El hombre, el constructor de imágenes, es él mismo una imagen. Hay una compensación doble en las imágenes que evocan un diálogo secreto: las imágenes que nos rodean, independientemente de nuestra voluntad, sugieren un llamado, las imágenes que creamos, una respuesta. El símbolo es lo dividido, cuyas mitades identifican a quien convoca y a quien responde: es una promesa, porque es la implicación de una unidad preservada en la división misma, la pregunta cordial que presupone una respuesta. Se piensa a menudo en la posibilidad de generar respuestas como expresión de un Arte apreciable, pero generar preguntas es el resultado de un conocimiento igualmente elevado. Un símbolo de esta actitud puede ser la conjunción en una sola vivencia de los beneficios de la búsqueda y la memoria, la voluntad y la revelación. La poesía es tal vivencia. Ante las puertas de la Ciudad Original, nos es dada antes de la partición: que implica una partida hacia la muerte desde el principio de la vida, una escisión de lo viviente, imaginable como moneda o pan. En este sentido la poesía es una contraseña, una voz que atraviesa el tiempo, el espacio de los lenguajes; una infracción, un acto transgresor; y es también una consigna, un sonido que despierta, el recuerdo de una noche de insomnio en Getsemaní. Encontramos, pues, una conveniencia, esto es, una convención, al ver lo poético o el acto poético como la simbiosis de una disposición a la búsqueda y una predisposición a recordar, una amalgama de curiosidad y espera, una combinación de obstinación y paciencia. Místicos y teólogos hablan acerca de una tríada de potencialidades humanas (potencias) fundamental en la contienda por la perfección espiritual; la interacción de dos de ellas, siendo la tercera el "entendimiento", es importante para nuestra visión de lo poético: ellas son la voluntad y la memoria, o imaginación. La voluntad, el principio activo, es lo predominante en la pregunta, es la ignición en el proceso poético, el pedernal y la vela. En este sentido, la poesía es el resplandor de la pregunta perenne que tiene tanto de lo fluctuante, y sin embargo constante, del impredecible, y sin embargo presentido relámpago, de la energía luminosa nutrida tanto por lo terrestre y por lo que asciende, como por lo numinoso, lo que cae inesperadamente. Y la curiosidad es la cera para esa llama que se emerge, aunque no es la clase de atención nacida del capricho y el interés por uno mismo que es apresurado, además de inconstante, sino la postura atenta al cuidado de su objeto.
Maxima Curiositas, era una de las reglas que se prescribían al poeta-predicador medieval, así el fraile John de Grimestone aconsejaba "componer la melodía con labios limpios y corazón puro". Por esta razón, la voluntad poética, además de afirmativa, es también paciente en el modo en que se destila así misma en esa otra, esperada mitad de la memoria o imaginación. Si se dice que la memoria es pasiva, ello no significa que sea perezosa o irresoluta. Ella, por contraponerla a su compañero masculino, espera el lugar y el momento de la cópula, y cuando el pensamiento autoafirmativo abdica, envía una llamada a la revelación. En la condición poética de embarazo, la memoria es lo que espera, que es como se define usualmente la condición de la futura madre que por la pasividad actúa nutriendo a ese futuro niño que es la poesía. Ni la imaginación es, en su relación con los hechos poéticos, un despliegue de fantasías, ni sorpende por qué en Shakespeare "a fantastic" no es más que un loco o un charlatán elocuente, y no propiamente un poeta. Los diferentes niveles, o mejor aún senderos, de la imaginación han sido analizados por el antropólogo, al confrontar el hecho de que en realidad, para el llamado "hombre primitivo", la imaginación no es un pretextompara una arrebatada evasión de la realidad, como lo es para el individuo civilizado, sino más bien la llave para una conexión totalmente consciente con una realidad diferente de la ordiniaria, que reclama necesariamente actitudes extraordinarias. La poesía se halla a sus anchas en tal reino ofreciendo pan y miel a antepasados circunspectos, porque esa es la tierra de los muertos que rondan tocando flauta y pandereta, dominio de la infancia, país creado por el cazador espiritual cuyo juego invita a una disciplina feliz: aquella de recordar al mundo, no como fue sino como es en realidad guiado por el cumplimiento del sueño-en-acción. Este