martes, abril 14, 2020

Eros (fragmentos)


La experiencia de Eros como carencia advierte de los límites del yo, de las otras personas, de las cosas en general. El límite que separa mi lengua del gusto que anhela es lo que me enseña lo que es un límite. Como el adjetivo de Safo glukuprikron, el momento del deseo es lo que desafía al límite apropiado, siendo un compuesto de opuestos forzados a estar juntos a presión. El placer y el dolor alcanzan a la vez al que ama, en la medida en que el atractivo del objeto del amor se deriva, en parte, de su carencia. ¿De quién es esa carencia? Del que ama. Si seguimos la trayectoria de Eros, lo encontramos trazando coherentemente la misma ruta: sale desde el que ama hacia el amado, luego rebota de nuevo hacia el que ama y hacia el hueco que hay en él, antes inadvertido. ¿Quién es el sujeto real de la mayoría de los poemas de amor? No es el amado, es ese hueco.


[...]


El aliento del deseo es Eros. Tan ineludible como el medio mismo, con sus alas mueve a su gusto el amor dentro y fuera de todas las criaturas. La vulnerabilidad total del individuo ante la influencia erótica queda simbolizada en esas alas, con su poder multisensual de impregnar y controlar al que ama en cualquier momento. Las alas y el aliento transportan a Eros, al igual que las alas y el aliento conducen las palabras: en esto se hace patente una analogía antigua entre el lenguaje y el amor. El mismo encanto sensual irresistible, llamado peitho en griego  es el mecanismo de seducción del amor y de la persuasión de las palabras; la misma diosa (Peito) asiste al seductor y al poeta. Es una analogía que tiene perfecto sentido en el contexto de la poesía oral, en la que Eros y las Musas comparten claramente el aparato de asalto sensorial.


[...]


En esta historia de amor, como en la novela de Heliodoro, las cartas denotan su propio poder, el poder de cambiar la realidad eróticamente. Son las cartas las que despiertan el fuego del amor en la hija del rey cuando conoce a Apolonio. Son las cartas las que plantean el dilema de la presencia ausente del amante y el amado cuando ella lee ante él los nombres de sus rivales. Son las cartas las que le permiten poner el triángulo de Eros de cabeza abajo cuando, mediante la convención literaria, reescribe la escena de amor para que concuerde con su propio deseo. Esta heroína entiende el arte erótico de las cartas tan minuciosamente como su propio autor. Con una emoción tan profunda como la de Montaigne, su página hace la corte.


[...]


Como Midas, las cigarras pueden interpretarse como imagen del dilema erótico fundamental. Son criaturas empujadas por su propio deseo a confrontarse con el tiempo. Encarnan una versión más noble de este dilema que Midas, puesto que su pasión es musical, y ofrecen una solución nueva a la paradoja del que ama sobre el ahora y el luego. Las cigarras simplemente se introducen en el ahora de su deseo y se quedan ahí. Retiradas de los procesos la vida, ajenas al tiempo, sustentan el presente de indicativo del placer desde el instante en que nacen hasta que, como dice Sócrates, "mueren sin darse cuenta de ello" (elathon teleutesantes hautous). Las cigarras no tienen vidas aparte de su deseo y cuando este termina, así lo hacen ellas.


[...]


Eros es el terreno íntimo de todo lo que ocurre entre Adonis y Afrodita en el mito, lo que vuelve a representarse en el ritual de los jardines. Eros es el terreno donde el logos echa raíces entre dos personas que están conversando, lo que puede volver a representarse en la página escrita. Los rituales y las representaciones tienen lugar fuera del tiempo real de la vida de las personas, en un momento suspendido de control. Amamos semejantes momentos suspendidos sólo por su diferencia con el tiempo ordinario y la vida real. Amamos las actividades que se emplazan dentro del tiempo suspendido, como las festividades y la lectura, por su esencial falta de seriedad.  Este amor preocupa a Platón: una persona seducida por él puede pensar en reemplazar el tiempo real con esa otra clase de tiempo apropiada solamente para los rituales y los libros.


[...]


Una ciudad sin deseo es, en suma, una ciudad sin imaginación. La gente sólo piensa en lo que ya sabe. La ficción es simple falsificación. El placer es irrelevante (un concepto que hay que entender en términos históricos). Esta ciudad tiene un alma acinética, una enfermedad que Aristóteles podría explicar de la siguiente manera: cuando cualquier criatura se dispone a intentar conseguir lo que desea, su movimiento comienza con la imaginación, que él llama phantasia. Sin semejante acto, ni los animales ni los hombres se animarían a proyectarse desde su condición presente hasta más allá de lo que ya conocen.




Anne Carson
Eros. Poética del deseo
Traducción: Inmaculada C. Pérez Parra
Editorial Dioptrías, 2015.

No hay comentarios.: