martes, abril 28, 2020
Cuatro poemas de A.O. Barnabooth
Scheveningue, Morte-Saison
En el pequeño bar claro, de bien pulidos muebles,
consumimos largamente bebidas inglesas.
Corridas las cortinas, la intimidad era más cálida.
Afuera, el viento del mar sacudía las sillas.
Se hubiera dicho el fumador de un tren o de un barco:
parecía llenarme la desazón de los viajes;
me sentía enternecido, afable y remoto,
y a un tiempo como niño muy juicioso y que se angustia.
Qué calma alrededor, sin embargo. La gente
se hacía confidencias junto a la barra.
¡Ah, qué pequeño es uno, qué de rodillas está uno
ciertas noches al sentiros tan cercanas, olas inmensas!
Mels-el-Kebir
Esta aldea me gusta. Entre los naranjos, sin mirarse,
dos muchachas se cuentan sus amores acompañadas
por dos inmensamente plañideras mandolinas.
Y este mesón me gusta, porque en el patio
las criadas cantan en la tibieza del atardecer
esa tonada tan dulce de La Paloma.
Escuchad: la paloma aletea...
Oh deseo de mi pueblo, lejano y mío, nostalgia
de las antípodas, de la amplia ruta de los volcanes inmensos,
oh lágrimas inminentes, lavad todos mis pecados:
soy la paloma adolorida, soy los naranjos,
soy el instante que se fuga y el atardecer africano,
mi alma y esas voces, juntas, de las mandolinas.
Votos del poeta
Cuando haga muchos años que haya muerto,
cuando los taxis choquen (como ahora) en la niebla
(pues nada habrá cambiado), ah, que pueda yo entonces
ser una mano fresca posada en una frente
--la de alguien que cantando recorra en su automóvil
Holborn, o Brompton Road, y contemple pensando
en la literatura los altos monumentos,
negros en la neblina amarilla y espesa--,
o ser el pensamiento oscuro que en el ruido
de las ciudades nace, dulce, secretamente;
la pausa de un instante, pues nos arrastra el viento,
niños perdidos en una feria de vanidades.
Y que a este principiante de lo eterno, en ofrenda,
le lleven simple musgo para Todos-los-Santos.
La máscara
Escribo siempre con una máscara sobre el rostro.
Sí, una máscara a la antigua moda de Venecia:
alargada, deprimida en la frente,
semejante a un gran hocico de raso blanco.
Sentado a la mesa, estiro el cuello
y me contemplo en el espejo de frente;
luego me vuelvo de tres cuartos, y examino
ese infantil perfil de animal --y me agrada.
Ah, que un lector, mi hermano, al que hablo
a través de esta máscara pálida y brillante,
imprima en ella un beso lento y hondo
sobre la frente hundida y las mejillas tan incoloras,
para que con más fuerza se adhiera así a mi rostro
ese otro rostro, hueco y perfumado.
Valery Larbaud
Obras escogidas de A.O. Barnabooth
Traducción: Ulalume González de León
Vuelta, 1987.
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