crea obligaciones y esas obligaciones deben respetarse. A Godard le dijeron en una entrevista que Spielberg siempre se refería a él como a un gran maestro, y Godard se reía. Cuando se lo repitieron dos o tres veces, terminó por decir: "Bueno, que me mande un cheque". Hay también escritores que exaltan a otros escritores como sus maestros, pero que no reflejan en sus obras esa admiración. Admirar supone ciertas obligaciones. Para poder admirar a un escritor hay que merecerlo. No decir que se admira a Shakespeare y escribir como Paulo Coelho.
Cuando Vargas Llosa dice que hay que perdonar a los militares en nombre de la democracia, yo me indigno. El perdón sólo las víctimas lo pueden otorgar. Y sólo puede haber perdón cuando los verdugos reconozcan sus crímenes. La justicia tiene que cumplir con su papel. Después, si las víctimas o las familias de las víctimas quieren perdonar es una cosa de ellos. Hacer borrón y cuenta nueva sobre esos tipos es inadmisible. Yo voy a saltar este techo cada vez que escuche un argumento de ésos.
Juan José Saer
Una forma más real que la del mundo. Conversaciones compiladas
Compilador: Martín Prieto
Mansalva, 2016.
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