cazador que es activo en la no-acción de esperar por su juego, conformándolo en el útero de su recuerdo, atrayéndolo con el requiebro de una visión que danza, y es pasivo, no agresivo en el acto de ofrecerle una muerte delicada, tomando lo que es preciso y liberando el resto a partir de cordón umbilical terrestre, pariendo aquello que debe ser parido, es él mismo su propia partera, de esta forma contiene a la poesía y remueve el fluido de la naturaleza masculina y femenina, olas negras y blancas en el disco perpetuo. La poesía bebe del abismo y respira de la bóveda y uno de los nombres para esta circulación nutriente es Eros, que es quien gobierna los combates del trueno y el lago. "Poesía erótica" es un título innecesario, porque la poesía es siempre erótica, y Eros, el Hacedor, es siempre poético, ya que, como sabemos pero rara vez recordamos, poiesis significa "hacer"; Eros y Poiesis, hacer y amar; hacer con amor, es el secreto elocuente para transformas la vida en aquello que ya es, interacción de sueño y vigilia, de embarazo y penetración. La poesía es, en el proceso de recordar la forma original del mundo, aquello que obra una transfiguración interior, la visión desvelada y el impulso paciente.
Las funciones de la poesía son las acciones de la poesía. Lo poético no es lo que hacemos con la poesía al escribirla en silencio o al declamarla ruidosamente, al criticarla o analizarla, es más bien aquello que la poesía hace a través de nosotros lo que es estrictamente poético. La idea de función como la inversión mecánica de la energía llevada a cabo por cierto objeto, llámese una rueda, bajo la supremacía de cierto sujeto, digamos un conductor, tiene poco en común con la naturaleza ejecutora de la poesía que es consciente en sí misma. El poeta es un animista y desde el momento en que observa la esencia independiente del fenómeno que sin esfuerzo lo atraviesa, nunca se considerará a sí mismo un escritor, un relator, de poesía. ¿Escritor o poeta? ¿Por qué no escritor del viento, escribano de una noche de otoño? Un antiguo proverbio persa afirma que es el jardín el que transforma al jardinero y es así exactamente como la poesía funciona mediante el individuo actuante y pasivo. Así como en matemáticas la función es el matrimonio de dos magnitudes, la poesía y su medio se aumentan y decrecen sincrónicamente en la intersección: el poeta es un matemático del espíritu, aun si sólo tiene sus dedos para contar. Y el idioma
Desde el interior del cielo vienen
las flores bellas, los bellos cantos
Nuestro anhelo los afea
son arruinados por nuestra invención
In Xóchitl in cuicatl, "flores y cantos" es la antigua palabra-concepto náhuatl para designar la poesía, y el ejemplo previo se refiere precisamente a la difícil del hombre con la flor, la música con el músico, el hacedor y el hacer. La contradiccion habla por sí misma, naturalmente en el lenguaje, en "lenguas". El lenguaje es un delicado presente, un don que respira; el hombre, el animal dotado, es también el animal obstinado, la bestia racional: y la Palabra, así como la naturaleza, como la poesía, es alérgica a las imposiciones. Nuestro deseo la profana, nuestra inventiva la destruye. Tal paradoja define la función del poeta de purificar el dominio que él mismo contamina mediante una inconsciente intervención que convierte a la poesía en dialecto. Tan pronto como la poesía deviene dialectal, la canción, el canto, deviene skandalon, una conspicua "piedra-de-tropiezo" para la comunicación. Pero ese dialecto no ha sido pensado como la subdivisión de una lengua universal, era más bien una conversación transparente, el vehículo del trance dialéctico. Eso hacían los primeros cristianos al hablar en "lenguas", produciendo dialectos del alma, y el poeta moderno aún recuerda que es posible "conversar con los espíritus" y acaricia la inaudible "conversación de las plegarias". ¿Cómo fue posible que la poesía se volviera una jerga ilustre, entre las otras jergas innumerables que tratan de recrear la maldición babélica? Quizá poiesis es un lenguaje más allá de la dialéctica, quizá no se nutra sólo de un intercambio de razonamientos, de insaciables pensamientos y esto explica la tristeza anticipatoria del poema nahua. Privada de su alimento natural, la acción, la poesía ha huido dejando de lado, como la cigarra, una bíblica pupa. A esa envoltura tatuada con signos dialectales, tomamos por poesía, aunque el insecto musical esté ya ausente.
