martes, junio 07, 2016

Cinco poemas de Carlito Azevedo


Tres encuentros

Cuando niño
en una visita

al zoológico
me fascinó

el vacío
que vibraba

dentro de la jaula
(alguien

por la noche había
disparado sobre

la temible
pantera negra)

-Lo reencontré
más tarde

cuando the particulars
of poetry

-y ahora éste
que abriste aquí-

requirieron mi
total atención




Fábula (real) de los lagos de México

Mirá estos
lagos de montaña

se secarán

(como de la fruta el
ácido del carbón el éxodo del
color como fibrilas cristales vítreos
pizarrosidades como todo lo
que la vista ve)

pero de ellos

pero de la larva dispensando
branquias y
aletas

despertará adulta
ahora ya  la

salamandra

ex-larva
axolotl tigrinum

que ningún sol
ha de secar




El monograma turquí

Se vio

enredada en las
láminas de la persiana
una mariposa (su monograma
turquí
como un peso metafísico
impreso sobre las alas parecía
dudar entre el sol de afuera y la
tibieza adentro) vos
y
yo paramos para verla pero
en modo alguno solícitos (la cabeza
llena de réditos e inéditos)
antes deslumbrados (como
sólo entonces podríamos) por
aquella
pequeña revolución
casi no tener peso:
nada
más allá de diez segundos y
hace ya tanto tiempo que
jamás recordaríamos si no
hubieras reabierto
(y decime ahora: ¿para qué)
un antiguo wordsworth
y
¡mirá!
el monograma
turquí




Laguna

Teniendo a espaldas
(como alas suspensas que la tarde
abre y cierra) el dorso cobrizo de la
montaña y los reflejos de cobre de la laguna,
la niña con el gato traduce, más que la perfección,
las vetas profundas, invisibles y subterráneas,
que nos unen a quien amamos, y cuando él le
estira sobre el pecho las patas oceladas,
ella, para no despertarlo, hasta su
mirada pone en puntas de pie.




Sobre una fotonovela de Juan Nepomuceno

El auto averiado junto a la mata de espinos
después de derrapar, he aquí la circunstancia.
Pero
          -está claro-
                              había un amor haciendo
todo doler. Y, en el asiento de atrás, la nube de
coñac y marihuana de donde emergían,
iluminados, sepia, los rostros de K. y
de la joven india.
                           "Extraño que todo esto no
parezca una pesadilla", decía Aníbal, "con
tanta luna, la world music de los animales del
borde del camino."
                              Pero el poema iba creciendo,
como el óxido en las puntas espinosas de la
carrocería, junto a la mata de espinos,
después de derrapar.





Carlito Azevedo
Sublunar
Traducción: Aníbal Cristobo y Reynaldo Jiménez
Tsé-Tsé, 2002.

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