miércoles, octubre 07, 2020

Cinco poemas de Sonia Scarabelli


Lírico

¿Por qué cantás así?,
a veces me dan ganas de preguntarle.
No sé qué es, pero en noviembre
lo escucho sin parar:
silbidos, notas, trinos.
La mañana parece que tuviera
una garganta propia y que la música
le saliera de adentro.
Y aunque haya dejado apenas de llover
y la tormenta golpee fuerte,
no se asusta el tipo y canta
como si de verdad no hubiera en este mundo
otra cosa que hacer
que abrir el pico ¡y alegrarse!





Zavalla, 1975

Si pudiera sentarme como entonces,
altos los pies sobre el trigal de aquella
casa remota cuyos fondos daban
a un campo enorme,

y desde el techo bajo,
sentir el sol quemando mis rodillas,
la tierra entera, las espigas
duras cambiar hacia el dorado
contra los dos caminos que se abrían
como si fueran a subir la tarde.

Siempre es último el día que recuerdo
sobre el tapiz de luz reverberando,
su hebra más delgada.

¿Qué fue lo que no vi, y ahora me llama,
de aquella tierra oculta que en violetas
parecía irse al cielo?

Una estación perdida y la tristeza
que sembramos haciéndose futura
cuando inmensa la noche se caía
para volverse azul sobre los campos.





Ancud en la mañana

Me acuerdo de ese instante
parada sobre una loma en Ancud,
el cielo azul y el viento
a orillas del Pacífico,
y el sol que era toda la luz alrededor
como la fuerza
de la juventud.
Hay una foto que se habrá perdido,
pero ahora estoy adentro,
es el olor del mar lo mejor
y no sale en la foto.
Miro alrededor con los ojos entrecerrados
las casitas de madera y más allá
pequeños barcos de colores encallados en la arena,
un poco más lejos estará el archipiélago.
Toda la travesía vinimos avistando
lobitos marinos desde el gran transbordador,
y viendo cómo el océano subía y bajaba
en grandes olas con picos de espuma,
igual a un belo dibujo japonés.
En la punta de la ciudad hay un fuerte
hecho de piedra y un faro
que ayudaba a llegar a los barcos.
Miro alrededor una vez más,
con los ojos entrecerrados,
a otra lejanía que ya es el tiempo.





Ligustro

Ahora me vengo a dar cuenta de que sacaron
el ligustro de enfrente de casa
mientras dejo caer en la vereda
todo lo que tengo en las manos
para buscar la llave.
A veces las cosas se descubren así.
Es un arbolito que no dice nada,
hasta que a principios de diciembre
echa sus flores y perfuma la noche.
Recién entonces me acuerdo del verano
y pienso en cómo el tiempo
se viene devorando nuestra vida.
En el pueblo, una vez,
mientras oscurecía caminamos
hasta donde raleaban las últimas casas.
A la vuelta cruzamos por las calles
flanqueadas de ligustros y cortamos
las flores en ramitos.
Qué dulce el aroma y cuánto más
la sensación ligera de andar por el camino
suavemente perdidas en la noche del campo.
De lejos y de cerca es igual ese recuerdo,

a veces las cosas se descubren así.





Cha cha chá

Me voy poniendo vieja, mamá,
me voy arrugando de a poquito,
como esas ciruelas negro-rojas
que había en tu ciruelo, mamá,
con esta música de cha cha chá,
con esta música de niños
con padres de los años treinta.
Vas a ver que un día yo me vuelvo
una pasita negra, mamá,
una uvita negra toda arrugada,
una monita vieja, y si la vida quiere,
con su propia sonrisa, mamá.
Para ese entonces vos vas a estar, seguro,
ya nacida de nuevo y fresca,
la fruta nueva en un árbol de la Tierra sin Mal,
el paraíso en que te sueño, mamá,
allá en Formosa entre loros enormes
y verdes lagartijas volantes, colibríes
y flores del tamaño de un hombre.
Veme viniendo, mamá,
a esa edad de sueños que llevan lejos, y si pasa,
yo voy a ser la uvita mora, te prometo,
que no se le nuble la memoria,
la uvita chinche de las parras
de todos nuestros patios,
nacida de tu vientre, mamá,

cha cha chá.





Sonia Scarabelli

Últimos veraneantes de febrero
Bajo La Luna, 2020.

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