Bajo los auspicios del loco del Tarot, el actor y el poeta se embarcan en la autotransformación. La metamorfosis es un milagro cotidiano que tiene tanto que ver con los humores como con los planetas, buscando símiles en el espacio exterior, desde el caracol hasta Saturno, desde el águila que vuela en espiral hasta la espiral que se enrosca en la concha. Todo es importante y suficiente, y nada lo es. Tan vertiginosa es la disciplina de la transfiguración que el actor-poeta arriesga periódicamente su mente y no es extraño que abdique de ella, para entonces recuperar sus capacidades refrescadas por la sal de la locura. Así como la poesía despliega el sueño-en-acción, la actuación revela al cuerpo de ensueño, hilo en manos de un orden extraordinario, y, familiar, de abismo y bóveda; el poeta-actor es el recipiente paciente de la sustancia en transformación. Locos para el mundo del sentido común, el poeta y el actor se pierden en la "misión absurda" de la poiesis: obrando por ninguna remuneración, actuando para un nadie omnipresente. Las metáforas son el arma favorita del loco porque tienen la punta y la pluma en dos realidades separadas y el astil volando sobre el umbral, como una flecha. Los más sutiles mensajes vuelan desde una verdad a otra sobre la metáfora, aunque el disparo del arquero sea juzgado convencionalmente un oficio de irrealidad. Lo metafórico se confunde con lo irreal y lo ingrávido, es un sinónimo para lo fantástico e, incluso, lo absurdo. El "hombre que habla metafóricamente", en la conversación ordinaria parece estar incapacitado para aprehender la realidad mediante la palabra, no siendo la metáfora sino una excusa por su ignorancia. Tanto peor cuando esta incomprensión llega a la poesía.
Como un emblema de la tarea del actor-poeta la metáfora intervendrá simultáneamente en niveles distantes de la realidad, siendo un atributo del mensajero, un recurso mercurial. Sin embargo, ¿qué significa una metáfora? Nada, sino significado. Al ser un recipiente significativo, un portador de significado entre dos mundos, la metáfora traduce y por lo tanto la traducción es un proceso metafórico y el traductor es entonces el héroe de la metáfora, un personaje hermético. El traductor es una criatura del umbral, de ahí su condición ambigua, lo divergente de su oficio. Como la imagen del vagabundo con dos bolsas, una en el pecho para las ofrendas, otra en la espalda para los hallazgos, está involucrado en un procesos de comercio espiritual. Así, su tarea es también erótica: Hermes, el patrón de la escritura y del intercambio es, lógicamente, uno de los padres legendarios de Eros. Siendo erótico, su oficio tiende en verdad al juego al manifestarse en las encrucijadas del lenguaje. Un divertimento muy arduo, no obstante. Y también modesto.
Heaven doth with us, as we with torches do
Not light them for themselves
El cielo no nos enciende para nuestra propia satisfacción, sino que, así como hacemos con las antorchas, nos da luz por mandato de caridad. Jugando con las palabras Shakespeare parece referirse a su semejante, el traductor. Así sea temido como una traición potencial o bienvenido como una reconciliación, en el acto de traducir fluye un lenguaje que está más allá del lenguaje, cuya gramática es universal. Se dice que el universo es una red de intersticios, un juego de vacío y cuerpos iluminados por un relámpago. Las poesía es intersticial en tanto extrae el fluido viviente del vacío y de la corporeidad. Y así es la traducción en relación con lo permanente y lo momentáneo, lo secreto y lo franco, lo muerto y lo vivo. De este modo la traducción transmite la imagen a través de los ciclos poéticos como un recadero entre el silencio de la palabra olvidada y el reencuentro con lo despierto en la escritura. Puesto que el poeta es un sirviente de los espíritus, musarum sacerdos, su herramienta y su asunto es el logos garabateado: hierografía. El traductor de los hechos poéticos es también un hierógrafo. Le llaman "intérprete", esto es, un intermediario entre voces distantes; un actor además. Figuras del mismo linaje, el actor-poeta y el traductor, pertenecen al mundo dle umbral. Ariel es un poeta tan nítidamente como Rilke es un personaje, y una rosa es un vehículo traductor, tan espinoso como un hexagrama o una función matemática: vehículos mutantes, el hombre y la palabra, el pensamiento y la idea. ¿Es o no inquietante descubrir la misma sustancia corriendo a través de la gramática, las flores, los números y los cuerpos, cuerpos de sueño? Esto epxlica el miedo, porque podemos acceder al área prohibida, ¿o se trata solamente de un área olvidada y el olvido ha engendrado la prohibición? Aquella traducción que está verdaderamente cargada de alma acepta riesgos tales, no piensa en los resultados, sino en el proceso. Si se puede actuar la causa poética, actuar el efecto poético está lejos de ser imposible. Un poeta muerto es un actor viviente, todo lo que necesita es la traducción. Entonces, ¿es la traducción una necesidad o sólo un hábito, para no llamarle vicio? ¿Cuánta falta nos hacen Píndaro y Li Po para que autoricemos la transfiguración de sus voces? Ahora bien, esta es una preocupación innecesaria, las voces del pasado estan siendo de cualquier manera siempre transfiguradas. Y, en definitiva, ¿dónde están aquellas voces que pertenecen tan específicamente al presente que no admiten traducción? El traductor es un loco fiel, no es digno ni de confianza ni de sospecha. Pero es doblemente loco quien concibe una ética de la traducción poética como un acuerdo administrativo entre el espíritu y la escritura. Que la literatura disfrute la experiencia del tenedor de libros cultural, la poesía tiene una idea muy distinta de la economía y la moral. Es un puente de espíritu a espíritu; la escritura, si se la requiere, vendrá luego. Los compromisos con la escritura terminan por convertirse en compromisos con las circunstancias, las cuales son apenas un punto en la órbita de la poesía. El hombre poético, la criatura de los actos silenciosos, piensa más bien traducir poetas en poetas, en una conversación erótica. Y qué tal sería, se pregunta, traducirnos a nosotros mismos en poesía.
Una ética interna de la traducción, íntima como el matrimonio y delicada, es un compromiso de lo masculino-femenino, un circuito erótico donde el traductor vierte lo mejor de su mente en la otra mitad. ¿Es o no un actor? ¿Tiene que detenerse en el análisis del personaje? Ciertamente, y se dejará iluminar por el personaje. Entonces el traductor aprenderá cómo escuchar a los que escuchan. Y si el traductor no es mero secretario, hablará a través de los orificios del alma, se convertirá en el hombre de los oídos persuasivos.
El hombre, el Dios diminuto, gusta de llamarse a sí mismo creador aunque rara vez se esfuerce por crear la vida sacándola de sus propias costillas. Con un sentido adánico de la escritura, los poetas nahuas se llaman a sí mismos Yol Teotl: "corazón en Dios", como si adivinaran que ese es el único camino para la creación humana, la renunciación que traduce Adán en Eva, a la palabra en el silencio. Semejantes traducciones, diálogos cargados de alma, son las únicas traducciones creativas. Imágenes que atraviesan la película que separa la vida del sueño: "la vida es sueño", membrana donde lo vivido y lo por vivir se traducen entre sí en lo poético, en la presencia actuante: el regalo silencioso. Porque todo apela al silencio y su oráculo. ¿La concha de mar es muda? ¿o es muda la hoguera? Ellas también son apuntes, escritura cuya lectura pertenece al distante y sin embargo común país de la respiración. Dejemos que escape aquello que debe permanecer, tal es la mágica humildad de la poesía, más allá del signo avaro, la señal fija; con un dedo en sus labios la realidad evoca la palabra.
Omar Pérez
La perseverancia de un hombre oscuro
Letras Cubanas, 2000.
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