lunes, abril 21, 2014

Tres poemas de Clayton Eshleman


Para Caryl

Lespinasse, 1974: Salimos con nuestra cena a la mesa de piedra
en el descanso junto a nuestro departamento en el segundo piso en
[Bouyssou.
La granja sobre una loma que descendía entre un huerto de manzanas.
Sentados a comer, mucho antes del atardecer, fue nuestro el espectáculo
de un cielo extraordinario. Las nubes flotaban llegando sobre las
arboledas, dilatadas sobre nosotros. Colisión de masas, orejas de Mickey
[Mouse,
gárgolas desgarradas, torretas, valles, apariciones de mamuts que se
[adensaban
y se destrozaban. Tantas nos recordaban a las imágenes
que buscábamos discernir en los muros de la cueva. Sentados a la mesa
de piedra --qué experiencia-- enamorados, ahí, uno de los momentos más
vitales de nuestros años juntos. Tanto de lo ocurrido
--los "aspectos de los eventos"-- en nuestra primera primavera y verano
[en la
Dordoña se dispersó como esas nubes que solíamos observar--
y aún se inflama en nosotros, nube envolvente, cuyo corazón es nuestro.




Los auriñaciences tienen la palabra

Para Gary Snyder

La nutria sin garras de Camerún, su gama entera
en peligro, avanza contoneándose
llevando un pedazo del arco de MacDonald.

Todo se debe a todos.
Nada se debe a nadie.
Mucho se debe a la mayoría

y algo horrendo se debe a
cierta dominación que no
peligra en Shah o un campesino

--claro, yo sé que hay una diferencia,
pero la nutria no coincidiría con eso
y es esa nutria la que me preocupa,

preguntándome qué es lo que recuerda mientras pasa,
como especie, fuera de la existencia.
Me pregunto si pasará a través

del ensamblaje auriñacience.
Me gustaría escuchar los discursos
defendiendo su inteligencia de ogro

con sonidos afianzados con el susurro del agua.
¿Hablará del tronco negro que
arde sin llama en este "nuevo páramo",

¿la negatividad inherente en haber olvidado
extinciones del final del Pleistoceno?
Es hora de dejar que los auriñaciences tengan

la palabra. Sus formas de cúpula
talladas en losas funerarias
sugieren un pileus que en la muerte

un tallo crece hasta ser estalagmita,
filtrándose en las quebraduras de nuestro
escaneo subliminal.

En el nudo flojo de senderos sobre senderos,
aceptaré la propuesta auriñacience
de que el abismo puede grabarse

y termina en cuevas manifestando
la separación homínida. El yo muerto bajo
el yo hago. Mi vertical se apoya en mi cero.

Es posible ahora despostillar
el centro vivo del objetivo,
el bisonte esbozado por cuyo cuello

de manganeso yo pinto a la nutria sin garras
con la plata oxidada
de la estaca de Drácula.




Como violetas, dijo él

Jacques Marsal (1925-1988), con sus pulcras zapatillas de gamuza, nos conducía a la oscuridad de Lascaux. Fue necesaria su ausencia, en nuestra cuarta visita, para hacer evidente hasta qué punto su presencia determinaba qué es Lascaux. Siendo uno de sus descubridores, Marsal permaneció rodeado por la pasmosa frescura de ese enebro caído y colapsado bajo el cual cuatro niños se retorcían buscando entrar. El hecho de que Marsal continuara, por casi cincuenta años, fue un florecimiento más en el tallo de la cueva, y me conmueve la diferencia que una sola persona puede hacer en la personalidad de un lugar, no por mera declaración o información sino por estar envuelta, oblicuamente, por llevar consigo a Lascaux, haciendo su gracia florecer y permitiéndonos a nosotros, conscientes apenas de sus movimientos, leer a través de su luz.

                                         Los hombres retoñan como violetas
                                         cuando hace falta, dijo Olson,

        Blackburn, al final de su vida,
        lamentaba la desaparición de un mesero
        de Barcelona, un hombre viejo
        que se movía con tal precisión y gracia
        entre la clientela. Paul escribió:
        "No hace falta saber
        el nombre de alguien para poder amarlo."

Es por Marsal que conozco Lascaux de memoria
igual a un niño livianísimo
enmarcado por el trueno y el cielo disgregado y lívido,
un niño de pie sobre la sensación de eternidad,
eternidad decible, apenas por debajo del polvo.


[Hotel Cro-Magnon, septiembre, 1990]




Clayton Eshleman
Mecha de enebros
Traducción: Hugo García Manríquez
Aldus, 2013.

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